Tuesday, April 01, 2003

El imperio en guerra. Una mirada desde la economía política.

El imperio en guerra. Una mirada desde la economía política.
Mariano Féliz, abril de 2003 (publicado en Tintas del Sur)

1. La policía imperial
Los Estados Unidos en el papel de autoproclamado policía del mundo ha desatado una Guerra sin cuartel contra el Pueblo de Irak. Al igual que el ataque del año 2002 a Afganistán, la excusa para el ataque fue básicamente el combate al terrorismo ; el motivo real detrás del mismo el control del petróleo, un recurso estratégico.
Este guerra podría ser vista como parte de la nueva lógica de dominio imperial con eje en los EE.UU. En este esquema, el Imperio (del capital global) no se forma sólo sobre la base de la fuerza sino en la capacidad de presentar el uso de la fuerza como un instrumento utilizado en favor de la paz y la protección de los derechos humanos . En esta primera etapa la tarea primordial del Imperio es conseguir la legitimidad para su accionar, ampliando el marco de consensos que sostienen su propio poder . El síntoma más significativo de esta transformación es el llamado “derecho de intervención” según el cual el Imperio, como sujeto supranacional, se siente legitimado no sólo por derecho sino por consenso para intervenir en cualquier espacio geográfico del mundo (en este caso Irak, antes Afganistán, mañana ¿Colombia?) en nombre de cualquier tipo de emergencia y principio ético superior .
Los Estados Unidos, como fuerza policial del Imperio, busca legitimar su accionar buscando (¿comprando?) consensos y buscando imponerse como centro hegemónico en esta etapa. Eso no está garantizado pues puede afirmase que desde mediados de los setenta, los EE.UU. está en una etapa de declinación en su posición hegemónica frente al ascenso económico de Europa Occidental (hoy la Unión Europea) y Japón, y el creciente peso económico y político de ciertos países del Tercer Mundo, en particular China . Si a la salida de la segunda guerra mundial los Estados Unidos aparecían como la principal potencia económica mundial, cuando se inició la última gran crisis y reestructuración del capitalismo a nivel mundial a mediados de los setenta, era ya claro que ellos no se encontraban sólos. La futura Unión Europea, Japón, la ascendente China y la Unión Soviética, comenzaban a disputarle espacios por el control político de la economía global.
Es en este marco de debilidad estructural que el gobierno de Bush busca acentuar su programa de “Justicia Infinita”.

2. Imperio con pies de barro
A esto se suma el hecho de que, a corto plazo, la economía norteamericana no posee la solidez que necesitaría para enfrentar una guerra prolongada como la que se está planteando. La década de los noventa mostró el bluff de la ‘nueva economía’ y ahora el Imperio tiene que resolver sus problemas de fondo.
La economía de los EE.UU. mostró desde 1991 el período de crecimiento económico agregado más prolongado de los últimos 30 años. Desde los famosos ‘años dorados’ del capitalismos (décadas del 50 y 60) que no se observaba una expansión tan larga. La expansión duró 9 años.
Sin embargo, esa expansión no se apoyó en realidad en la mágica aparición de una ‘nueva economía’ basada en las tecnologías de la información y los robots. La expansión se sostuvo sobre la base de la burbuja especulativa que se construyó en torno al mito del fin de los ciclos económicos y el comienzo del ‘fin de la historia’ . Entre 1991 y 1999 la expansión de los mercados bursátiles más importantes fue de 189% en el caso del Dow Jones y de 221% en el caso del NASDAQ. Este último incluye a las corporaciones del sector de la informática y tecnologías de la información que alimentaron el boom. Empresas que, en muchos casos, casos vieron subir el valor de sus acciones sobre las promesas de futuras ganancias que nunca se realizaron. Sobre esta expansión se montaron también un serie de importantes corporaciones (como la Enron) que falsearon sus balances para reflejar ficticias ganancias y aprovechar la credulidad de los inversores.
La expansión de las cotizaciones impulsó el crecimiento en el endeudamiento y el consumo de los hogares norteamericanos. A diferencia de otros países desarrollados, en los EE.UU. muchos hogares utilizan los mercados bursátiles en sus estrategias de inversión financiera. El boom de las cotizaciones les permitió aprovechar el incremento en el valor de sus activos para financiar su consumo sobre la base del endeudamiento. Como resultado, durante la década de los noventa los hogares norteamericanos pasaron de ahorrar casi el 6% de sus ingresos a una situación en la cual los gastos familiares superaban en 6% los ingresos corrientes en el año 2000. Esta situación de des-ahorro neto del sector privado, inédito en la historia, fue el que sostuvo la expansión económica durante la década.
Por otra parte, durante el período el balance de pagos norteamericano entró en un déficit creciente. Desde una situación de casi balance a comienzos de la década, en el año 2000 el déficit en la cuenta corriente del balance de pagos llegaba a casi 4% del PBI. La posición neta externa de la economía norteamericana era (es) cada vez más frágil. La única forma de sostener este nivel de déficit externo es sobre la base de la inversión extranjera directa, por un lado, y el creciente endeudamiento internacional, por el otro.
Por último, la década de los noventa cerró con un sector público mostrando un superávit global en sus cuentas. Por primera vez en 40 años, el estado norteamericano tenía superávit fiscal. El mismo (que llegó en el año 2000 a 1% del PBI partiendo de un déficit de cerca de 6% del PBI en 1991) se sostuvo sobre todo sobre la base de la expansión de la recaudación impositiva.
Hacia el año 2001 (antes del ataque a las Torres Gemelas), el sector privado había comenzado a ajustar la insostenible situación de des-ahorro. La crisis en los mercados bursátiles y el elevado nivel de endeudamiento que alcanzó el sector privado norteamericano comenzaron a mostrar la fragilidad del esquema.
Según algunas estimaciones si el sector privado ajusta sus niveles de consumo llevándolos a los niveles históricos en relación al ingreso disponible (es decir, un nivel de ahorro neto de cerca de 3% del PBI), la pérdida de demanda agregada (de alrededor de 500 mil millones de dólares) podría llevar el nivel de desempleo a 9% de la población económicamente activa .
Sumado a la caída en las exportaciones, la situación de la economía norteamericana en los primeros años del nuevo siglo parece más bien tormentosa.
Frente a este panorama, el gobierno de EE.UU. ha comenzado a revertir la política fiscal. Las propuestas de reducciones impositivas (concentradas sobre todo en los sectores más adinerados de la población) y de incrementos en los gastos para subsidiar a los desempleados (algo típicamente utilizado en las recesiones) y la expansión en los gastos militares, están transformando rápidamente el superávit fiscal en un abultado déficit. Los cambios recientes en la política fiscal Norteamérica representan un incremento de casi 670 mil millones de dólares en un período de diez años. De este total, un 60% surge de la eliminación de la tributación de impuestos sobre los beneficios corporativos distribuidos. Esta reducción beneficiará tan sólo a aquellos que poseen acciones (el 19% de los norteamericanos), un 65% de los cuales pertenecen al 5% más rico de la población.
Sin embargo, es difícil prever si esta política podrá compensar la caída en el consumo privado que se ha desacelerado en los últimos meses y la inversión privada que se encuentra en sus niveles más bajos en dos años.
Por último, la Reserva Federal norteamericana carece ya de su principal instrumento de intervención pues la tasa de interés de fondos federales se encuentra en mínimos niveles (1,25% nominal anual).
En cualquier caso, la economía norteamericana parece haber perdido el motor que la impulsaba (el consumo privado) y difícilmente encuentre con que reemplazarlo en un contexto de guerra prolongada (incluyendo no sólo la pasada guerra en Afganistán y la próxima contra Irak, sino las probables futuras avanzadas sobre Corea del Norte, Colombia, …).

3. Guerra por la hegemonía del dólar como dinero mundial
Un elemento importante a considerar detrás de las guerras recientes y las futuras impulsadas por los Estados Unidos es que buscan no sólo garantizar el control de estratégicos recursos como el petróleo sino que intentan sostener la hegemonía del dólar como moneda mundial.
El creciente déficit externo norteamericano hacen necesario para la estabilidad del su economía que el mundo continúe aceptando al dólar como patrón de medida de las transacciones internacionales. Dado que son los EE.UU. los que emiten esa moneda patrón, es fundamental para ellos que el capitalismo mundial continué girando en torno al dólar.
En este sentido, es central la actitud de los países productores de petróleo en relación a la moneda en la que prefieren realizar sus transacciones internacionales. Que los países de la OPEP transfirieran sus transacciones internacionales al estándar euro, por ejemplo, generaría para los EE.UU. un problema de dimensiones inimaginables. De hecho, en noviembre de 2002 Irak decidió convertir un fondo de reserva que tenía en la ONU (en el marco del programa de intercambio “Petróleo por alimentos”) de dólares a euros. Desde ese momento el dólar ha perdido, efectivamente, el 19,5% de su valor en comparación con el euro.
Un movimiento de esa dimensión podría obligar a muchas naciones que mantienen una buena parte de sus reservas internacionales en dólares a reemplazarlos por euros. En particular, los países importadores de petróleo como Japón podrían verse obligados a realizar un movimiento en este sentido. Este giro podría hacer crecientemente difícil para los Estados Unidos el financiamiento de sus déficit externo que actualmente es financiado en dólares gracias a que el mundo continúa siendo demandante neto de dólares y está aun dispuesto a colocar sus excedentes financieros en esa moneda.

4. La dependencia del Imperio
Sobre bases estructuralmente débiles, los Estados Unidos se lanzan en una serie de guerras a escala global con el objetivo de asegurar su control sobre los recursos estratégicos. Las importaciones crudo han aumentado constantemente en la ultima década. Estados Unidos importa casi 60 por ciento de sus requerimientos diarios, mientras un decenio atrás su dependencia era de 47 por ciento.
En el caso de la invasión a Iraq, el control del petróleo es el fin último. Las reservas petroleras bajo suelo Iraquí superan los 112 mil millones de barriles, siendo el segundo país de la OPEP (después de Arabia Saudita). El control efectivo de este recurso estratégico es central tanto para las compañías norteamericanas que ya operan en Iraq (en donde pudieron ingresar a partir de la guerra de 1991) y para el conjunto de la economía norteamericana que tiene una enorme dependencia en la importación de petróleo. A los precios promedio de los últimos diez años esas reservas equivalente a más de 2,400,000,000,000 de dólares.
El consumo diario de petróleo por parte de los EE.UU. es de 19,5 millones de barriales de los cuales ellos producen sólo 8 millones. En consecuencias, las reservas iraquíes representan cerca de 17 años de consumo de petróleo.

5. Los costos económicos de una guerra prolongada
Las consecuencias económicas de la guerra dependerá en buena medida de la duración y dificultad de la misma.
Si la guerra es corta, es probable que el precio del petróleo no se mantenga en niveles superiores a los 35 dólares por mucho tiempo. La experiencia de la guerra del Golfo mostró que luego de los picos que alcanzó en las semanas previas el precio del crudo se redujo rápidamente.
Hoy las reservas de petróleo norteamericanas se encuentran en sus niveles más bajos desde 1975. Por otra parte, los países de la OPEP tienen poco margen para reemplazar las posibles pérdidas de producción que podría resultar de la guerra en Irak. Mientras en 1991 los países de la OPEP tenían unos 6 millones de barriles diarios, hoy su capacidad ociosa sólo llega a los 2 millones de barriles por día. El nivel en que se estabilice el petróleo es importante pues, de acuerdo con el FMI, por cada 10 dólares de incremento en la cotización del crudo el PBI mundial se reduce un 0,6% luego de un año. Esta es una pérdida significativa en particular en una economía global que tenía pronósticos de crecimiento leves (2.7% según el Banco Mundial) para este año aun antes de que la invasión de EE.UU. a Irak tuviera tan alta probabilidad de ocurrencia.
Más allá del nivel que alcance el precio del petróleo, si la confrontación es corta los efectos de la incertidumbre que se asocia con cualquier situación de guerra serían relativamente leves. De cualquier manera, como vimos la economía norteamericana se encuentra en una situación estructuralmente débil y no es de esperar un boom post-guerra. Además, la guerra contra Iraq no acabará con la incertidumbre y los riesgos que enfrenta la economía norteamericana en el marco de la estrategia del gobierno Republicano de enfrentar el por ellos denominado “Eje del Mal”.
Los costos directos estimados de la guerra alcanzarían los 50 mil millones de dólares (o 0,50% del PBI) para el Estado norteamericano según las estimaciones de la Oficina de Presupuesto de su Congreso. Sin embargo, hay quienes especulan que la factura podría ser tres veces superior. Por otra parte, los costos relacionados con el “mantenimiento de la paz” (que más bien podrían denominarse “costos de ocupación”) podrían estar entre los 100 y 600 mil millones de dólares para los EE.UU. en un período de diez años. Por último, los costos macroeconómicos asociados al desvió de recursos hacia los fines de la guerra podrían superar según algunas estimaciones varias veces es cifra (tal vez, 2% del PBI norteamericano en cada año durante los próximos diez años).
Por otro lado, una guerra extendida en Iraq o la previsión de la prolongación de la política imperial de los Estados Unidos, podría tener importantes efectos sobre las expectativas hacia el futuro. Precios del petróleo sostenidamente elevados forzarán una mayor reducción en la oferta agregada de las economías del centro y en particular de la petróleo-dependiente economía norteamericana. Asimismo, la transferencia de recursos desde los países consumidores de petróleo hacia los productores, contraería el ingreso disponible en los países centrales profundizando la desaceleración en la demanda agregada.

6. Colonialismo, imperialismo e Imperio. Sobre las nuevas formas de disciplinar.
Probablemente los Estados Unidos no deseen permanecer mucho tiempo como fuerza de ocupación en suelo iraquí. A diferencia de la etapa colonial del capitalismo (en la cual los invasores establecían un gobierno propio en el territorio ocupado) o la etapa imperialista (donde los Estados imperialistas buscaban fundamentalmente controlar a gobiernos “títeres” en los países dependientes y presionarlos a través de amenzas de sanciones comerciales y/o militares), en la etapa Imperial del capitalismo la estrategia podría ser más eficiente y potencialmente más eficaz.
En lugar de establecer una situación de dominación abierta que era fuertemente conflictiva (y por lo tanto, costosa de sostener), el Imperio busca establecer el dominio del capital como medio de cohersión y disciplinamiento. El poder de los “mercados” son en esta etapa del capitalismo el mejor medio para ganatizar el comportamiento de los países. Las presiones de los organismos internacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial de Comercio) y de los capitales especulativos serán los intrumentos que intentarán mantener bajo control a cualquier gobierno que se establezca en la Iraq post-invasión.
Por eso la principal preocupación de los Estados Unidos es ahora privatizar las actividades principales de la economía Iraquí (puertos, extracción de petróleo, etc.), hoy en manos del Estado. Por medio del control de los medios de producción, el capital global, la esencia del Imperio, podrá establecer los niveles de dominación que necesita para continuar valorizándose a escala mundial.

7. Conclusiones
La clave para comprender la política de guerra de los Estados Unidos está en su necesidad de asegurarse el control de los recursos naturales con vistas consolidar una posición de hegemonía que se encuentra bajo ningún punto de vista asegurada. Esta última es, en última instancia, la motivación más fuerte: convertirse en el centro del Imperio en formación.
Sin embargo, no es de esperar que los Estados Unidos atraviesen fácilmente esta nueva etapa que se está iniciando. Tienen que generar los “consensos” necesarios para no acentuar excesivamente las contradicciones con sus competidores por la hegemonía mundial (la Unión Europea, China).

Notas
1 Aunque también se sumaron otras escusas como la supuesta posesión por parte de Iraq de armas químicas. Ver nota de Javier Torres Molina en este mismo número de Tintas del Sur.
2 Negri, Antonio y Hardt, Michael (2000), Empire, Harvard University Press, pg. 15.
3 Negri y Hardt (op.cit), pg. 15.
4 Negri y Hardt (op.cit), pg. 18.
5 Wallerstein, Immanuel (2002), “Acelerando el declive: La guerra Estados Unidos – Irak”, Periódico Brecha, Uruguay, 26 de Octubre.
6 La concepción según la cual el mundo la historia del mundo habría llegado a su fin a partir de la desarticulación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1989 fue propuesta por Francis Fukuyama (quien trabajaba para el Departamento de Estado norteamericano). Según su argumentación, la caída señalaría el triunfo final de las democracias liberales (formales) y el capitalismo en su actual etapa “globalizada”. Ver Fukuyama, Francis (1992), The End of History and the Last Man, Penguin Publishers.

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