Wednesday, March 01, 2006

30 años, el triángulo de la violencia

30 años, el triángulo de la violencia
por Mariano Féliz, marzo de 2006

Los últimos 30 años han visto el avance tendencial del proceso de reestructuración de la economía argentina. Ese proceso fue articulado sobre la base de una trilogía de la violencia: la violencia de militar, la violencia de la moneda y la violencia del desempleo.
La dictadura militar iniciada en 1976 buscó consolidar el proceso de reestructuración productiva y social. En el marco de una creciente crisis en el proceso de acumulación capitalista, en 1976 se marca el punto de partida de un período en el cual el capital buscó recuperar su capacidad de dominio sobre el conjunto de la sociedad argentina. Ese poder había sido puesto en juego por parte del conjunto de los trabajadores y el pueblo que hacia 1974 discutían en los hechos la orientación del proceso de desarrollo.
En 1976 el capital buscó iniciar una reestructuración de las relaciones sociales de producción tal que les permitiera recuperar el control del trabajo y asegurar las condiciones adecuadas a la valorización del capital. Buscaba reconstituir por medio del uso de un nivel de violencia y represión en escala ampliada, el proceso de valorización del capital en escala también ampliada. “Si el dinero … viene al mundo con manchas de sangre en una mejilla, el capital lo hace chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies” (Marx, 1867).
La reconstitución de las condiciones para la explotación del trabajo y la producción de ganancia se apoyaría en un violento proceso de reestructuración regresiva. Un instrumento fundamental para favorecer la reorganización de la sociedad fue el uso masivo del endeudamiento exterior que se había tornado posible a partir de la crisis en los países centrales. En efecto, el endeudamiento externo se convirtió en un instrumento de coacción sobre el conjunto del país. La presión del capital en su forma más pura, en su forma monetaria se expresaba a través de los paquetes de ajuste que buscaban garantizar el pago de la deuda externa sobre la base de la reestructuración productiva y la creciente explotación del trabajo.
El fin de la dictadura mostró al capital que no podría realizar sus objetivos de disciplinamiento global de la sociedad solamente mediante la represión popular y la apertura de la economía si se sostenían las condiciones objetivas del poder obrero en el proceso de producción. La recomposición de la clase trabajadora luego de la dictadura, marcó los límites de la estrategia capitalista. Los sectores del capital, reconociendo las dificultades del camino encarado, continuaron con su fuga hacia delante. La caída de la inversión y la fuga de capitales en los ochenta se convirtieron en expresiones de esa incertidumbre por parte del capital. De todas maneras, la persistente caída de la inversión durante este período acentuó la disminución de los requerimientos de fuerza de trabajo y los salarios y su participación en el ingreso nacional continuaron declinando. En efecto, si algo había conseguido la dictadura militar fue articular una nueva correlación de fuerzas, ahora favorable a los sectores del gran capital. Sin embargo, todavía no había conseguido articular un nuevo proceso de acumulación de capital.
Entre 1988 y 1990, se terminó de conformar el terreno para la etapa final de la reestructuración regresiva. A la creciente sub-utilización de la fuerza de trabajo (creciente desempleo y subempleo) que debilitaba la capacidad de resistencia de los trabajadores, el proceso hiperinflacionario aplicó con toda su fuerza la violencia del dinero dando un golpe terrible a tal resistencia. La violencia del dinero está implícita en que en las economías capitalistas, la reproducción de la vida se articula en torno a la compra-venta de mercancías y por lo tanto al acceso al dinero. Los ochenta fueron marcados por la creciente violencia de la moneda, la destrucción del trabajo mediante la inflación a escala ampliada. La violencia del dinero está implícita en que en las economías capitalistas, la reproducción de la vida se articula en torno a la compra-venta de mercancías y por lo tanto al acceso al dinero. La desaparición del valor del dinero (hiperinflación) o a la ausencia misma de la posibilidad de acceder a suficientes cantidades del mismo (desempleo, deflación salarial) imponen la violencia de las relaciones dinerarias sobre la población.
Con la Convertibilidad, 1991 marcó el comienzo del proceso de consolidación de la nueva articulación de las relaciones capitalistas en Argentina. En los noventa, las privatizaciones, la desregulación, flexibilidad laboral y la apertura comercial y financiera, contribuyeron a constituir el tercer eslabón de la trilogía: la violencia de la desocupación. En pocos años la desocupación abierta y la precariedad laboral se expandieron por todo el territorio argentino. Esta situación terminó de crear las bases de una nueva forma de acumulación capitalista en Argentina.
La salida explosiva de la convertibilidad no marcó tanto el fracaso de la estrategia capitalista como el deterioro de un instrumento, de una táctica. De la misma manera en que la crisis de la dictadura (82/83) no marcó el fracaso pleno de su proyecto y la crisis del proyecto de reestructuración heterodoxa Alfonsín/Menem (88/90) tampoco fracasó del todo, el fin de la convertibilidad dejó a la Argentina en los umbrales de una nuevo proceso de dominación capitalista.
Hoy la economía crece nuevamente y el capital se expande aceleradamente. La sociedad argentina está atravesada más que nunca por el dominio del capital, por sus reglas (el mercado) e imperativos (la producción para la ganancia). Por ello se ha consolidado en los primeros años del siglo XXI la ‘miseria planificada’ de la que nos advertía Walsh: niveles salariales 55% por debajo de los de 1974 (es decir que deberíamos ganar el doble para poder comprar lo mismo que en aquel momento), la pobreza alcanza a 38,5% de la población y el hambre a 13,6% (ambos menores al 5% de la población hace treinta años), el nivel de desempleo abierto supera el 11% (siendo de menos de 6% tres décadas atrás), la desigualdad distributiva está en sus niveles más elevados, la deuda externa pública supera los 115 mil millones de dólares (cuando era de sólo 5000 millones en 1975). En este contexto es más que nunca imperativo tener en cuenta el planteo de Brecht: “No acepten lo habitual como cosa natural. Pues en tiempos... de confusión organizada, de arbitrariedad conciente, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural, nada debe parecer imposible de cambiar”