Friday, August 01, 2003

Conflicto con el Estado y el estado del conflicto

Conflicto con el Estado y el estado del conflicto
Mariano Féliz, agosto de 2003

1. ¿La calma después de la tormenta?
Si algo puede decirse hoy en día es que el estallido de diciembre de 2001 fue solo eso: un estallido. La rebelión abierta del 19 y 20 de diciembre expresaba crecientes niveles de descontento del Pueblo con la política estatal y la dinámica del capitalismo argentino. Marcó un punto de inflexión, un cambio cualitativo, un pico en un proceso que se venía gestando.
Es cierto que fue, en alguna medida, la expresión de crecientes grados de articulación entre los distintos sectores en lucha. Sin embargo, las expectativas de algunos de que la Argentina se encontraba en un período proto-revolucionario no fueron corroboradas por la realidad. Y no ocurrió simplemente porque presuponían grados de organización popular que no existían (no existen aún) y además, un grado de inacción desde los sectores del capital (y por tanto del Estado) que era inverosímil. Máxime cuando quienes habían asumido el control de ese Estado representan al justicialismo, movimiento cuya capacidad de acción y reacción es admirable (en algún momento a favor y desde hace casi 30 años en contra de los intereses populares).
El gobierno de Duhalde llevó adelante un programa de gestión macroeconómica y macrosocial cuyo principal objetivo fue por un lado, desactivar las posibilidades de una explosión en la dinámica de variables claves de la economía (como el precio del dólar o la inflación) o el derrumbe de ciertas instituciones u organizaciones de peso en el capitalismo argentino (principalmente, el sistema financiero y las empresas privatizadas). Por otra parte, las políticas públicas buscaron controlar el conflicto social y esto fue intentado básicamente orientando recursos financieros a recomponer la capacidad de acción del aparato clientelar del PJ en todo el país (y especialmente en el conurbano bonaerense).
La política económica se orientó a poner la carga del ajuste posconvertibilidad en aquellos sectores con escasa capacidad de movilización y reclamo. La salida del régimen económico que organizó la acumulación durante los noventa significó una gigantesca transferencia de recursos económicos desde las clases que viven de su trabajo (asalariados, cuentapropistas, pequeños empresarios) hacia aquellos que viven del trabajo ajeno (en particular, los grandes capitales nacionales y trasnacionales del sector financiero y no financiero).
La devaluación del peso creó una enorme renta en manos que los sectores exportadores (entre los que se concentran el grueso de los grandes grupos económicos). El salvataje del sistema financiero está costando decenas de millones de dólares que el Estado está asumiendo como nuevo endeudamiento en moneda extranjera.
La contracara de ese proceso de concentración de los ingresos es el derrumbe del ingreso real (es decir, el poder de compra de los ingresos) de aquellos que deben trabajar para vivir. Quienes más han sufrido el impacto de este proceso son los más pobres entre los pobres (hoy más de la mitad de la población se encuentra en la pobreza): los desocupados. Ellos sufren más que todos el impacto de vivir en la Argentina de libre mercado con moneda devaluada: su consumo se concentra en aquellos productos que más subieron de precio, los alimentos.

2. Nuevamente, la miseria planificada.
Esto ilustra una de las contradicciones de la economía Argentina. Exportamos lo que consumimos. Exportamos alimentos y combustibles, elementos esenciales para la reproducción de la vida. Esto lleva a que si la devaluación mejora la rentabilidad de los exportadores esto sea a costa del hambre de nuestro pueblo. Las cosechas y ventas records de alimentos al exterior se dan en el marco de una pobreza e indigencia también excepcionales.
Rodolfo Walsh decía que los militares durante la última dictadura llevaron adelante un plan de miseria planificada. Pues ahora, el Duhaldismo, Remes y Lavagna, hacen lo mismo al privilegiar la necesidad de conseguir dólares frente a las necesidades básicas de la población del país. Ellos llamarán "legítima" a esa forma de conseguir divisas en comparación con la posibilidad de pedirlos prestados, pero de todas maneras consuman el asesinato conciente de millones.
Esa es la nueva estrategia productiva. Es insostenible hablar de una distinción entre el gran capital productivo y el gran capital financiero. El objetivo central detrás de la política económica en el mediano plazo es garantizar la posibilidad de conseguir los dólares necesarios para hacer frente a los pagos de la deuda externa (pública y privada). Nada más y nada menos que proteger los intereses del capital financiero.
Para ello, en el marco de la competencia capitalista globalizada desde un país periférico como Argentina, el capital necesita (y busca) reducir los costos de producción a niveles compatibles con la productividad media del trabajo. Es decir, reducir los salarios para ampliar la masa de ganancias y a la vez reducirlos para disminuir su poder de compra y aumentar la masa de mercancías excedentes que puedan ser exportadas (para conseguir dólares).

3. ¿Política social?¿qué política?
En este marco, la política social encarada por el Estado busca centralmente controlar la conflictividad social. La distribución de casi dos millones de planes jefes y jefas de hogar a través de los municipios pretende, como dice mi amigo Esteban, evitar la irrupción de la multitud. Más de 3500 millones de pesos han sido entregados a los gobiernos municipales del país (un 30% de eso a los municipios del conurbano bonaerense) como un nuevo instrumento para aplacar el descontento.
No quedan dudas de sus intenciones pues no se sostiene el argumento oficial de que el plan busca atacar la exclusión social. Los 150 pesos (lecop) que hoy entregan permiten comprar menos de 64% de una canasta básica de alimentos para una (1) persona. A comienzos del 2002, ese mismo dinero permitía adquirir al menos el 97% de esa canasta. No creo que sea necesario recordar que obviamente en cada hogar vive más de una persona. En efecto, la misma información del ministerio de trabajo muestra que prácticamente ningún hogar sale de la “pobreza” en términos estadísticos gracias al programa.
Junto a la política social, desde la masacre de Avellaneda en junio del año pasdo el Estado ha acentuado su política de recuperación de “la ley y el orden”. Los desalojo (e intentos de intentos desalojo) se multiplicaron contra las organizaciones del campo popular que habían logrado recuperar para su comunidad espacios antes privados. Recientemente el desalojo al Padelai y a la asamblea de San Telmo, los intentos de desalojar a Indymedia, los embates contra Zanón y Brukman. Frente a los cuestionamientos a la propiedad privada, el capital ha retomado la ofensiva.

4. Estado, trabajo y capital.
El Estado, sus políticas y sus leyes no son más que una forma de expresión de las relaciones sociales. Un conjunto de instituciones estatales (la convertibilidad y el sistema de representación democrático formal, por ejemplo) pueden entrar en crisis producto del poder del Pueblo que no acepta los ajustes necesarios para la valorización del capital (reducción en el salario nominal de 30%, mayor flexibilidad laboral, déficit cero, etc. López Murphy, Cavallo y compañía, recuerdan).
La salida de la convertibilidad (en los términos en que fue efectivamente implementada) puede ser vista entonces como la alternativa que pudieron elaborar los sectores del establishment frente a la creciente resistencia popular. Seguro que no fue su primer elección. Ellos hubieran preferido el ajuste perpetuo pero la cosa se les había puesto complicada.
La salida de la convertibilidad implicaba un riesgo importante. Los costos inmediatos eran grandes para el capital (pues los niveles de endeudamiento en dólares eran astronómicos) y la fuerte caída en la demanda interna que la devaluación del peso iba a generar, ponían en serio riesgo la realización de sus ganancias y su subsistencia misma como capitalistas individuales. Por otra parte, la salida de la convertibilidad prometía, en particular para ciertos sectores del gran capital, beneficios importantes (aunque inciertos, sujetos a la resistencia popular). Ya los hemos comentado.
Si en términos “económicos” consiguieron casi todo lo que buscaban, en términos “políticos” están todavía intentando reconstituir al menos parcialmente la legitimidad de un sistema de gestión del Estado que se encuentra en crisis. Las instancias electorales que se desarrollarán este año serán parte de ese intento de recomposición de la hegemonía política de las clases dominantes.
Por nuestra parte, los sectores populares continuamos en recomposición. La organización en la base continúa aunque el marco estructural no es el más favorable. Hace tiempo se agotó la inercia de la explosión de fines del 2001. De todas maneras hay, como solemos decir, saldos organizativos importantes. Se consolida el espacio de asambleas barriales (si bien son menos en número que al comienzo del proceso), se acentúan las experiencias de articulación de organizaciones sociales de distintos ámbitos y geografías. La consolidación de la coordinadora de organizaciones populares autónomas (copa) es un ejemplo.

5. Elecciones y después.
Si bien es cierto que el panorama hacia el futuro no es tan favorable como parecía a comienzos del 2002, la derrota en las urnas de los sectores más conservadores del arco político (la Rata y el Bulldog) y los condicionamientos que el gobierno de Kirchner parece (por ahora) reconocer son dos grandes triunfos del Pueblo argentino luego de una década de neoliberalismo descarado.
Sin embargo, pasadas las elecciones y a medida que el ‘compás de espera’ que estas abrieron se vaya diluyendo, el Estado avanzará en la reconstitución de las reglas básicas de un nuevo proceso de acumulación de capital sostenido en dólar alto y salarios de hambre (es decir, que no permitirán a buena parte de los trabajadores superar la pobreza material). Si algo no hemos logrado desde las organizaciones populares es torcer el rumbo estratégico de la economío política argentina y por lo tanto es de esperar que el gobierno avance en la reconstrucción de las bases para un desarrollo capitalista periférico. La discusión con el FMI que gira en torno a su típico paquete de ‘reformas estructurales’, será la próxima gran batalla e indicará hacia dónde se dirigirá efectivamente la política económica en los años venideros.
Los próximos pasos serán reestructurar el endeudamiento externo del conjunto del país (incluyendo, probablemente, el endeudamiento privado), continuar con la renegociación de las tarifas de empresas de servicios públicos (con alguna eventual reestatización) y comenzar a discutir la forma del ingreso del país al ALCA (la discusión aquí será si con Brasil o sólos y unilateralmente). Los dos primeros elementos son claves para garantizar la sostenibilidad global de la acumulación de capital en Argentina en el mediano plazo. El último se constituye en una prioridad para el Imperio en cuyo centro busca consolidarse Estados Unidos. El control del "patio trasero" (es decir, América Latina) por la vía del ALCA y la lucha contra "el terrorismo" son piezas clave en esa estrategia.
Por otra parte, el Estado comenzará a abandonar su cara asistencial: los planes de jefes y jefas serán, ya están siendo, desplazados por empleos "basura", de bajos salarios y sin estabilidad. Esto estará acompañado de mayor control social y represión, por supuesto.
Nuestra tarea continuará siendo constribuir a la construcción de poder popular, aportando tanto a la organización autónoma de cada vez más sectores del Pueblo y a su vez, buscando la articulación y coordinación de todos para enfrentar las ansias de expansión del capital en la nueva etapa que estamos transitando.

Tuesday, April 01, 2003

El imperio en guerra. Una mirada desde la economía política.

El imperio en guerra. Una mirada desde la economía política.
Mariano Féliz, abril de 2003 (publicado en Tintas del Sur)

1. La policía imperial
Los Estados Unidos en el papel de autoproclamado policía del mundo ha desatado una Guerra sin cuartel contra el Pueblo de Irak. Al igual que el ataque del año 2002 a Afganistán, la excusa para el ataque fue básicamente el combate al terrorismo ; el motivo real detrás del mismo el control del petróleo, un recurso estratégico.
Este guerra podría ser vista como parte de la nueva lógica de dominio imperial con eje en los EE.UU. En este esquema, el Imperio (del capital global) no se forma sólo sobre la base de la fuerza sino en la capacidad de presentar el uso de la fuerza como un instrumento utilizado en favor de la paz y la protección de los derechos humanos . En esta primera etapa la tarea primordial del Imperio es conseguir la legitimidad para su accionar, ampliando el marco de consensos que sostienen su propio poder . El síntoma más significativo de esta transformación es el llamado “derecho de intervención” según el cual el Imperio, como sujeto supranacional, se siente legitimado no sólo por derecho sino por consenso para intervenir en cualquier espacio geográfico del mundo (en este caso Irak, antes Afganistán, mañana ¿Colombia?) en nombre de cualquier tipo de emergencia y principio ético superior .
Los Estados Unidos, como fuerza policial del Imperio, busca legitimar su accionar buscando (¿comprando?) consensos y buscando imponerse como centro hegemónico en esta etapa. Eso no está garantizado pues puede afirmase que desde mediados de los setenta, los EE.UU. está en una etapa de declinación en su posición hegemónica frente al ascenso económico de Europa Occidental (hoy la Unión Europea) y Japón, y el creciente peso económico y político de ciertos países del Tercer Mundo, en particular China . Si a la salida de la segunda guerra mundial los Estados Unidos aparecían como la principal potencia económica mundial, cuando se inició la última gran crisis y reestructuración del capitalismo a nivel mundial a mediados de los setenta, era ya claro que ellos no se encontraban sólos. La futura Unión Europea, Japón, la ascendente China y la Unión Soviética, comenzaban a disputarle espacios por el control político de la economía global.
Es en este marco de debilidad estructural que el gobierno de Bush busca acentuar su programa de “Justicia Infinita”.

2. Imperio con pies de barro
A esto se suma el hecho de que, a corto plazo, la economía norteamericana no posee la solidez que necesitaría para enfrentar una guerra prolongada como la que se está planteando. La década de los noventa mostró el bluff de la ‘nueva economía’ y ahora el Imperio tiene que resolver sus problemas de fondo.
La economía de los EE.UU. mostró desde 1991 el período de crecimiento económico agregado más prolongado de los últimos 30 años. Desde los famosos ‘años dorados’ del capitalismos (décadas del 50 y 60) que no se observaba una expansión tan larga. La expansión duró 9 años.
Sin embargo, esa expansión no se apoyó en realidad en la mágica aparición de una ‘nueva economía’ basada en las tecnologías de la información y los robots. La expansión se sostuvo sobre la base de la burbuja especulativa que se construyó en torno al mito del fin de los ciclos económicos y el comienzo del ‘fin de la historia’ . Entre 1991 y 1999 la expansión de los mercados bursátiles más importantes fue de 189% en el caso del Dow Jones y de 221% en el caso del NASDAQ. Este último incluye a las corporaciones del sector de la informática y tecnologías de la información que alimentaron el boom. Empresas que, en muchos casos, casos vieron subir el valor de sus acciones sobre las promesas de futuras ganancias que nunca se realizaron. Sobre esta expansión se montaron también un serie de importantes corporaciones (como la Enron) que falsearon sus balances para reflejar ficticias ganancias y aprovechar la credulidad de los inversores.
La expansión de las cotizaciones impulsó el crecimiento en el endeudamiento y el consumo de los hogares norteamericanos. A diferencia de otros países desarrollados, en los EE.UU. muchos hogares utilizan los mercados bursátiles en sus estrategias de inversión financiera. El boom de las cotizaciones les permitió aprovechar el incremento en el valor de sus activos para financiar su consumo sobre la base del endeudamiento. Como resultado, durante la década de los noventa los hogares norteamericanos pasaron de ahorrar casi el 6% de sus ingresos a una situación en la cual los gastos familiares superaban en 6% los ingresos corrientes en el año 2000. Esta situación de des-ahorro neto del sector privado, inédito en la historia, fue el que sostuvo la expansión económica durante la década.
Por otra parte, durante el período el balance de pagos norteamericano entró en un déficit creciente. Desde una situación de casi balance a comienzos de la década, en el año 2000 el déficit en la cuenta corriente del balance de pagos llegaba a casi 4% del PBI. La posición neta externa de la economía norteamericana era (es) cada vez más frágil. La única forma de sostener este nivel de déficit externo es sobre la base de la inversión extranjera directa, por un lado, y el creciente endeudamiento internacional, por el otro.
Por último, la década de los noventa cerró con un sector público mostrando un superávit global en sus cuentas. Por primera vez en 40 años, el estado norteamericano tenía superávit fiscal. El mismo (que llegó en el año 2000 a 1% del PBI partiendo de un déficit de cerca de 6% del PBI en 1991) se sostuvo sobre todo sobre la base de la expansión de la recaudación impositiva.
Hacia el año 2001 (antes del ataque a las Torres Gemelas), el sector privado había comenzado a ajustar la insostenible situación de des-ahorro. La crisis en los mercados bursátiles y el elevado nivel de endeudamiento que alcanzó el sector privado norteamericano comenzaron a mostrar la fragilidad del esquema.
Según algunas estimaciones si el sector privado ajusta sus niveles de consumo llevándolos a los niveles históricos en relación al ingreso disponible (es decir, un nivel de ahorro neto de cerca de 3% del PBI), la pérdida de demanda agregada (de alrededor de 500 mil millones de dólares) podría llevar el nivel de desempleo a 9% de la población económicamente activa .
Sumado a la caída en las exportaciones, la situación de la economía norteamericana en los primeros años del nuevo siglo parece más bien tormentosa.
Frente a este panorama, el gobierno de EE.UU. ha comenzado a revertir la política fiscal. Las propuestas de reducciones impositivas (concentradas sobre todo en los sectores más adinerados de la población) y de incrementos en los gastos para subsidiar a los desempleados (algo típicamente utilizado en las recesiones) y la expansión en los gastos militares, están transformando rápidamente el superávit fiscal en un abultado déficit. Los cambios recientes en la política fiscal Norteamérica representan un incremento de casi 670 mil millones de dólares en un período de diez años. De este total, un 60% surge de la eliminación de la tributación de impuestos sobre los beneficios corporativos distribuidos. Esta reducción beneficiará tan sólo a aquellos que poseen acciones (el 19% de los norteamericanos), un 65% de los cuales pertenecen al 5% más rico de la población.
Sin embargo, es difícil prever si esta política podrá compensar la caída en el consumo privado que se ha desacelerado en los últimos meses y la inversión privada que se encuentra en sus niveles más bajos en dos años.
Por último, la Reserva Federal norteamericana carece ya de su principal instrumento de intervención pues la tasa de interés de fondos federales se encuentra en mínimos niveles (1,25% nominal anual).
En cualquier caso, la economía norteamericana parece haber perdido el motor que la impulsaba (el consumo privado) y difícilmente encuentre con que reemplazarlo en un contexto de guerra prolongada (incluyendo no sólo la pasada guerra en Afganistán y la próxima contra Irak, sino las probables futuras avanzadas sobre Corea del Norte, Colombia, …).

3. Guerra por la hegemonía del dólar como dinero mundial
Un elemento importante a considerar detrás de las guerras recientes y las futuras impulsadas por los Estados Unidos es que buscan no sólo garantizar el control de estratégicos recursos como el petróleo sino que intentan sostener la hegemonía del dólar como moneda mundial.
El creciente déficit externo norteamericano hacen necesario para la estabilidad del su economía que el mundo continúe aceptando al dólar como patrón de medida de las transacciones internacionales. Dado que son los EE.UU. los que emiten esa moneda patrón, es fundamental para ellos que el capitalismo mundial continué girando en torno al dólar.
En este sentido, es central la actitud de los países productores de petróleo en relación a la moneda en la que prefieren realizar sus transacciones internacionales. Que los países de la OPEP transfirieran sus transacciones internacionales al estándar euro, por ejemplo, generaría para los EE.UU. un problema de dimensiones inimaginables. De hecho, en noviembre de 2002 Irak decidió convertir un fondo de reserva que tenía en la ONU (en el marco del programa de intercambio “Petróleo por alimentos”) de dólares a euros. Desde ese momento el dólar ha perdido, efectivamente, el 19,5% de su valor en comparación con el euro.
Un movimiento de esa dimensión podría obligar a muchas naciones que mantienen una buena parte de sus reservas internacionales en dólares a reemplazarlos por euros. En particular, los países importadores de petróleo como Japón podrían verse obligados a realizar un movimiento en este sentido. Este giro podría hacer crecientemente difícil para los Estados Unidos el financiamiento de sus déficit externo que actualmente es financiado en dólares gracias a que el mundo continúa siendo demandante neto de dólares y está aun dispuesto a colocar sus excedentes financieros en esa moneda.

4. La dependencia del Imperio
Sobre bases estructuralmente débiles, los Estados Unidos se lanzan en una serie de guerras a escala global con el objetivo de asegurar su control sobre los recursos estratégicos. Las importaciones crudo han aumentado constantemente en la ultima década. Estados Unidos importa casi 60 por ciento de sus requerimientos diarios, mientras un decenio atrás su dependencia era de 47 por ciento.
En el caso de la invasión a Iraq, el control del petróleo es el fin último. Las reservas petroleras bajo suelo Iraquí superan los 112 mil millones de barriles, siendo el segundo país de la OPEP (después de Arabia Saudita). El control efectivo de este recurso estratégico es central tanto para las compañías norteamericanas que ya operan en Iraq (en donde pudieron ingresar a partir de la guerra de 1991) y para el conjunto de la economía norteamericana que tiene una enorme dependencia en la importación de petróleo. A los precios promedio de los últimos diez años esas reservas equivalente a más de 2,400,000,000,000 de dólares.
El consumo diario de petróleo por parte de los EE.UU. es de 19,5 millones de barriales de los cuales ellos producen sólo 8 millones. En consecuencias, las reservas iraquíes representan cerca de 17 años de consumo de petróleo.

5. Los costos económicos de una guerra prolongada
Las consecuencias económicas de la guerra dependerá en buena medida de la duración y dificultad de la misma.
Si la guerra es corta, es probable que el precio del petróleo no se mantenga en niveles superiores a los 35 dólares por mucho tiempo. La experiencia de la guerra del Golfo mostró que luego de los picos que alcanzó en las semanas previas el precio del crudo se redujo rápidamente.
Hoy las reservas de petróleo norteamericanas se encuentran en sus niveles más bajos desde 1975. Por otra parte, los países de la OPEP tienen poco margen para reemplazar las posibles pérdidas de producción que podría resultar de la guerra en Irak. Mientras en 1991 los países de la OPEP tenían unos 6 millones de barriles diarios, hoy su capacidad ociosa sólo llega a los 2 millones de barriles por día. El nivel en que se estabilice el petróleo es importante pues, de acuerdo con el FMI, por cada 10 dólares de incremento en la cotización del crudo el PBI mundial se reduce un 0,6% luego de un año. Esta es una pérdida significativa en particular en una economía global que tenía pronósticos de crecimiento leves (2.7% según el Banco Mundial) para este año aun antes de que la invasión de EE.UU. a Irak tuviera tan alta probabilidad de ocurrencia.
Más allá del nivel que alcance el precio del petróleo, si la confrontación es corta los efectos de la incertidumbre que se asocia con cualquier situación de guerra serían relativamente leves. De cualquier manera, como vimos la economía norteamericana se encuentra en una situación estructuralmente débil y no es de esperar un boom post-guerra. Además, la guerra contra Iraq no acabará con la incertidumbre y los riesgos que enfrenta la economía norteamericana en el marco de la estrategia del gobierno Republicano de enfrentar el por ellos denominado “Eje del Mal”.
Los costos directos estimados de la guerra alcanzarían los 50 mil millones de dólares (o 0,50% del PBI) para el Estado norteamericano según las estimaciones de la Oficina de Presupuesto de su Congreso. Sin embargo, hay quienes especulan que la factura podría ser tres veces superior. Por otra parte, los costos relacionados con el “mantenimiento de la paz” (que más bien podrían denominarse “costos de ocupación”) podrían estar entre los 100 y 600 mil millones de dólares para los EE.UU. en un período de diez años. Por último, los costos macroeconómicos asociados al desvió de recursos hacia los fines de la guerra podrían superar según algunas estimaciones varias veces es cifra (tal vez, 2% del PBI norteamericano en cada año durante los próximos diez años).
Por otro lado, una guerra extendida en Iraq o la previsión de la prolongación de la política imperial de los Estados Unidos, podría tener importantes efectos sobre las expectativas hacia el futuro. Precios del petróleo sostenidamente elevados forzarán una mayor reducción en la oferta agregada de las economías del centro y en particular de la petróleo-dependiente economía norteamericana. Asimismo, la transferencia de recursos desde los países consumidores de petróleo hacia los productores, contraería el ingreso disponible en los países centrales profundizando la desaceleración en la demanda agregada.

6. Colonialismo, imperialismo e Imperio. Sobre las nuevas formas de disciplinar.
Probablemente los Estados Unidos no deseen permanecer mucho tiempo como fuerza de ocupación en suelo iraquí. A diferencia de la etapa colonial del capitalismo (en la cual los invasores establecían un gobierno propio en el territorio ocupado) o la etapa imperialista (donde los Estados imperialistas buscaban fundamentalmente controlar a gobiernos “títeres” en los países dependientes y presionarlos a través de amenzas de sanciones comerciales y/o militares), en la etapa Imperial del capitalismo la estrategia podría ser más eficiente y potencialmente más eficaz.
En lugar de establecer una situación de dominación abierta que era fuertemente conflictiva (y por lo tanto, costosa de sostener), el Imperio busca establecer el dominio del capital como medio de cohersión y disciplinamiento. El poder de los “mercados” son en esta etapa del capitalismo el mejor medio para ganatizar el comportamiento de los países. Las presiones de los organismos internacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial de Comercio) y de los capitales especulativos serán los intrumentos que intentarán mantener bajo control a cualquier gobierno que se establezca en la Iraq post-invasión.
Por eso la principal preocupación de los Estados Unidos es ahora privatizar las actividades principales de la economía Iraquí (puertos, extracción de petróleo, etc.), hoy en manos del Estado. Por medio del control de los medios de producción, el capital global, la esencia del Imperio, podrá establecer los niveles de dominación que necesita para continuar valorizándose a escala mundial.

7. Conclusiones
La clave para comprender la política de guerra de los Estados Unidos está en su necesidad de asegurarse el control de los recursos naturales con vistas consolidar una posición de hegemonía que se encuentra bajo ningún punto de vista asegurada. Esta última es, en última instancia, la motivación más fuerte: convertirse en el centro del Imperio en formación.
Sin embargo, no es de esperar que los Estados Unidos atraviesen fácilmente esta nueva etapa que se está iniciando. Tienen que generar los “consensos” necesarios para no acentuar excesivamente las contradicciones con sus competidores por la hegemonía mundial (la Unión Europea, China).

Notas
1 Aunque también se sumaron otras escusas como la supuesta posesión por parte de Iraq de armas químicas. Ver nota de Javier Torres Molina en este mismo número de Tintas del Sur.
2 Negri, Antonio y Hardt, Michael (2000), Empire, Harvard University Press, pg. 15.
3 Negri y Hardt (op.cit), pg. 15.
4 Negri y Hardt (op.cit), pg. 18.
5 Wallerstein, Immanuel (2002), “Acelerando el declive: La guerra Estados Unidos – Irak”, Periódico Brecha, Uruguay, 26 de Octubre.
6 La concepción según la cual el mundo la historia del mundo habría llegado a su fin a partir de la desarticulación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1989 fue propuesta por Francis Fukuyama (quien trabajaba para el Departamento de Estado norteamericano). Según su argumentación, la caída señalaría el triunfo final de las democracias liberales (formales) y el capitalismo en su actual etapa “globalizada”. Ver Fukuyama, Francis (1992), The End of History and the Last Man, Penguin Publishers.