Thursday, December 16, 2004

Apuntes breves sobre la coyuntura económica (diciembre 2004)

Apuntes breves sobre la coyuntura económica
x mariano féliz, 16 diciembre 2004

1 Hacia una caracterización de la política económica
Mucho se ha hablado en el último año y pico sobre el supuesto “cambio de modelo” operado a partir de la salida de la convertibilidad y en particular a partir de la llegada de K. al gobierno.
Hagamos un análisis de algunas de los rasgos característicos de esta nueva etapa del capitalismo argentino a fin de determinar en qué medida ha habido cambios y en cuánto siguen perpetúandose las dinámicas de las últimas décadas.

1.1 Crecimiento económico.

Un primer punto para caracterizar al período presente se refiere al hecho real de que la economía se encuentra en expansión. El PBI ha crecido aceleradamente desde su punto más bajo en el primer trimestre de 2002. Sin embargo, la creación de valor en la economía argentina es aun más reducida que el punto máximo alcanzado en 1998. Si la expansión continúa recien a mediados de 2005, la masa de valor creada alcanzará ese valor pico. En 8 años la economía argentina no creció en términos globales y el ingreso por habitante se redujo un 10%.
La economía se encuentra creciendo sobre la base de una recuperación de la inversión privada. Decimos recuperación pues las empresas están recomponiendo y reparando sus máquinas y plantas luego de 4 años de deterioro progresivo en su capacidad productiva.
La salida de la convertibilidad y la devaluación del peso frente al dólar ha creado condiciones para que un conjunto de empresas encuentren rentables una serie de proyectos productivos que en el marco de las políticas de los noventa no lo eran. Se está produciendo un incipiente procesod de “sustitución de importaciones”. Incipiente pero débil y limitado, podríamos agregar. A pasar de la devaluación, que encareció por 2 el valor en pesos de los productos importados, hoy en día las importaciones representan en valor más del 16% del ingreso generado. De manera que aun con el dólar “caro” dedicamos como país muchos más recursos domésticos que en los noventa.
Por otro lado, las exportaciones no se han convertido (al menos por ahora) en el “motor del crecimiento” como esperaban quienes impulsaron la devaluación del peso. A pesar del fuerte incremento en la rentabilidad de las actividades exportadoras, las ventas al exterior han crecido muy poco en estos dos primeros años de la Argentina pos-convertibilidad. Además, la mayor parte del incremento en el valor exportado (en dólares) ha sido el producto de precios excepcionalmente altos para los principales productos de exportación (oleaginosas, soja, combustibles).
Por último, el consumo privado se está recuperando lentamente pero difícilmente pueda convertirse en un elemento que impulse un crecimiento acelerado, dada la débil expansión de la masa de ingresos de la población, en particular de los sectores trabajadores (asalariados y cuentapropistas).

1.2 Dinámica de ingresos.
Este es uno de los elementos de la etapa actual que marca una continuidad importante con el período anterior.
A partir de la salidad de la convertibilidad, la participación de los ingresos de los trabajadores en el ingreso total generado se redujo nuevamente, sosteniendo la tendencia iniciada a finales de 1955 y profundizada desde 1975. Incluyendo los ingresos de jubilados y pensionados, los trabajadores se apropian en la actulidad alrededor de 25,1% del ingreso total, mientras que a finales de 2001 acopiaban el 28,7% (hacia 1975 esa proporción era cercana al 45% y rondaba el 55% en el primer quinqueño de la década del cincuenta).
Esta situación se vincula con varios fenómenos que marcan la continuidad, y profundización, de las tendencias recientes del capitalismo argentino.
Por un lado, la devaluación sólo agudizó la tendencia sostenida al deterioro en los ingresos laborales de los trabajadores. Si tomamos los datos de salarios reales (es decir, el poder de compra de los salarios, su capacidad para adquirir mercadería y servicios) observamos que a la caída cercana al 10% durante la convertibilidad se suma el deterioro de 15% en los dos años subsiguientes (cabe agregar que el nivel salarial al inicio de la convertibilidad, post-hiperinflación, era ya un 20% inferior al promedio de la década de los ochenta). Si bien desde mediados de 2003 se observa una leve recuperación de los salarios, se observa un fuerte deterioro en relación a los valores medios de la década anterior. Además, hay una fuerte disparidad en la evolución de los salarios reales desde su punto más bajo a comienzos de 2002. Mientras los trabajadores “formales” del sector privado (aquellos que tienen contrato de trabajo, aportes jubilatorios, etc.) son hoy un 3% más bajos (en términos reales) que a fines de 2001, los trabajadores estatales y los “informales” en el sector privado (que en conjunto representan un 70% del total de ocupados) han visto caer sus salarios reales un 30%.
Por otra parte, la recuperación económica ha permitido que el nivel de empleo se incremente sostenidamente desde mediados de 2002. Sin embargo, aun falta mucho para alcanzar los niveles de ocupación de la fuerza de trabajo que prevalecían en el punto más alto alcanzado durante 1998. Además, continúan las tendencias anteriores a la precarización del empleo, pues a pesar de la recuperación del empleo industrial, crecen aceleradamente los puestos de trabajo en actividades informales, precarias, “changas”, etc. Esta dinámica es la que explica la débil reducción en los niveles de precariedad laboral y en la tasa de desocupación, que se encuentra según las últimas estimaciones oficiales en torno al 14% de la población económicamente activa (PEA).
Junto con la acelerada recuperación de la actividad económica, la combinación de ambos movimientos, caída en los salarios reales y recuperación leve del empleo, es lo que explica la caída en la participación de los ingresos laborales en el ingreso total. La contracara de esto es la violenta suba en la participación de las ganancias, rentas (por la propiedad de los recursos naturales) e intereses. De acuerdo con este desempeño en la estructura de ingresos, el impulso al crecimiento continuado solo podría provenir de la inversión y las exportaciones (que se ha convertido en más rentable, en términos potenciales al menos, por la fuerte caída en los costos laborales) así como el consumo de los sectores no asalariados (cuyos gastos representan alrededor de la mitad del consumo global).
Frente a la situación generada en el mercado laboral, el gobierno se encuentra trabajando para controlar los dos principales focos de conflicto. Por un lado, la creciente conflictividad al interior de las grandes empresas (en particular, las privatizadas) y el Estado. Por otra parte, buscando desestructurar la capacidad de confrontación de los sectores piqueteros.
En relación al primer punto, la actitud del gobierno es intervenir directamente buscando contener la protesta en dentro de los carriles “manejables”, otorgando o avalando aumentos de salarios en general de carácter “no remunerativo”. Siempre, sin embargo, estos incrementos salariales “controlados” se concentran en el sector asalariado “formal”, no pocos derrames hacia los estatales y los “informales”.
En lo que refiere a los sectores piqueteros, un punto esencial en la estrategia gubernamental es modificar la lógica del principal instrumento de la política social (el plan JJHD) a fin de limitar la capacidad de organización en torno a ellos. A este fin, iniciaron una política de contención y reducción en el número de planes, mientras que simultáneamente se está preparando una reforma más fundamental: la subdivisión del programa en tres grandes módulos. Primero, el plan Familias, orientados esencialmente a mujeres con más de tres hijos y a ancianos sin jubilación o pensión, cuya contraprestación sería la asistencia escolar y el control sanitario de los niños, bajo responsabilidad familiar. Segundo, el Plan JJHD y el Plan Manos a la Obra serían orientados a aquellos desocupados “empleables”, es decir aquellos que son considerados por el Estado como potenciales asalariados y/o “emprendedores”. Los primeros, futuros asalariados, sería obligados a “demostrar” una actitud proactiva en la búsqueda de empleo, mientras que los últimos deberían participar en proyectos producivos insertos en las “cadenas de valor” de empresas capitalistas.
Al dividir a los beneficiarios de programas sociales, se tornará más dificil la organización reivindicativa de los desocupados. Por otra parte, las mujeres (con hijos) son automáticamente definidas como “in-empleables” por lo que son expulsadas del mercado de trabajo y de actividades de carácter comunitario que habían comenzado a ocupar en el marco del plan JJHD. En tercer lugar, tanto las integrantes del plan Familias como aquellos que queden en el JJHD o el Manos a la Obra, son quienes deben “demostrar” que se esfuerzan para aducar a sus niños, vacunarlos, o buscar trabajo y conseguirlo, restando al Estado la responsabililidad primordial de atender estas cuestiones. Por último, esa responsabilidad que se carga en quienes se encuentran sin trabajo tiene como contrapartida sólo 150 pesos (hasta 200 pesos en el caso del plan Familias); parece muy poco para combatir el flagelo de la pobreza que hoy alcanza a más del 40% de los habitantes de la Argentina.

1.3 Deuda externa.
Uno de los ejes del discurso oficial ha sido la renegociación de la deuda externa. Se afirma que hoy el gobierno “enfrenta” a los acreedores, y que estaría haciendo un gran negocio a través de la reestructuración con quita. Veamos algunos detalles.
Primero, cabe recordar que la cesación de pagos abarcó solo a una porción de la deuda pública. Sólo el 54% de la deuda entró en “default” y está siendo renegociada. El resto (que incluye la deuda con los organismo internacionales de crédito y bonos por compensación a bancos, entre otros) se paga religiosamente. En los últimos dos años, por ejemplo, el gobierno argentino pagó a los OIC uno 8000 millones de dólares (24000 millones de pesos), lo que es equivalente a, por ejemplo, 7 veces lo que se dedica al plan Jefes y Jefes de Hogar Desocupado (JJHD).
Segundo, con la renegociación la deuda externa continuaría siendo de una magnitud considerablemente mayor a la que tuvimos en promedio durante la década pasada. En la actualidad la deuda externa representa aproximadamente 1,5 veces el valor creado en la economía argentina durante un año; luego de la renegociación la misma será equivalente a toda la producción de un año. En la década de los noventa, la deuda externa nunca superó el 55% de la creación anual de valor.
Esto explica que, a pasar de la supuesta buena renegociación, el gobierno está proponiendo alcanzar un superávit primario de 4,5% del PIB. Este superavit es equivalente a los recursos que el Estado Argentino destinará al pago de intereses por su deuda externa. Cabe resaltar que entre 1961 y 2001 el gobierno nacional tuvo un superávit primario en sólo 6 años y sólo en tres de ellos superó el 1% del PIB. Claramente el esfuerzo fiscal que se está haciendo es extraordinario y, más allá del discurso, se encuentra en línea con las exigencias del FMI (3% para 2004). Esto significa que el Estado argentino está dedicando cerca de un 20% de sus ingresos totales a pagar los intereses de la deuda externa, mientras mantiene cuasi-congelados los salarios públicos y continúa desatendiendo sus obligaciones en torno a la salud, la educación, etc.

1.4 Privatizadas, inversión extranjera directa y gran capital
En relación a la política pública en torno a las empresas privatizadas, es cierto que estas no han sido perjudicadas en cierta medida desde la devaluación, en particular dado que sus tarifas se han deteriorado en términos reales (es decir, han subido menos que la inflación).
Sin embargo, esto no significa un cambio global en la política hacia el sector. En principio, cabe recordar que la mayor parte de las empresas privatizadas obtuvo durante los noventa ganancias extraordinarias, y a pesar de ello (o gracias a ello) en su gran mayoría incumplieron con los compromisos de inversión que habían asumido. Por otra parte, en la actualidad en general están obteniendo una rentabilidad positiva por lo que un incremento en las tarifas sólo incrementaría sus ganancias sin garantizar una mejor provisión de los servicios. Los incrementos que se han producido en los últimos meses han implicado, en general, redistribuciones de ingresos desde las empresas beneficiadas con la devaluación hacia las privatizadas, ya que no ha habido aumentos fuertes en las tarifas a los hogares (en particular, producto de las denominadas “tarifas sociales”). Sin embargo, poco implica esto en términos de los ingresos de las privatizadas cuando muchos de los hogares no están pagando por el uso de los servicios y menos podrían pagar con tarifas aumentadas.
La política de participación pública en algunos sectores como teléfonos (re-estatización para re-privatizar) o petróleo (Enarsa), no marca cambios esenciales en la tendencia a dejar sectores estratégicos bajo el control del gran capital. En el primer caso, estaríamos ante una etapa de transición a una nueva privatización, donde el Estado no ha forzado a la anterior concesionaria a pagar el canon adeudado. En el segundo ejemplo, la estrategia es crear una empresa para facilitar la explotación de áreas no explotadas aun (en la plataforma continental, por ejemplo) por parte de capitales privados. Por esta razón, la empresa estatal no estaría en condiciones de efectivamente regular el mercado de combustibles argentino.
Por otro lado, continua en esencial la estrategia de los noventa de convocar, promover e incentivar al capital extranjero a participar en los grandes negociones que permite la Argentina post-devaluación. Los numerosos acuerdos establecidos con naciones asiáticas, en particular con China, no son más que una continuación de la estrategia de privilegiar al capital extranjero, junto con el gran capital “nacional”, en el desarrollo de emprendimientos importantes. Aquí vale hacer una salvedad. El gobierno sigue con la lectura tradicional de que el capital extranjero (a veces se habla del “ahorro extranjero”) es esencial para el desarrollo de una país periférico como Argentina. Esta lectura supone que el capital extranjero provee más que simplemente “dinero” pues si los emprendimientos requieren esencialmente fuerza de trabajo, maquinarías y tecnologías disponibles en el país, no hay motivos para requerir del capital foráneo. Por otro lado, cabe recordar que la inversión extranjera directa (IED) no vendrá a la Argentina con una vocación “solidaria” sino que lo hará para hacer negocios, y que por lo tanto su presencia supone hacia el futuro comprometer una porción creciente de nuestros ingresos para transferir las ganancias de la IED.
En lo que respecta al gran capital local (tanto “nacional” como “extranjero”), han sido estos los más beneficiados por la devaluación del peso. Tanto entre quienes operan y participan en la producción de mercancías exportables (alimentos, combustibles y derivados, esencialmente) como entre quienes participan en la “nueva” sustitución de importaciones, el gran capital es dominante y por lo tanto es quien se apropia mayormente de las ventajas de la devaluación (es decir, de la caída del salario en términos reales y en dólares). Cabe señalar, por ejemplo, que cerca del 75% de las exportaciones son generadas por las 1000 empresas más grandes del país. Aquí vale recordar que aun ahora, esta empresas pueden (legalmente) mantener hasta el 70% de sus ingresos de exportación fuera del país, es decir que mantienen un poder importante sobre la política económica.
Si bien hay un conjunto de pequeñas y medianas empresas (PYMES) que se han beneficiado con la devaluación, en la actualidad son las grandes las más beneficiadas y es lo más probable que en la competencia con las PYMES sean las primeras las que ganen, aun en este contexto más favorable.

2 ¿Una nueva estrategia de “desarrollo”?
La principal diferencia del gobierno actual en términos de política económica se concentra en la política cambiaria (es decir, de regulación del valor del dólar).
Durante la convertibilidad, el valor del dólar se encontraba atado al peso en una relación 1 a 1 y se mantenía relativamente bajo en comparación con la década de los ochenta. En la actualidad, el dólar se encuentra “liberado” del peso, pero el gobierno interviene (a través del Banco Central esencialmente) para sostenerlo en torno a los 3$.
Esta política de “dólar caro”, contrasta claramente con la estrategia de “dólar barato” vigente durante la convertibilidad. Sin embargo, ambas fueron instrumentos de los sectores dominantes para terminar de imponer un nuevo patró de valorización del capital.
Durante los noventa, el “dólar barato” fue esencial para facilitar (junto con otras políticas, como la reducción de aranceles, las privatizaciones, etc.) la “reestructuración regresiva” de la producción en Argentina. La convertibilidad fue parte de la estrategia del capital llevar adelante el ajuste y reorganización de la sociedad que atravezamos en los noventa, y que tuvo como resultado el empobrecimiento masivo de la población, el desempleo explosivo y la precarización general de las condiciones de trabajo.
En la presente década, el “dólar alto” busca aprovechar las “ventajas” creadas durante el período anterior. La debilidad estructural de los trabajadores, consolidada en década previa, es lo que permite aun sostener un “dólar alto” con salarios bajos, los más bajos de la historia argentina reciente. Esta situación es la que permite sostener enormes ganancias a los sectores exportadores (quienes pueden aprovechar las ventajas derivadas de la existencia de recursos naturales en abundancia), mientras simultáneamente los sectores industriales pueden competir en mejores condiciones aprovechando las más bajos salarios.

Wednesday, December 15, 2004

Teoría y práctica de la pluralidad monetaria. Algunos elementos para el análisis de la experiencia Argentina reciente.

Teoría y práctica de la pluralidad monetaria. Algunos elementos para el análisis de la experiencia Argentina reciente.
Por Mariano Féliz (CEIL-PIETTE/CONICET, UNLP)

Fue publicado en: Revista Economía, Teoría y Práctica, 21, 107-133, 2004, Universidad Autónoma Metropolitana, México, ISSN 0188-8250.

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Resumen
El número de monedas que deben circular tanto en el ámbito de un determinado territorio geográfico ha encontrado diversas respuestas teóricas y prácticas. Este trabajo discutir diversas perspectivas que desde la teoría económica buscan discutir el fenómeno de la ‘pluralidad monetaria’.
Luego de una discusión teórica del problema, intentaremos analizar el fenómeno de la multiplicación de monedas en el caso de la Argentina durante los años finales del siglo XX y los iniciales del siglo XXI.
Llevaremos adelante una discusión que intentará echar luz un fenómeno complejo y que no ha encontrado respuestas satisfactorias en la literatura tradicional.

1. Introducción
Durante la segunda mitad de la década de los noventa, la Argentina inició un proceso acelerado de deterioro en la dinámica de su proceso de acumulación de capital (Féliz, 2004; Bonnet, 2002). Luego de algunos años de ‘éxito’, la estrategia económica articulada en torno a la convertibilidad de la moneda doméstica comenzó a mostrar sus límites para sostener el crecimiento económico en el mediano plazo (Féliz, 2004).
Fue en este marco que a medida que la crisis se profundizaba y los distintos niveles del Estado encontraban crecientes dificultades para sostener los servicios y actividades que realizaban, que varios gobiernos, provinciales y municipales pero también el propio gobierno nacional, comenzaron a emitir lo que eran en los hechos ‘monedas paralelas’ que circulaban junto con la moneda nacional ‘convertible’. Este fenómeno adquirió un carácter masivo hacia el año 2001 cuando la crisis entraba en su etapa definitoria. Hacia mediados de 2002, casi 9000 millones de pesos en monedas no convertibles circulaban por el territorio nacional argentino (Schvarzer y Finkelstein, 2003).
Este fenómeno tomó a buena parte de los investigadores y ‘expertos’ sobre temas económicos bastante desprevenidos pues nadie atinó a desarrollar una explicación plausible de qué estaba ocurriendo. ¿Cómo era posible que hubiera más de UNA moneda dentro del territorio nacional?
En general podría decirse que aquellos que analizaban los problemas de la economía política (o como la gran mayoría le dice, de la economía, a secas) ignoraban el problema que el surgimiento masivo de monedas paralelas a la moneda nacional estaba proponiendo. Era difícil comprender porqué era ignorado un fenómeno que aparecía a simple vista tan significativo. Sin embargo, a partir de que la crisis del capitalismo argentino se profundizaba y comenzaban a surgir otras experiencias de ‘contestación’, ‘cuestionamiento’ o rebeldía contra las instituciones tradicionales de la economía, se hizo más claro el porqué de tal dificultad para analizar científicamente el problema.
La negativa del ‘mainstream’ de la economía en Argentina a reconocer la relevancia de los fenómenos que, como las múltiples monedas no convertibles , estaban cuestionando las ‘incuestionables leyes de la economía’ tenía que ver con su incapacidad para poder pensar el mundo social más allá del capital o de aceptar la posibilidad siquiera de una crisis profunda de las relaciones capitalistas. No podían ver en la rebelión más que ‘desorden’, no podían encontrar en la imaginación popular más que ‘irracionalidad’. Sin embargo, había mucho más allí. Las monedas paralelas estatales (usualmente denominadas ‘cuasi-monedas’) expresaban la profundidad de la crisis que atravesaba el capitalismo argentino y toda una forma de uso capitalista del dinero (expresado de manera paradigmática en la ley de Convertibilidad ).
Esta negativa de la ‘ortodoxia’ económica a discutir en profundidad el problema de la multiplicación de las formas de circulación monetaria no implicaba, sin embargo, que no hubiera elementos en el ámbito de la economía política como para abordarlo. Desde varias perspectivas teóricas esta temática había sido tratada, por supuesto que con mayor grado de profundidad que los apologistas del TINA (‘there is no alternative’) o ‘pensamiento único’. Podemos afirmar que, en términos generales, la discusión giraba en torno a definir el número ‘óptimo’ de monedas que deberían circular en un espacio geográfico determinado y la forma en que esa circulación monetaria debía regularse o gestionarse.
En este artículo presentaremos tres enfoques sobre el problema del dinero y la discusión sobre el número ‘óptimo’ de monedas. Por un lado, la teoría neoclásica tiene como su principal marco conceptual la llamada teoría de las ‘áreas monetarias óptimas’ (AMO). En segundo lugar, tenemos la vertiente postkeynesiana que abrevando en el propio Keynes sostiene la posibilidad de constituir un sistema monetario pluralista que combine monedas de circulación regional junto con una moneda común para los intercambios interregionales (el ‘bancor’). Por último, presentaremos una crítica marxista del fenómeno del dinero y la pluralidad monetaria, enfocando en el papel que el dinero tiene en la estructuración de las relaciones social. A partir de este último enfoque, analizaremos y comentaremos en particular el fenómeno de las monedas paralelas estatales o ‘cuasi-monedas’ en Argentina.
Nuestra hipótesis de trabajo es que si bien tanto el enfoque neoclásico como el pos-keynesiano son capaces de proponer una solución técnicamente adecuada al problema de la cantidad de monedas son incapaces de dar cuenta de la crisis del dinero y de su expresión en la pluralidad monetaria. Por el contrario, la lectura marxista permite dar cuenta de la la pluralidad monetaria como lo que es, una expresión de la crisis del proceso de valorización de capital.
2. ¿Es Argentina un ‘área monetaria óptima’?
Desde la teoría económica neoclásica uno de los marcos de análisis más tradicionales en respecto a la pluralidad monetaria fue propuesto por Mundell (1961). Su teoría de las llamadas ‘áreas monetarias óptimas’ (AMO) buscaba definir las características que debía tener un determinado espacio geográfico para hacer conveniente la utilización de una sola moneda adentro de él (o mantener un tipo de cambio fijo entre distintas monedas, lo cual sería equivalente). Los objetivos centrales a tener en cuenta serían (1) el mantener balanceadas las transacciones económicas de la región con el ‘resto del mundo’ y (2) mantener el pleno empleo de los recursos. Si bien la teoría de las AMO fue pensada en principio en el marco de los Estados-nación como unidades de análisis y por lo tanto la discusión gira en torno al número de monedas (o áreas monetarias) ‘optimas’ a escala global, entendemos que este mismo marco puede aplicarse a la discusión al interior de un país.
2.1 El dinero como ‘comodín’
El enfoque de las AMO se sostiene en el típico análisis neoclásico del dinero. Según esta lectura, el dinero actúa fundamentalmente como un medio para facilitar intercambios que serían esencialmente relaciones de ‘trueque’ . Es decir, el dinero permitiría facilitar los intercambios que se realizan de manera descentralizada al superar las restricciones que existen para la realización del trueque directo. En efecto, el dinero permitiría evitar el cumplimiento inmediato de la llamada condición de ‘doble coincidencia simultánea de necesidades’ (Kyotaki y Wright, 1989). Para la teoría neoclásica, será dinero aquella ‘cosa’ que sea comúnmente utilizada para facilitar el intercambio de productos. En efecto, tal cual lo señalaba Wicksell (1901), en la perspectiva neoclásica de las funciones de la moneda sólo la de ser medio de cambio es verdaderamente característica de la misma. En consecuencia, en la teoría neoclásica el dinero se piensa básicamente como un artilugio para facilitar los intercambios, algo que permite resolver algunos inconvenientes de carácter técnico (Borges Neto, 2000).
2.2 Dinero y precios relativos. La teoría de las áreas monetarias óptimas.
Con el trasfondo teórico de la visión neoclásica del dinero, en la preocupación de Mundell la cuestión central era definir cuál sería el medio más eficaz para conseguir que se produjeran los ajustes necesarios en el caso de un desbalance sostenido en el intercambio entre dos regiones y consecuentemente un desequilibrio en la utilización de los recursos productivos de una de las mismas con relación a la otra. Estos ajustes requerirían una variación en los ingresos reales (y en particular, en los salarios) que permitieran corregir los precios relativos y así equilibrar el comercio entre regiones. Si entre dos regiones existiera un desequilibrio en el intercambio bilateral, en la región superavitaria tenderían a desarrollarse presiones inflacionarias mientras que en la otra región (deficitaria) se producirían tendencias a la deflación (y por ello, al menos en el corto plazo, subempleo de ‘recursos productivos’).
La cuestión fundamental sería definir si este ajuste podría ser obtenido a través de caídas nominales en salarios y precios en la región deficitaria y por lo tanto si era razonable tener una misma unidad monetaria en ambas regiones, o si por el contrario convendría tener una moneda distinta en cada región y realizar el ajuste de precios por la vía de una variación en el tipo de cambio entre la moneda regional y el resto de las monedas ‘del mundo’ (de la otra región).
Claramente, Mundell supone la vigencia de la dinámica de las ventajas comparativas entre regiones y por ello deduce que la flexibilidad de precios (y salarios) de manera directa, o indirectamente a través variaciones del tipo de cambio, permitirán equilibrar el comercio inter-regional. Esta teoría, adelantada por David Ricardo y desarrollada por J. S. Mill y la corriente neoclásica, sostiene que todas las regiones del mundo podrán especializarse en algún tipo de producción en la cual sean ‘relativamente’ más productivos. En consecuencia, según esta perspectiva el libre comercio entre regiones es beneficioso para todas ellas pues cada región siempre podrá producir alguna mercancía y ocupar así todos los recursos productivos disponibles. Esta lectura supone que el problema de los desequilibrios en los intercambios comerciales inter-regionales son el producto de desajustes en los precios: los territorios deficitarios tendrían niveles de precios ‘excesivamente’ elevados lo cual los tornaría ‘poco competitivos’. La discusión sería entonces cómo lograr la corrección en los precios: esperando el ‘ajuste de mercado’ que deflacione la región deficitaria o permitiendo la depreciación de su frente al resto del mundo de forma tal de reducir el precio de sus productos (expresados en la moneda de las otras regiones).
Según Mundell, si entre las regiones existiera la suficiente movilidad de recursos o ‘factores productivos’ (tanto de ‘capital’ como de trabajo) los ajuste se producirían por esa vía. Los ‘factores desocupados’ se desplazarían desde la región deficitaria para su utilización productiva en la región superavitaria. Si tal desplazamiento no fuera posible, la existencia de dos monedas y consecuentemente la posibilidad de la depreciación relativa de la moneda de la región deficitaria sería el medio adecuado para conseguir el ajuste requerido. Cuanto mayor fuera el tamaño del espacio geográfico, menor sería la flexibilidad y movilidad de factores por lo que, en cualquier caso, ‘el área monetaria óptima’ no sería el mundo (Mundell, 1961). Es decir, aun en el caso más extremo, habría más de una moneda en el planeta.
McKinnon (1963) y Kenen (1969) vinieron a complementar y completar esta interpretación. El primero puso énfasis en el rol de la apertura de una región a los intercambios con la otra región. Una mayor apertura comercial y financiera, requerirían por parte de la región deficitaria un ajuste de mayor magnitud en el tipo de cambio para corregirlo y por los costos que ello tiene, mayor sería la conveniencia de mantener una moneda común y promover los ajustes en los precios y salarios directamente. Kenen, por su parte, señalaba que es muy importante tener en cuenta la movilidad inter-industrial de factores. Cuanto mayor fuera la diversidad de la producción en cada región, menor podría ser la persistencia de los desequilibrios y por consiguientes menores los costos de sostener una moneda común con la otra región.
La decisión de una región (país, provincia, ciudad, aun un espacio geográfico más pequeño) de mantener o no una moneda común con otras regiones dependería, en consecuencia, de (1) el grado de movilidad de factores al interior del conjunto de regiones (es decir, entre las regiones), (2) del grado de integración económica de las regiones, y (3) del grado de diversidad de la producción al interior de cada región.
Posicionándonos desde esta perspectiva, podríamos afirmar que en la experiencia Argentina de fines del siglo XX, la aparición (o creación) de (cuasi)monedas regionales estaba cuestionando el hecho de que el país fuera efectivamente un ‘área monetaria óptima’ y que por lo tanto fuera conveniente la existencia de una sola moneda en su interior. En efecto, muchas de las (cuasi)monedas regionales se depreciaron rápidamente ni bien entraron en circulación. Esta depreciación se hacía aparente tanto en el mercado cambiario (o en el ‘mercado paralelo’ de dinero) como en la esfera comercial dónde las mercancías tenían un precio mas reducido si eran pagados en la moneda nacional.
La presencia de importantes diferencias en las estructuras productivas y niveles de desarrollo regionales así como la escasa movilidad interregional de ‘factores productivos’, en particular la limitada (aunque no nula) movilidad de la fuerza de trabajo , pondrían en duda la viabilidad y conveniencia de la unicidad monetaria en el conjunto del país.
En consecuencia, si la creación de monedas fuera una decisión esencialmente técnica, vinculada a la ‘optimalidad’ de los ajustes de mercado, podrían sostenerse desde el ángulo de la teoría de las AMO las ventajas de crear monedas múltiples en el territorio nacional argentino.
Sin embargo, si bien la visión de las AMO aporta elementos que permitirían sostener la posición de los defensores de la creación de monedas sub-nacionales en Argentina, el argumento de Mundell y sus seguidores se apoya básicamente en el supuesto de que los desequilibrios comerciales inter-regionales son causados por precios ‘fuera del equilibrio’, producto de rigideces nominales (en precios y/o salarios). Es decir, supone que si los precios fueran ‘plenamente flexibles’ las regiones de un país, por ejemplo, se especializarían según sus ventajas comparativas, corrigiéndose eventualmente los desequilibrios comerciales inter-regionales.
Sin embargo, frente a diferencias en los niveles de desarrollo de las regiones, los desequilibrios en los flujos comerciales entre regiones podrían ser persistentes en tanto sea la rentabilidad del capital la que regule la organización de la producción y los intercambios (Shaikh, 2000). El enfoque neoclásico supone que los precios de las mercancías se ‘determinan’ en el mercado por la interacción de la oferta y la demanda, sin tener en cuenta el real funcionamiento de la competencia en el capitalismo. En realidad, los precios de mercado ‘oscilarán’ en torno a los precios de ‘precios de producción’, aquellos que permiten tender a equipar las tasas de ganancia en las distintas ramas de la producción (Shaikh, 2000). En tal situación, los mismos serán relativamente fijos (determinados esencialmente por la productividad laboral, los salarios reales y la tendencia a la ecualización tendencial de las tasas de ganancia (Ver Shaikh, 2000; Guerrero, 1995).
Desde este punto de vista, las monedas locales podrían en todo caso actuar como instrumentos para ‘facilitar’ la reducción de los salarios reales a través de su depreciación relativa (y sólo muy excepcionalmente facilitar los incrementos en la productividad del trabajo) como medio para reducir los costos unitarios de producción (Shaikh, 2000) pero de ninguna manera solucionarán per se los desequilibrios asociados a la organización capitalista de la actividad productiva . La devaluación de la moneda local sólo sería eficaz para ‘corregir’ los desequilibrios en el intercambio inter-regional si y sólo sí consigue reducir el nivel de salarios reales y/o aumenta la productividad laboral en la región cuya moneda se deprecia, algo que no es evidente que deba ocurrir (Shaikh, 2000). Caso contrario, los precios relativos (precios internos a la región/precios del resto de las regiones) no variarán a mediano plazo gracias a la devaluación y por tanto el desbalance comercial permanecerá, pues tienen un carácter estructural.
Por otra parte, aun si pudiera explicar la ‘optimalidad’ (teórica) de la creación de monedas regionales, la teoría de las AMO no permite, en principio, dar cuenta de su expansión en el contexto particular de la Argentina. Es esencialmente propuesta de tipo normativo, pero que no provee elementos para comprender la dinámica real de la pluralidad monetaria.
3. La nación como ‘mosaico de monedas’
Frente a la propuesta neoclásica que sostiene la discusión teniendo como punto de referencia la optimalidad de los ajustes a través del ‘mecanismo de los precios’ y la neutralidad de la moneda, desde el campo post-keynesiano se han avanzado elementos de lo que podría denominarse una teoría ‘estatal’ del dinero.
3.1 El dinero como criatura del Estado
Mientras que la corriente neoclásica aceptó la proposición smithiana de que la función del dinero es servir como medio de cambio (en lo que serían intercambios que en esencia son actividades de trueque), en su Tratado sobre la moneda de 1930, Keynes cuestionó directamente esta posición al señalar que el dinero sólo puede existir en relación a una moneda de cuenta. En consecuencia, la parábola clásica sería simplemente un relato sobre relaciones de trueque privado y accidental, realizadas en una sociedad en la cual el intercambio no es una instancia regular de la vida económica. En esa historia no tendría ninguna relación con el desarrollo del dinero como una institución sistémica y por lo tanto, social (Clarke, 1988: 83).
Según la posición post-keynesiana, el dinero en su función como unidad de cuenta y, en particular, los contratos legalmente ejecutables expresados en términos de esa unidad de cuenta cumplen en el capitalismo un papel central al permitir reducir la incertidumbre asociada a la no-ergodicidad del mundo (Davidson, 1994) . Decía Keynes que el deseo de poseer dinero como una reserva de riqueza es un barómetro del grado de la desconfianza de las personas a sus propios cálculos y convenciones en relación con el futuro. La posesión de dinero calma esa inquietud (Keynes, 1937). En consecuencia, los actores económicos buscarán atesorar dinero con el objetivo de incrementar su liquidez, esto es para aumentar su habilidad para cumplir con sus obligaciones contractuales cuando vencen.
En cuanto la incertidumbre es introducida en el análisis, el dinero ya no es más simplemente un ‘lubricante’ de lo que son esencialmente relaciones de trueque. En efecto, como la incertidumbre y la ignorancia provoca incertidumbre sobre los precios presentes y futuros, todas las relaciones económicas son distorsionadas y por lo tanto la operación de los mercados también (Clarke, 1988: 83).
Con este señalamiento, Keynes estaba indicando la precedencia de la función del dinero como ‘unidad de cuenta’ frente al uso de la moneda como medio de cambio. En este sentido, señaló la preeminencia del Estado en la designación de aquello que actuará como el estándar que corresponderá a la moneda de cuenta. En cuanto a la forma por la cual el Estado adopta una unidad de cuenta, Davidson señala la importancia de la legislación que establece la moneda de curso legal forzoso (Davidson, 1994: 102). Knapp, por su parte, indica que para que una determinada cosa pueda actuar como unidad de cuenta no alcanza con que sea definida como tal por la legislación, sino que es necesario que sea aquella cosa que será aceptada como pago de impuestos (Knapp, 1924). En concordancia con esto último, Lerner señalaba que por sí sola la declaración legal de que ‘algo’ debería ser utilizado como dinero no lo convierte en tal (Lerner, 1947).
3.2 Argentina ¿unión de pagos?
Así, con esta lectura ‘institucional’ del papel del dinero y frente al esquema analítico de la teoría de las AMO, se encuentra la propuesta realizada por Keynes de pensar un esquema de Unión de Clearing Internacional [Unión de Pagos Internacional, UPI] (Keynes, 1980: 176). Si bien, al igual que el análisis de las AMO, la propuesta fue pensada originalmente desde una perspectiva internacional, no hay motivos por los cuales no podría aplicarse el razonamiento al análisis de la aparición de monedas locales (sub-nacionales).
La propuesta original de Keynes era establecer un sistema de monedas nacionales con tipo de cambio fijo (pero alterable) junto con restricciones al movimiento de capitales. A esto se sumaría la creación de una moneda bancaria internacional, el ‘bancor’. De acuerdo con Davidson (1994) tal propuesta buscaría (1) prevenir la falta global de demanda efectiva (la cual sería una tendencia implícita del sistema actual), (2) proveer un mecanismo automático para poner el peso del ajuste sobre los países superavitarios (y no, como en la perspectiva neoclásica tradicional, sobre los países en déficit), (3) dar a los países la capacidad de monitorear y controlar el flujo de capitales, y (4) expandir la cantidad disponible de activos líquidos (es decir, dinero).
En ese esquema, los países (regiones) superavitarios se obligarían a gastar sus excedentes externos en productos de aquellos que fueran deficitarios tanto través de la compra de productos como de la inversión directa o la transferencia unilateral de fondos mientras que los gobiernos serían los que controlarían la moneda inter-regional (‘bancor’) limitando la posibilidad de especulación con relación a la misma.
Desde nuestro punto de vista, la propuesta podría trasladarse al nivel de un país, pensando la moneda nacional como símil del bancor. En tal esquema, las monedas locales estarían asociadas entre sí a través de una moneda nacional mientras que las regiones más avanzadas deberían gastar sus excedentes en las regiones deficitarias de manera de alimentar allí la demanda de productos. Esa obligación de gastar por parte de las regiones superavitarias debería ser establecida en una regla que actúe de manera automática.
En realidad, la propuesta post-keynesiana hace transparente la política de redistribución de recursos por vía de la política fiscal usualmente utilizada por los Estados nacionales con moneda única. En la Argentina, la ley 23548 (de “Coparticipación Federal de Impuestos”) establece un mecanismo de redistribución automática de recursos monetarios. El Estado nacional actúa como agente de recaudación de una serie de impuestos y luego distribuye esos ingresos entre las distintas provincias sobre la base de criterios diversos que incluyen en particular indicadores de desarrollo productivo y población (Cuadro 1).

[Cuadro 1 por aquí]

En efecto, la política de gasto del Estado federal actúa como un mecanismo de compensación pues las regiones productivamente más atrasadas reciben fondos del Estado nacional sin contrapartida. Este es el mecanismo que garantiza que las regiones superavitarias compensen a las regiones deficitarias . Podría decirse, que esa es la contracara necesaria de la unión monetaria en condiciones de desequilibrios estructurales.
Sintéticamente, Davidson (1994: 245) sugiere que a nivel del espacio de un Estado nacional existirían, al menos, tres alternativas para sostener, y financiar, los desequilibrios interregionales: (a) la política fiscal del Estado puede ‘reciclar’ ingreso y balances monetarios desde las regiones superavitarias hacia las regiones deficitarias, (b) transferencias unilaterales (privadas y/o estatales) de recursos, o (c) la acción del Banco Central como ‘prestamista en última instancia’.
A diferencia de la propuesta de la AMO, la idea del UPI deja librado a la decisión política (y no a una definición técnica) la creación de monedas nacionales (y regionales) mientras que busca establecer, también por decisión política, un mecanismo de compensación de los desequilibrios estructurales antes que recostarse sobre los supuestos mecanismos automáticos del mercado.
4. La disputa por los usos del dinero
Más allá de sus diferencias teóricas (sustanciales, por cierto) tanto el criterio neoclásico como el post-keynesiano se proponen como opciones ‘técnicas’ para sostener el nivel de actividad económica en una región productivamente atrasada.
La visión de la AMO supone que el establecimiento de espacios geográficos en los cuales circula una moneda específica debe orientarse a facilitar el funcionamiento de los mercados. Esto significa que lo que se busca es compensar las ‘rigideces’ en los precios, y en particular en los salarios, a partir de la posibilidad de que la moneda regional se deprecie en relación a otras monedas, reduciendo los precios locales medidos en una moneda común logrando, eventualmente, la corrección de los desequilibrios comerciales y financieros regionales (bajo el supuesto de que la competencia entre capitales entre regiones con diferentes monedas se rige bajo el esquema de ventajas comparativas y por lo tanto ‘los mercados’ tienden a equilibrar el balance comercial de las regiones/países). Por su parte, la propuesta post-keynesiana supone que las monedas regionales deben complementarse con algún mecanismo nacional de redistribución de recursos. Ese mecanismo podrá ser fiscal o monetario, pero permitía sostener en el tiempo la actividad económica en las regiones con déficit en los intercambios comerciales. En este caso, los desequilibrios estructurales no se corregirían sino que simplemente se compensarían.
Sin embargo, ambas alternativas se proponen como soluciones meramente técnicas que ignoran (caso neoclásico) o presuponen (caso post-keynesiano) la existencia de entidades políticas que sostengan la constitución de una moneda. Además, presentan como simples ‘rigideces’ a la negativa de los trabajadores de aceptar una caída en sus estándares de vida frente a la necesidad del capital (es decir, a su necesidad de maximizar su tasa de ganancia). Por último, ambas aproximaciones teóricas suponen que el surgimiento de una moneda en un territorio particular es una cuestión meramente ‘técnica’ en un sentido restringido; la cuestión sería simplemente determinar la ‘optimalidad’ de una particular arreglo monetario.
En el fondo, ambos enfoques buscan proponer una respuesta ‘racional’ al problema de la moneda (¿cuántas monedas debe haber? ¿cómo debería gestionarse el dinero?). Y sin embargo, ninguna de las dos teorías puede dar cuenta de la crisis del dinero y de su expresión como multiplicación de monedas. Esto resulta de su limitada comprensión del carácter del dinero en la economía capitalista.
4.1 El dinero como capital
En una economía capitalista el dinero no es un simple medio de cambio ni solamente una unidad de cuenta, sino que, como señalaba Marx, el dinero expresa la relación social de capital. En el capitalismo el dinero expresa no sólo las relaciones entre compradores y vendedores sino que también refleja la relación entre propietarios y no-propietarios de los medios de producción. En el sistema capitalista, el capital expresa una nueva relación económica, que se basa en la relación de valor, es decir en el dinero, pero no coincide con ella (Germer, 1997). Mientras que el dinero es valor como cristalización del trabajo social, algo materialmente estático, por su parte, el capital expresa valor en expansión, esto es trabajo social en movimiento (Germer, 2002). En el capitalismo, en consecuencia, el dinero se encuentra dominado por el capital.
Esto significa que el dinero es la expresión más general del valor, es la forma en la que el valor creado por la sociedad se presenta. Pero el dinero es más que eso. Debido a que las relaciones sociales fundamentales se encuentran mercantilizadas y por lo tanto monetizadas, el dinero es un medio de control de la actividad humana. La disputa histórica en torno a las políticas estatales por el control de la gestión del dinero y la discusión filosófico y político-económica que la acompañó, pueden comprenderse en esos términos: como la búsqueda de los mejores medios para asegurar el papel del dinero como momento esencial para la producción y reproducción de las relaciones de capitalistas de producción (Cleaver, 1995: 30). Por un lado, esta disputa se expresó históricamente en la oposición contra el fetichismo monetario mercantilista que ponía el eje sobre la ‘acumulación’ de dinero-oro antes que en su utilización ‘productiva’ (Cleaver, 1995: 31). Así, las discusiones de David Ricardo, entre otros, a favor de la convertibilidad del dinero al oro apuntaban contra un cierto ‘populismo monetarista’ que buscaba poner el dinero a merced de las necesidades de los capitales particulares (a partir de, por ejemplo, políticas de crédito ‘blando’ o crédito sin interés) pero que contrariaba los intereses del capital en su conjunto. En efecto, el patrón oro buscaba establecer severas restricciones a la discrecionalidad en la emisión monetaria e impondría a su vez la disciplina sobre las finanzas públicas. Por otra parte, la centralización del poder monetario buscaba controlar las exigencias de la clase trabajadora que históricamente ha rechazado el uso capitalista del dinero – del dinero como capital – buscando utilizarlo con propósitos que se oponían objetivamente a la reproducción de su control sobre el trabajo (Cleaver, 1995: 31). La imposición del poder del dinero requiere tanto la imposición universal de las relaciones monetarias como el establecimiento de un patrón monetario único y estable. Frente a estos intentos de imponer el ‘uso capitalista del dinero’, los trabajadores siempre han luchado tanto exigiendo crecientes niveles de remuneración (los cuales permitirían, potencialmente, generar mayor tiempo libre, disponible para la realización de la vida ‘más allá del capital’) y buscando medios de reproducción que cuestionan las relaciones capitalistas de producción (a través de la creación de cooperativas de trabajo, mutuales, bancos sociales o cooperativas de crédito, etc.).
En definitiva, el dinero es, en la sociedad capitalista, un medio para el control de la sociedad. Es más, es un medio para organizar a la sociedad en torno a la necesidad del capital de producir y expandir el valor. Sólo en tanto las relaciones sociales son efectivamente monetizadas y el ‘mercado’ se ubica como principal mediación social, puede el capital controlar el conjunto de la reproducción de la sociedad. El dinero, en su tendencia a autonomizarse como capital, aparece “como supremo poder a través del cual la reproducción social se subordina a la producción del capital” (Bonefeld, 1995: 70).
5. De la moneda única a la pluralidad de monedas
La convertibilidad fue parte de la estrategia de los sectores dominantes del capital en Argentina para controlar la actividad humana (el trabajo) a través de la constitución de un régimen monetario que potenciaba la ‘violencia de la moneda’ (Aglietta y Orleán, 1990) al imponer la ‘violencia de la estabilidad’ (Dinerstein, 1997). La constitución del régimen de convertibilidad establecía una nueva forma de violencia capitalista ya que, en tanto la ‘estabilidad’ de precios se ponía como objetivo absoluto a ser priorizado y todo lo demás (el empleo, la igualdad distributiva, etc.) aparecía como sacrificable para mantenerla. Esta violencia se expresó en el creciente incremento del desempleo, el aumento en la precarización de las condiciones de trabajo, la creciente intensificación del trabajo, el aumento de la alienación en el mismo, etc. (Battistini, Deledicque y Féliz, 2002).
A través del programa de convertibilidad, el Estado buscaba asegurar la reproducción de la sociedad dentro del marco capitalista asegurando el poder del dinero y la vigencia del Estado de derecho (es decir, de la ley), los cuales a su vez son el presupuesto de su propia existencia (Clarke, 1988: 46). El Estado pretendía conseguir así la subordinación mutua de la sociedad civil y el propio Estado a esos poderes sociales ‘neutrales’. En los noventa, la limitación a la libertad del Estado para la emisión de moneda ‘sin respaldo’ junto con la ‘independencia’ del Banco Central aparecieron como las formas institucionales más adecuadas de expresión del poder del capital sobre la sociedad a través del dinero y el derecho. La convertibilidad monetaria ‘ataba de manos’ al Estado frente a las demandas de los trabajadores y sectores particulares del capital, estableciendo a su vez la primacía del capital en general. Por otra parte, la ‘independencia’ del BCRA sólo significaba que la prioridad número uno sería ‘conservar el valor (internacional) de la moneda’, es decir priorizar la movilidad sin costos para el capital (valor en movimiento) por sobre otros objetivos (tales como el nivel y la calidad del empleo o los niveles salariales).
Sin embargo, la estrategia de la convertibilidad comenzó a entrar en crisis hacia comienzos de 1998 (Féliz, 2004). La estrategia que había sido ‘exitosa’ para el capital a los fines de reestructurar dramáticamente la organización social de la producción en Argentina (Féliz y Pérez, 2004; Féliz, 2004b) comenzaba a mostrar sus límites.

[Cuadro 2 aquí]

[Gráfico 1 aquí]

La crisis del régimen de gestión de la moneda que aparecía como ‘insustituible y eterno’ (la Convertibilidad ) comenzó a violentar las bases mismas de las instituciones que permitían la producción y reproducción del capital como un todo.
La crisis del capital, es decir la imposibilidad de reproducir a escala ampliada el valor adelantado, comenzaba a expresarse como ‘fuga de capitales’ y por lo tanto como ‘huida del dinero’ nacional a una representación más universal del dinero, la moneda mundial (el dólar). Así, la crisis del capital se expresaba como ‘crisis monetaria’ y luego se expresaría como ‘crisis política’ , pero ambas eran expresiones de la imposibilidad de continuar de manera rentable la expansión de la producción en condiciones capitalistas en el marco institucional de la convertibilidad.

[Cuadro 3 aquí]

De manera creciente, la crisis ‘económica’ dejaba ver la contradicción implícita en la necesidad de que el Estado aparezca como reflejando, como señalaba Marx, un “ilusorio interés general” de la sociedad frente a los intereses particulares (Clarke, 1988: 45). Así, sostener el régimen de convertibilidad monetaria se presentaba como una necesidad para defender el interés de todos, mientras en los hechos actuaba (cada vez de manera más evidente) como un medio para garantizar solamente el interés del capital-en-general a la vez que cuestionaba la existencia de los propios capitales individuales y la reproducción de los trabajadores. Esta contradicción asumía la forma de una creciente oposición entre el capital financiero por un lado y el capital productivo (y el trabajo) por el otro.
El aumento en la inestabilidad social y política provocada por la crisis del capital estaba creando una situación de cuestionamiento cada vez mayor a las ‘instituciones’ del Estado. La fuga del capital que se expresaba en una creciente contracción monetaria estaba teniendo fuerte impacto negativo en la recaudación impositiva (en particular, de los gobiernos sub-nacionales) y el cierre del crédito voluntario, tornaba cada vez más difícil sostener la actividad estatal.

[Cuadro 4 aquí]

Como el gobierno nacional había abjurado de la potestad de emitir moneda libremente y, a diferencia este último, los estados sub-nacionales no tenían esa potestad, en principio sólo quedaban el endeudamiento y la suba de impuestos (y/o reducción del gasto público) como los únicos instrumentos disponibles; la estrategia de contraer el gasto público se convertía cada vez más en políticamente inviable. La crisis se profundizaba y los distintos niveles del Estado tenían crecientes dificultades para hacer frente a sus obligaciones. La crisis fiscal hacía cada vez más difícil a los gobiernos pagar los salarios de sus empleados y mantener los niveles y la calidad de la provisión de bienes públicos, creando un clima de creciente descontento y beligerancia popular (Bonnet, 2002).
Frente a la crisis, tanto el gobierno nacional (dentro de las limitaciones que la propia convertibilidad establecía) como algunos gobiernos sub-nacionales (provinciales y municipales) comenzaron a aplicar políticas que les permitieran contrarrestar una situación que estaba poniendo en entredicho la legitimidad de las propias instituciones estatales. Ante la imposibilidad real de continuar endeudándose y las crecientes dificultades para contener el déficit fiscal y el conflicto social en el marco de una crisis que se profundizaba, durante el año 2001 varios gobiernos sub-nacionales ganaron para sí de manera unilateral la potestad de emitir una moneda propia .
El mismo Estado nacional había comenzado a mediados del año 2001 a ‘violar’ la convertibilidad emitiendo una moneda no-convertible, el LECOP (Letras de Coparticipación) con las cuales cubría sus obligaciones legales con las provincias y para hacer frente al creciente conflicto presentado por los trabajadores (en particular, aquellos organizados en los novedosos movimientos de trabajadores desocupados) .

[Cuadro 5 aquí]

Las monedas provinciales, municipales y el LECOP nacional fueron llamadas cuasi-monedas para distinguirlas de la moneda nacional ‘oficial’ o de curso legal (convertible) pues eran asimilados a bonos de deuda (ya que en general, y a diferencia del peso-convertible, las cuasi-monedas tenían un rendimiento nominal positivo pues pagaban un interés ) pero se emitieron en denominaciones bajas y más allá de su denominación usual (‘Patacón’ en el caso de la provincia de Buenos Aires, por ejemplo) la unidad de cuenta continuaba siendo la moneda convertible (de curso legal) emitida por el Estado nacional. El caso más impactante de emisión de cuasi-monedas fue del gobierno de la provincia de Buenos Aires que alcanzó a tener a mediados del año 2002 una circulación de cerca de 3400 millones de Patacones (pesos); esto era equivalente a 1,3% del valor bruto de producción de la provincia y un 7,9% de los ingresos fiscales del Estado provincial (Schvarzer y Finkelstein, 2003).
Si bien a lo largo del texto nos hemos referido a las monedas sub-nacionales como ‘cuasi-monedas’ lo hemos hecho básicamente por una cuestión de convención, de sostener la denominación que comúnmente se le daba a las mismas. Sin embargo, podemos afirmar que las mismas eran de hecho ‘monedas’ con todas las letras: en todos los casos eran utilizadas como medio de pago y de circulación de mercancías, a la vez que eran vistas como reserva de valor o expresión de poder de compra. Además, en muchos casos las ‘cuasi-monedas’ eran aceptadas para el pago de impuestos provinciales (en la provincia que las había emitido). En algún caso, como el del Patacón, se creó un sistema de cuentas bancarias (en el ámbito del Banco del estado provincial, el Banco de la Provincia de Buenos Aires) para realizar depósitos y pagos en esa moneda sub-nacional. En efecto, las monedas regionales argentinas operaron como medios para llevar adelante el proceso de producción y reproducción del capital en la escala restringida de sus esferas de influencia.
A través de la multiplicación de monedas paralelas estatales, muchos gobiernos sub-nacionales y hasta del propio Estado nacional, apuntaban a sostener la actividad económica en espacios acotados esencialmente a la geografía de la provincia (o municipalidad) emisora y al conjunto del país en el caso del LECOP. A su vez, a partir de la emisión de sus propias monedas, los niveles sub-nacionales del Estado buscaron sostener su legitimidad frente a la población .
6. Crisis, convertibilidad y pluralidad monetaria
Mientras interesaba al capital como un todo que el Estado nacional tuviera el control monopólico de la emisión de moneda en las condiciones establecidas por la convertibilidad, el mismo régimen se había constituido ahora en una barrera a superar. El programa de convertibilidad no sólo había dejado de contribuir a garantizar las condiciones necesarias para sostener la acumulación de capital sin la intervención directa del Estado sino que creaba serias limitaciones a las políticas públicas orientadas a sostener la acumulación de capital.
Si bien la convertibilidad no era ‘la’ causa de la crisis de acumulación, era una estrategia de gestión monetaria que exacerbaba las contradicciones de la crisis. La convertibilidad creaba las condiciones para que la crisis de valorización asumiera una forma particular, la forma de la pluralidad monetaria, pero no había sido ella la que motivó la crisis.
La convertibilidad había sido un instrumento útil al capital para reestructurar las relaciones de producción en la Argentina (Féliz y Pérez, 2004) ahora se convertía en una traba para corregir los desequilibrios que la propia reestructuración había generado: una creciente capacidad productiva sin una expansión correlativa de la demanda de bienes y servicios. (Féliz, 2005). El ajuste suponía un proceso de devaluación del capital, junto a una centralización y concentración del mismo. Sin el instrumento de la depreciación de la moneda, tal proceso suponía la deflación generalizada de precios y la quiebra de empresas (devaluación del capital) por esos medios. Pero mientras ese proceso se producía, la crisis de la relación de capital (crisis producto de las dificultades para la valorizar del valor, es decir de conseguir una tasa de ganancia adecuada) traducía en una creciente crisis ‘económica’.
Como contraste, las estrategias encaradas por el Estado-en-crisis (en particular, por los gobiernos sub-nacionales) mostraron la potencia que resulta de tener una moneda liberada de tales restricciones, aún dentro del régimen de producción capitalista. La pluralidad monetaria mostró como era posible sostener una forma diferente de gestión del dinero. La multiplicación de las monedas paralelas reflejó las dificultades que el capital tenía para garantizar sus necesidades (su necesidad de expansión ilimitada) frente a una población que resistía la imposición de los ajustes salariales y presupuestarios . La multiplicación de las ‘caras’ del dinero fue la expresión del resquebrajamiento que la convertibilidad-en-crisis provocaba en el conjunto del territorio nacional.
7. Conclusiones
Distintas teorías económicas buscan dar respuesta a la pregunta de cuántas monedas deberían circular en un determinado espacio geográfico. En particular, tanto la visión neoclásica (apoyada en la propuesta pionera de Mundell) como el enfoque post-keynesiano, presentan respuestas que pretenden ser técnicamente sólidas. Sin embargo, ninguna puede dar una respuesta eficaz a la creación concreta de monedas paralelas, sub-nacionales, en una coyuntura particular como la crisis de la economía argentina iniciada a finales del siglo XX. En el fondo, no dan respuestas útiles pues carecen de una comprensión cabal del fenómeno del dinero en la economía capitalista.
En definitiva, la pluralidad monetaria no fue el producto de una decisión conciente o concertada. No fue el resultado de la evaluación de la ‘racionalidad’ de las opciones disponibles. Fue esencialmente el efecto de la crisis una estrategia de gestión del dinero y la necesidad por parte de los distintos niveles del Estado de encontrar una salida que garantizar su propia reproducción y legitimidad.
La crisis de la convertibilidad como estrategia para el control de la sociedad en torno a las necesidades de expansión del capital tuvo como resultado el estallido de la unicidad monetaria y la puesta en cuestión del “control centralizado de la liquidez” (Negri, 1991). Superada la crisis de acumulación, devaluación mediante, los sectores hegemónicos del capital consiguieron imponer progresivamente, la reunificación monetaria del país. Esta política no fue el resultado de la inviabilidad ‘técnica’ de las monedas paralelas, sino de la necesidad política de reestablecer el poder del dinero sobre el conjunto de la sociedad.
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Wray, L. Randall (2001), “Money and Inflation”, en Holt, Richard P.F. y Pressman, Steven, A new guide to post keynesian economics, Routledge, Nueva York, EE.UU.

Notas al pie:
* Dirección postal: 7 no. 1386, dto. B, La Plata (1900), Argentina. TE: 54-221-421-2310 FAX: 54-221-422-9088. Correo electrónico: marianfeliz@uolsinectis.com.ar
Primera versión enviada en julio de 2004. Agradecemos los comentarios de dos referís anónimos que nos animaron a revisar la versión original de este trabajo a fin de mejorarlo. Sus preguntas y sugerencias fueron muy importantes para completar y refinar el texto. Por supuesto, lo que se sostiene en el conjunto del artículo así como todos los errores y problemas que pudieran subsistir son de nuestra exclusiva responsabilidad.
La circulación de monedas no convertibles representaba en ese momento el equivalente a 41% de la circulación total de medios de pagos emitidos por el Banco Central de la República Argentina (la base monetaria en pesos era de 13000 millones de pesos).
O las ‘monedas del trueque’, un fenómeno también de magnitud extraordinaria pero igualmente incomprendido por los ‘economistas’. Igualmente, aquí no analizaremos esa experiencia. Al respecto se puede ver Féliz (2004, 2004c).
Hablamos de (cuasi)monedas paralelas pues las mismas circulaban dentro de los espacios geográficos de los estados (usualmente provinciales) que los emitían en paralelo con la moneda nacional.
En Abril de 1991 la moneda argentina (el austral cuya denominación pasó a ser ‘peso’) fue transformada por ley en una moneda ‘convertible’. Por cada unidad de moneda emitida por el Banco Central de la República Argentina (BCRA) éste se obligaba a tener un dólar de los Estados Unidos depositado como reserva de respaldo. A su vez, el BCRA se comprometía a cambiar a quien lo deseara sus pesos por dólares físicos a una paridad de 1 a 1. Este régimen monetario duró hasta los primeros días de enero de 2002.
Dado que cada “área monetaria óptima” debería tener por definición una sóla moneda la discusión sobre el número de AMOs es en efecto una discusión sobre el número óptimo de monedas.
Por ejemplo, Adam Smith, cuyas ideas sustentan aun hoy lo esencial de los desarrollos neoclásicos, sostenía que el dinero sería simplemente un instrumento contable y de intercambio sin una significación económica sustantiva. El dinero proveería de un medio que haría más eficiente el funcionamiento de la economía de trueque (Clarke, 1988: 12).
Nuevamente, la teoría neoclásica sigue en este punto bastante de cerca la explicación provista por Adam Smith quien señala el carácter casi natural y resultado de las interacciones comerciales entre particulares, de la aparición de la moneda (al menos en su carácter de moneda-mercancías, por ejemplo, oro).
El modelo básico de la economía neoclásica es, en su más rigurosa versión walrasiana, un modelo de economía de ‘puro trueque’ que supone que hay intercambios pero que no hay producción. Cuando la producción es introducida, la misma es concebida también como trueque de insumos productivos (o ‘factores de producción’) por productos. El problema que la existencia del dinero plantea a la economía neoclásica (o neo-walrasiana) surge del hecho de que entiende el proceso de equilibrio del sistema económico como el resultado de un proceso en el cual todos los potenciales desequilibrios en los intercambios y decisiones de producción son reconciliados (por un supuesto ‘subastador’) antes de que esos procesos comiencen. Dado que los ‘traders’ saben todos los precios relativos antes de realizar las transacciones, los problemas comúnmente asociados con el trueque directo son evitados. El modelo es un modelo de trueque ‘perfecto’ y en consecuencia es difícil justificar un lugar para el dinero en una economía de tales características. Es más, el dinero suele ser incorporado da tal manera que esa inclusión no altera los resultados del modelo original. El problema de la significación del dinero subsiste aún en los modelos más modernos de ‘generaciones superpuestas’ o en aquellos que descartan la idea del subastador e incorporan el análisis de Edgeworth para el proceso de intercambios (Rogers, 1991; 46). En estos modelos el dinero aparece como un activo ‘de papel’ antes que como un medio de cambio con todas las letras (Gale, 1983). En la economía neo-walrasiana, el dinero es, en efecto, algo ‘no esencial’ (in-essential) pues su inclusión en el marco conceptual no altera la esencia de los resultados obtenidos a partir de suponer una economía sin dinero (Rogers, 1991: 66-67). Así “… el más serio desafío que la existencia del dinero propone a los teóricos es este: que el modelo neoclásico más desarrollado no puede encontrar un lugar para éste” (Hahn ,1982).
Esto supone que si los precios de una región son inflexibles a la baja (es decir, la deflación no es posible) también lo son al alza y por lo tanto la depreciación de la moneda local (si tal moneda existiera) no supondría un incremento equivalente en los precios expresados en esa moneda.
Los recursos productivos se desplazaría de las producciones ‘no competitivas’ hacia aquellas que tienen ‘ventajas comparativas’ y por tanto son ‘competitivas’ a largo plazo. En consecuencia, a largo plazo todos los recursos domésticos serían ‘plenamente’ utilizados.
O lo que es lo mismo, la (cuasi)moneda local era tomada por una fracción de su valor nominal, en comparación con la moneda nacional.
Féliz y Panigo (2002) muestran las fuertes desigualdades que existen entre las regiones a nivel de los ingresos de los hogares, las cuales reflejan en parte grados de desarrollo diferentes. A modo de ejemplo, el ingreso medio en la región Noreste es un 40% más bajo que en la región Gran Buenos Aires (la más rica, cuyo ingreso medio se encuentra un 18% por encima del promedio del país).
La limitada movilidad geográfica de la fuerza de trabajo no niega el hecho de que puedan existir movimientos migratorios internos significativos. Por otra parte, Neffa y otros (2002) muestran los elevados y persistentes niveles en la desocupación en las distintas regiones del país que reflejan, en parte, un limitado grado de movilidad inter-regional de la fuerza de trabajo.
Como ya señalamos, el enfoque neoclásico que se encuentra por detrás de la propuesta de Mundell es esencialmente la teoría de las ‘ventajas comparativas’ ricardianas. Según ese enfoque en un marco de mercados perfectamente competitivos los precios se acomodarán a la restricción de que el balance de pagos debe equilibrarse.
Cuando hacemos referencia a la organización capitalista de la producción afirmamos los siguiente: a) la producción tiene como objetivo primario la producción de ganancias (y no la satisfacción de necesidades), b) la producción se organiza de manera que un pequeño conjunto de personas es propietaria de los medios de producción (y por ello, del resultado de esa producción) mientras que la mayoría de la población carece de ellos, y por lo tanto c) se ve forzada a vender su capacidad laboral a los propietarios de medios de producción (capitalista) a fin de garantizar su propia subsistencia.
El carácter estructural del tipo de cambio real entre regiones (o entre países) resulta del carácter histórico tanto de la productividad laboral (que no es simplemente el producto de la ‘tecnología’) como del nivel de salarios reales (que no es simplemente el ‘precio’ de un ‘factor productivo’).
Davidson explica que si el mundo fuera ergódico, el conocimiento sobre el futuro involucra simplemente la proyección de las situaciones pasadas o presentes; esto es, en un mundo ergódico el futuro es simplemente el reflejo estadístico del pasado. Sin embargo, para Keynes el mundo era no-ergódico, de manera tal que el futuro no puede ser calculado a partir del pasado y por lo tanto es en efecto (radicalmente) impredecible e incierto (Davidson, 1994: 90).
Esta perspectiva fue denominada por Keynes como Chartalismo, recogiendo los antecedentes de autores como Santo Tomás de Aquino.
En este esquema el Estado nacional argentino recauda impuestos a las rentas (“impuesto a las ganancias”), un impuesto que es en principio potestad constitucional de las provincias cobrarlo, y el impuesto al valor agregado (IVA), entre otros. La base imponible de estos impuestos está distribuida de manera tal que son las provincias más ricas las que aportan la mayor proporción de lo cobrado. Ver Infome IEFE (2002a, 2002b, 2002c, 2002d, 2004a, 2004b).
Este mecanismo no es totalmente equivalente a la propuesta de Davidson en tanto nada garantiza que el dinero redistribuido (es decir, el poder de compra redistribuido) sea aplicado en las regiones deficitarias para la adquisición de producción local (y no a la compra de más producción extra-regional). Esto solamente estaría garantizado si las regiones avanzadas demandaran con esos recursos productos de las regiones deficitarias.
La lectura post-keynesiana niega la posibilidad de la deflación de precios para corregir los desequilibrios asociados, según su óptica, a la falta de demanda efectiva (Davidson, 1994). Aun si los precios fuera plenamente flexibles, eso no alcanzaría per se para llevar a las economías a niveles de pleno empleo de todos sus recursos. Dado que el ingreso es mantenido como dinero, en tanto no cambien las condiciones que reducen la voluntad de los agentes económicos de convertir su riqueza financiera en poder de compra efectivo (demanda efectiva), la reducción de precios no alterará los desequilibrios pre-existentes.
Es muy común que, hoy en día, los Estados sostengan una suerte de ‘fetichismo monetario’ asociado al deseo de acumular divisas como reservas internacionales. Si bien tal acumulación puede ser justificada (sobre la base de la necesidad de disuadir la especulación contra la moneda local, por ejemplo) supone en los hechos ‘congelar’ parte de la riqueza de la sociedad. Algo semejante, y paralelo, se observa en relación con aquellos Estados que promueven per se la generación de un abultado superávit en el comercio exterior (lo cual suele asociarse a la acumulación de divisas en reserva), siguiendo una tradición neo-mercantilista.
Dado que, en la sociedad capitalista, el dinero se convierte en la forma más ubicua de las relaciones sociales, la ‘adecuada’ regulación del dinero aparece como una cuestión ‘neutral’, que beneficia a todos los miembros de la sociedad por igual. La moneda se convierte, así, en un principio de cohesión de las relaciones económicas, en una regla social que extrae su validez de una representación colectiva. Desde el momento en que se establece, todos los agentes encuentran ventajoso conformarse a ella (Aglietta, 1987).
Si bien el principal objetivo manifiesto de la Convertibilidad fue detener la inflación, alternativamente puede ser interpretada como una estrategia amplia de reestructuración de la organización del trabajo social en la Argentina (Bonnet, 2002). La institución de una caja de conversión (junto con un conjunto de políticas públicas aplicadas bajo el auspicio del denominado ‘consenso de Washington’) puso al conjunto del proceso de acumulación nuevamente bajo el comando del capital (Féliz y Pérez, 2004; Féliz, 2004b).
Habiendo alcanzado su punto más alto durante el segundo trimestre de 1998, el PBI en términos corrientes (y en términos reales) comenzó a desplomarse. En términos de tasas de crecimiento, el PBI nominal comenzó a desacelerse durante el tercer trimestre del año anterior. Ver Cuadro 2 y Gráfico 1.
El propio Ministro de Economía entre 1991 y 1996 (y luego por algunos meses durante el 2001), Domingo Cavallo, quien ‘ideara’ la ley de Convertibilidad, afirmó alguna vez que esperaba que la misma durara al menos 30 años.
Este fenómeno se apreció tanto en la aceleración en el proceso de dolarización de los depósitos bancarios (entre 1995 y 1998 la proporción de depósitos en dólares de mantuvo en un 53,5%, mientras que entre 1998 y 2001 tal relación saltó a 65,7%) así como en la fuerte reducción en el ingreso de capitales (Gráfico 1).
Ya desde 1999 se puede apreciar una tendencia a la reducción sostenida en la base monetaria y el crédito bancario (Cuadro 3) y hacia el año 2001 comenzó a producirse una acelerada fuga de depósitos bancarios. Entre diciembre de 2000 y diciembre de 2001 los depósitos bancarios totales se redujeron un 21,8% en términos nominales.
Tal crisis se reflejaba en los crecientes niveles de beligerancia social así como en el descontento popular con la ‘clase política’ reflejado en niveles de abstención importantes en las instancias electorales (Bonnet, 2002) y luego la crisis que llevaría a una transición (entre diciembre de 2001 y mayo de 2003) con 4 Presidentes de la Nación.
“…el capital dinerario … resulta cada vez más representado no por el capitalista individual, el propietario de tal o cual fracción del capital que se encuentra en el mercado, sino que se manifiesta como una masa concentrada y organizada, situada, en forma muy diferente a la producción real, bajo el control de los banqueros que representan al capital social [capital-en-general]” (Marx, 1999: 470; corchetes nuestros).
Por otra parte, en loa casos en que podía ser políticamente factible, la reducción del gasto público tendría en este contexto un efecto claramente contractivo. Así, la política de ‘déficit cero’ aplicada por el Estado nacional a partir de agosto de 2001 no hizo sino profundizar la crisis.
Varios estados provinciales (en el marco de crisis fiscales particulares) ya durante la década de los ochenta habían comenzado a emitir bonos que tenían circulación al interior de las provincias y hacían las veces de ‘moneda’. Sin embargo, fue a partir del 2001 que el proceso adquirió una magnitud inusitada.
En efecto, la crisis fiscal del Estado nacional le impedía cumplir, en el marco de la convertibilidad, con la obligación (establecida en la mencionada Ley de Coparticipación) de entregar a las provincias una determinada cantidad de recursos provenientes de la recaudación de impuestos cuya administración había sido cedida al Estado nacional.
Con el creciente poder de los movimientos de trabajadores desocupados, el Estado nacional se vio forzado a expandir sus ‘programas de empleo’, cuyos beneficiarios cobraban con LECOP. Ver Féliz (2003).
Por ejemplo, la primera serie (serie A) emitida de cuasi-monedas de la provincia de Buenos Aires tenía un vencimiento de un año y pagaba a su vencimiento un 7% sobre el valor nominal. La serie B fue emitida a cinco años y pagaría al final de ese plazo 135% del valor nominal.
Con este nivel de déficit fiscal y en una situación de imposibilidad de emitir más deuda, cabe señalar la presión que tenía el gobierno de la provincia de Buenos Aires (que, por otro lado, es la más rica y en mejor posición financiera del país) para contener la presión social sin caer en virtual ‘quiebra’. La emisión del ‘Patacón’ fue, en tal contexto, la salida obligada.
Este banco llegó a crear líneas de crédito en Patacones.
Su mera existencia, sin embargo, no podía evitar la crisis que no es nunca un fenómeno simplemente monetario sino que tenía raíces profundas de tipo estructural (Bonnet, 2002; Féliz y Pérez, 2004; Féliz, 2005).
“Que la emisión de títulos provinciales con características de cuasi-moneda de circulación provincial, que sirvieran en el año 2001 y los meses iniciales de 2002 para evitar la profundización de la crisis…” (texto de la ley 25561 de “Emergencia pública y reforma del régimen cambiario”).
Pues la tendencia a (y necesidad de) la centralización del control de la liquidez no es otra cosa que la imagen refleja de la creciente socialización del capital (Negri, 1991)
Que la población resistía los ajustes no quiere decir que siempre pudo evitar su imposición. El establecimiento del recorte salarial del 13% a los trabajadores del Estado nacional en julio de 2001 marca esto último; la resistencia al ajuste que intentó imponer el Ministro de Economía López Murphy, a comienzos de ese mismo año, que fue ampliamente rechazado y le costó la renuncia, es la contracara.
Bonefeld señala que “la relación de la forma del Estado con la forma económica se establece por la subordinación del Estado a la forma auto-contradictoria del dinero, por lo cual una sobre-acumulación de capital impacta en el Estado y pone límites a su poder de mediar tal crisis políticamente. Esta constitución del Estado se desplaza al mercado mundial [el cual] subordina las relaciones sociales a la igualdad, la represión y la cosificación del valor en la forma del dinero global” (Bonefeld, 1995: 86, corchetes míos).
Durante 2003, fue creado un “Programa de Unificacion Monetaria” (Decreto 743/2003) con “el objeto de retirar los títulos provinciales [cuasi-monedas]” pues era “fundamental para asegurar la reunificación monetaria y garantizar la circulación de una única unidad monetaria de curso legal y de carácter nacional” (corchetes nuestros).
El propio Fondo Monetario Internacional (organismo que aparece como una de las instituciones más claramente ligadas al capital en su forma dineraria, y por tanto al capital-en-general) fue (junto con el Banco Mundial) uno de los principales promotores de la unificación monetaria pues percibía las dificultades que la “pluralidad monetaria” pone al interés del capital como un todo. “El reclamo [de unificación monetaria] radica en que es imposible hacer política monetaria con una diversidad de monedas” (Diario Página/12, 12 de marzo de 2003, edición internet). En realidad, no es que sea imposible hacer política monetaria sin unidad monetaria (pues si así fuera no podrían o no deberían existir siquiera monedas nacionales) sino que tal arreglo institucional va en contra de las necesidades más profundas del capital.

Friday, April 02, 2004

Pluralidad monetaria en la Argentina en crisis

Pluralidad monetaria en la Argentina en crisis,
(resumen de la tesis de maestría)

por Mariano Féliz

1. Una introducción necesaria**
Cuando comencé a analizar el problema de las monedas paralelas en Argentina lo que más me llamó la atención fue la poca relevancia que los economistas argentinos le daban al fenómeno. En general podría decirse que aquellos que analizaban los problemas de la economía política (o como la gran mayoría le dice, de la economía, a secas) ignoraban el problema que el surgimiento masivo de monedas paralelas a la moneda nacional estaba proponiendo . Imagino que, por un lado, lo veían como una cosa marginal sin importancia, por ejemplo en el caso de las monedas sociales, aun cuando en esta “economía del trueque” había cada vez más gente involucrada y la magnitud de los intercambios a su interior crecían de manera exponencial. Asimismo, se multiplicaban las cuasi-monedas provinciales y si bien el fenómeno era cuestionado, a mi entender lo era de manera superficial y su significación profunda era poco analizada.
Al principio, no entendía bien por qué era ignorado un fenómeno que era a simple vista tan significativo. Sin embargo, a partir de que la crisis del capitalismo argentino se profundizaba y comenzaban a surgir otras experiencias de ‘contestación’, ‘cuestionamiento’ o rebeldía contra las instituciones tradicionales de la economía, comprendí mejor lo que sucedía. El desarrollo de nuevas formas de resistencia social (tanto de movimientos de trabajadores desocupados, campesinos empobrecidos, asambleas barriales, fábricas recuperadas por sus trabajadores, etc.) estaban cuestionando en su raíz, en los hechos y más allá de que el conjunto de sus participantes lo comprendieran así, las instituciones más básicas del capitalismo: el dinero, el Estado, la relación salarial, la ‘inviolable‘ propiedad privada.
La negativa del ‘mainstream’ de la economía en Argentina a reconocer la relevancia de los fenómenos que, como los clubes de trueque y sus monedas sociales o las cuasi-monedas provinciales, estaban cuestionando las ‘incuestionables leyes de la economía’, tenía que ver con su incapacidad para poder pensar el mundo social más allá del capital o de aceptar la posibilidad siquiera de una crisis profunda de las relaciones capitalistas. No podían ver en la rebelión más que ‘desorden’, no podían encontrar en la imaginación popular más que ‘irracionalidad’. Sin embargo, había y hay mucho más allí.
Las monedas paralelas estatales (cuasi-monedas) expresaban la profundidad de la crisis que atravesaba el capitalismo argentino y toda una forma de uso capitalista del dinero (expresado de manera paradigmática en la ley de Convertibilidad). Por otra parte, las experiencias de las monedas sociales, de los clubes de trueque, eran intentos más o menos desesperados de muchos por superar una realidad, la del capitalismo (o peor aun la del capitalismo en crisis), que no les permite ser más que mercancías .

1.1 La investigación, su estrategia
La investigación apuntó a analizar e intentar comprender el fenómeno de las monedas paralelas, concentrándome en particular en la experiencia Argentina reciente de cuasi-monedas estatales no nacionales y de las monedas “del trueque”.
Como marco metodológico general en esta investigación me proponía trabajar bajo la premisa de la triangulación, por lo que mi estudio de la experiencia de las monedas paralelas se sostendría sobre la combinación de la utilización de la teoría económica (en particular, en la corriente del marxismo abierto) junto con la información empírica proveniente tanto de otras investigaciones ya realizadas en Argentina y otros lugares del mundo, así como en un trabajo de campo complementario (en el caso de las monedas sociales). En relación a las monedas paralelas estatales no nacionales (como las cuasi-monedas provinciales), mi investigación se apoyó fundamentalmente en el análisis de diversos trabajos escritos sobre el tema y en la legislación que reglaba su creación y funcionamiento.

1.2 El problema, las preguntas.
Este trabajo pretende realizar una mirada crítica y original del fenómeno de las monedas paralelas en la experiencia argentina reciente, un fenómeno que, como señalaba al comienzo, ha sido prácticamente ignorado por los practicantes de la economía política.
La propuesta que intento llevar adelante en este trabajo busca presentar lo que podría denominarse, siguiendo a Cleaver (1985), una lectura política de la economía de las monedas paralelas; ni una lectura meramente “económica” ni simplemente “política” del fenómeno .
Intentando seguir esa premisa, el trabajo que presento a continuación parte de una idea básica que sostiene que la experiencia de las monedas paralelas es el reflejo de una disputa permantente dentro del capitalismo: la disputa por el control del trabajo social. Esta disputa se expresa de diferente formas, pero en particular se expresa en conflictos en torno a las modalidades de utilización de (y las formas del) dinero. Siguiendo la propuesta original de Marx, sostendré que dado que el capitalismo es un modo de producción que articula el trabajo humano a través de la monetización de las relaciones sociales, las disputas por la manera en que el dinero es utilizado, controlado y regulado serán centrales en la dinámica de la experiencia social. Esas disputas pueden expresarse, y esto es el eje de mi investigación, en la creación de monedas paralelas, es decir monedas que cuestionan la unicidad monetaria centrada en torno al Estado nacional.

2. La problemática de las monedas paralelas o locales
Durante las primeras búsquedas de bibliografía sobre el fenómeno y para mi sorpresa, lo que en nuestro país aparecía como algo novedoso tenía en el mundo contemporáneo y en la historia numerosos ejemplos (Lietaer, 2001; MoMoMo, 2002; Kennedy, 1995; Blanc, 2001). Había todo un movimiento que promovía la creación y difusión de estas experiencias.

2.1 El pluralismo monetario: Una crítica a la moneda moderna
Quienes impulsan el denominado ‘pluralismo monetario’ tienden a tener una caracterización común del dinero en la economía contemporánea y un enfoque relativamente homogéneo en torno a la conveniencia de la multiplicación de las monedas más allá de los estados nacionales. Los promotores de las monedas paralelas tienden a caracterizar a la moneda moderna como una creación estatal (Lietaer, 2001, pg. 32). Según ellos, la moneda contemporánea se caracterizaría por (1) tener a un Estado-nación como referencia geográfica, (2) ser de tipo fiduciario, es decir creada de la “nada” (sin respaldo), (3) surgir a partir de deudas de tipo bancario y (4) que quien la utiliza debe pagar un interés a quien la emite (Primavera, 2003; Lietaer, op.cit.). Desde esta lectura del carácter de la moneda moderna, varios son los cuestionamientos hechos por los promotores de la pluralidad monetaria.

2.1.1 Moneda e interés
Una de las críticas más fuertes y más comunes que los promotores de las monedas paralelas hacen a la moneda estatal es, como señalamos, el hecho de que la misma se asocia al cobro de interés por su utilización. Señalan al respecto tres elementos básicos. Primero, desde una perspectiva estática la existencia de interés por el uso del dinero exacerba la competencia entre los participantes del sistema (Lietaer, 2001, pg. 50). En una visión dinámica, una segunda consecuencia del sistema moderno de creación de dinero sería la de generar la necesidad de un aumento sistemático y permanente en los niveles de crecimiento económico y de endeudamiento (Lietaer, 2001, pg. 53). Por último, la existencia de intereses establece una sistemática transferencia de recursos del conjunto de los productores hacia quienes han sido designados como ‘guardianes’ de la potestad de emitir moneda (Lietaer, 2001, pg. 53).

2.1.2 Oxidación o demurrage
En la literatura sobre las monedas paralelas, uno de los problemas más discutidos en torno a la moneda moderna tiene que ver con que por ser reserva de valor la moneda tendería a ser acumulada (Primavera, 2001). De acuerdo con esa observación, es esa propiedad del dinero la que promueve su escasez y concentración en pocas manos.
Frente a la acumulación de moneda como medio para la acumulación de valor, Gesell (op.cit.), Fisher (1933) y Kennedy (op.cit.), entre otros, proponen la creación de monedas con un cierto cargo por su atesoramiento, llamado usualmente "oxidación de la moneda" o "demurrage". Este cargo implicaría la pérdida de parte del valor nominal en el caso de dinero expresado en billetes impresos, pérdida que sólo podría evitarse adquiriendo en el organismo emisor una "estampilla". La "oxidación" de la moneda haría las veces de una suerte de tasa de interés negativa (pues en lugar de pagar por la acumulación de dinero o atesoramiento, establecería un costo a esa acumulación) y buscaría compensar esa característica del dinero de no perder su valor nominal con el tiempo. El cargo sobre las tenencias monetarias permitiría a la comunidad recibir el beneficio que resulta del hecho de que la moneda es, por una convención social, el medio de pago más líquido.
Sin embargo, no todos los promotores de las monedas paralelas comparten la idea de establecer un cargo por “demurrage”. Según algunos de los promotores de las monedas paralelas (por ejemplo Leonardo Wild ) la propuesta de instituir un cargo por “oxidación” se apoya en la idea de que el dinero actúa como reserva de valor y señalan que las monedas paralelas debieran asentarse sobre un nuevo paradigma en el cual el dinero no tendría “valor en sí mismo” sino que solamente lo tendría en tanto serviría al propósito de mantener registro de las transacciones realizadas. En este paradigma el dinero no sería escaso, no siendo de emisión limitada, pues cada persona “emitiría” dinero en la medida en que lo necesita y se harían responsables frente a su comunidad de entregar en el futuro bienes y servicios “reales”. Así, el dinero cambiaría de manos sólo cuando hubiera un intercambio de bienes y servicios (la emisión de dinero se produce por la creación de “crédito mutuo”).

2.1.3 Monedas paralelas y espacio local
Los promotores de las monedas complementarias señalan como uno de los problemas esenciales del dinero contemporáneo su salida de los circuitos productivos en los espacios locales. El cobro de interés sería el medio por excelencia a partir del cual el dinero circulante “desaparece”. Sin embargo, hay al menos otros dos mecanismos a través de los cuales el dinero “abandona” una región o espacio local (Movimiento Monetario Mosaico/MoMoMo, 2002).
En efecto, este es el punto central detrás de la discusión de los impulsores de las monedas paralelas: La salida de dinero de una región o localidad sería la causa de la pobreza. Esto sería así en tanto la reducción en la circulación monetaria local impediría o dificultaría la realización de transacciones entre los productores y consumidores locales. Esto dificulta (y en el límite, impide) la producción, la inversión y el consumo. “Si el dinero generado en un lugar es gastado en otro, la tendencia será que desaparezcan los productores locales, que la cadena productiva se desarticule y que no haya capacidad de ahorro o interés en invertir en un lugar de tan poca organización productiva” (MoMoMo, op.cit. pg. 49, traducción mía).
En resumidas cuentas, la crítica fundamental de los promotores de las monedas paralelas al dinero contemporáneo se sustenta en su carácter artificialmente escaso y a la evaluación de que sería su escasez la causa (y no la consecuencia) de los problemas productivos de una región o localidad. A su vez, la escasez del dinero sería básicamente producto del monopolio estatal cedido al sistema bancario para la emisión y gestión de la moneda a escala nacional.
Podría afirmarse que, más allá de sus causas profundas, la aparente “falta de dinero” sería producto de una determinada forma de utilización del dinero, es decir de conjunto particular de instituciones monetarias. En consecuencia, entiendo que la propuesta de creación de monedas no estatales (alternativas o paralelas a la moneda nacional) pretende fundar una manera diferente de uso del dinero.

2.1.4 ¿Qué es el dinero? El enfoque comunitarista.
Para concluir, según los comunitaristas el dinero sería simplemente un acuerdo dentro de una comunidad para utilizar “algo” como medio de pagos (Lietaer, 2001). Como acuerdo, el dinero sería similar a otros ‘contratos sociales’, tales como los partidos políticos o la nacionalidad (Lietaer, op.cit., pg. 41). Los promotores de las monedas paralelas enfatizan el carácter “social” del dinero. Así, citando a Proust, Lieater señala que “los objetos materiales no tienen poder en sí mismos, dado que es nuestra práctica la que las otorga poder” (Lietaer, op.cit., pg. 42, traducción mía). En consecuencia, según estos autores la emergencia de las monedas no-nacionales se explicaría fundamentalmente por el debilitamiento de los Estados-nación y el consecuente fortalecimiento de los colectivos no-nacionales (Lietaer, op.cit., pg. 42).
Este es un punto interesante y relevante a la perspectiva que estoy proponiendo en este trabajo pues, en efecto, la disputa por los usos del dinero (y por la creación de “otro dinero”) refleja precisamente la existencia de relaciones de poder entre diferentes grupos sociales e intereses en conflicto; es decir, la multiplicidad de monedas expresa una disputa política por el control del dinero y no es una mera cuestión técnica sobre el medio más eficiente para alcanzar un determinado objetivo.

2.2 Localismo monetario
Frente a la dinámica que en el capitalismo se impone a la producción y circulación del dinero, en diversos períodos históricos y espacios geográficos han surgido intentos de superar esas limitaciones (Lietaer, op.cit.). Sin embargo, las críticas señaladas por los promotores de las monedas parales a la moneda moderna no sugieren una salida única. Las alternativas al dinero contemporáneo (en particular, al dinero representado por la moneda del Estado-nación) han surgido de necesidades y voluntades muy diversas.
Según Blanc, puede definirse el surgimiento de monedas locales o paralelas (o como él lo denomina el “localismo monetario”) como la organización de un espacio de intercambios en un espacio específico como medio de adaptación del sistema monetario existente o de la construcción de un sistema monetario ad hoc (Blanc, 2001). Blanc señala que pueden detectarse tres formas de localismo monetario (Blanc, op.cit.). En primer lugar, se encuentra el localismo monetario territorial que consiste en la emisión de instrumentos monetarios que se utilizan dentro de un espacio territorial sin una validez a priori fuera de ese ámbito (este sería el caso de las cuasi-monedas). Un segundo tipo de localismo monetario es el localismo comunitario. En este caso, el espacio de circulación de la moneda local está estrictamente delimitado y la moneda es solamente utilizada por aquellos que adhieren al sistema (los “clubes de trueque” entrarían en esta categoría). Un último tipo de localismo monetario sería el llamado localismo de captación que corresponde a la organización de clubes de clientela de una o varias empresas que buscan establecer una relación estable y de bajo costo con los clientes fieles.
En cualquiera de los casos, el localismo monetario estaría promoviendo un uso particular del dinero, diferente al que prevalecía. En especial, las experiencias de localismo monetario de tipo territorial o comunitario (que involucran a actores sociales no empresariales en la constitución de las monedas paralelas) buscan cuestionar la unicidad del dinero en un determinado espacio social (territorialmente contigüo o no). Como bien comenta Blanc, no siempre estos intentos de “pluralizar el dinero” tendrán objetivos que explícita o implícitamente busquen transformar los intercambios (como por ejemplo puede ocurrir, como veremos, en muchas de las experiencias de monedas sociales o comunitarias), pero en cualquier caso siempre serán apuestas a reorganizar el uso del dinero con el objetivo de modificar el flujo del trabajo social y su producto.

3. El dinero en la teoría económica
Desde la teoría económica el dinero siempre ha sido un punto esencial de preocupación y disputa. Las diferentes interpretaciones realizadas sobre las características y el papel del dinero en la economía reflejan, en el fondo, el conflicto de intereses que se expresa en la dinámica de acumulación de capital. A continuación presentaré brevemente las interpretaciones más importantes sobre el carácter y significación del dinero.

3.1 El dinero en la era clásica y pre-clásica
En los tiempos anteriores a la expansión y consolidación del capitalismo, las distintas corrientes de pensamiento expresaban un profundo rechazo al cobro de interés sobre el dinero. Sintéticamente, el interés era considerado en la antigüedad y hasta finales de la edad media, como un ingreso que el prestamista recibe del deudor por obra del fraude o la fuerza (esta lectura se condensa en lo esencial en los argumentos de Santo Tomás de Aquino). Serían Lutero, primero, y luego Calvino, entre otros, quienes comenzarían desde la doctrina religiosa protestante a aceptar el cobro de intereses. Mientras el primero continuó rechazándolo en esencia pero a su vez aceptándolo como producto de la imperfección humana, Calvino aceptó la necesidad del cobro de interés por el préstamo de dinero aunque reconocía que la tasa cobrada debía respetar los principios de la caridad y la justicia (Bohm-Bawerk, 1884). A medida que la doctrina teológica contra la usura fue cediendo espacios frente a las demandas del capitalismo en expansión, la tasa de interés comenzó a ocupar un lugar desplazando el problema de la usura. La pregunta se convertiría entonces en cuál era la tasa de interés adecuada y no si debía cobrarse interés
Algunos siglos después de que Santo Tomás de Aquino presentara sus ideas sobre el dinero y en contra del interés, la doctrina mercantilista propondría que el dinero (que en aquel entonces era representado por algún metal precioso como el oro o la plata) era la única expresión de la riqueza. Asimismo, era claro para la mayor parte de los economistas de la época, que el dinero era un medio para incrementar la riqueza y el poder (Screpanti y Zamagni, op.cit., pg. 24). En consecuencia, la circulación de dinero de manera generalizada y abundante dentro de los límites del Estado-nación sería la garantía de una base adecuada para el cobro de los impuestos por parte de la corona. Clarke (1988) señala que durante el período mercantilista el principal papel económico del dinero era no tanto servir como medio de cambio sino como capital-dinero, es decir, como instrumento para la acumulación (de más dinero). De acuerdo con el mercantilismo la salida del dinero del territorio de una nación tenía que ver fundamentalmente con factores monetarios y no con factores reales. Es decir, de manera cercana a los promotores de las monedas comunitarias, la “falta de dinero” sería un problema relativo a la forma de regulación del dinero y no un problema vinculado al atraso productivo de la región que sufría la “huida” del dinero.
A partir del siglo XVII, también comenzó a generalizase la idea de que “el dinero estimula el comercio” (Screpanti y Zamagni, op.cit., pg. 30). El dinero se veía ya como una mera cosa, una mercancía que podía ser comprada y vendida antes que un medio de intercambio. Este argumento mercantilista es sostenido por los defensores de la pluralidad de monedas. La salida del dinero del circuito productivo local (sea ese espacio local un país o una región) sería, según esta perspectiva, la fuente principal de la pobreza y el retroceso productivo (MoMoMo, op.cit.).
Aún durante el período pre-clásico, David Hume (1711-1776) fue uno de los principales críticos de las teorías monetarias mercantilistas (Screpanti y Zamagni, op.cit., pg. 31). De acuerdo con Hume, el dinero no era la sustancia de la riqueza sino una mera unidad de cuenta convencional, utilizada para facilitar el intercambio de mercancías (Clarke, op.cit., pg. 10). Con su nueva interpretación del dinero como medio de cambio, Hume rechazaba la idea mercantilista pues sostenía que la tasa de interés no se vinculaba con la oferta de dinero (es decir, no era determinada por factores monetarios) sino a la rentabilidad del capital (un factor real). Se enfoque según el cual el balance de pagos de un país regula la oferta de dinero en relación a las necesidades de circulación domésticas se convertiría en la versión ortodoxa de la teoría cuantitativa del dinero durante el siglo XIX. Su relevancia era que, contra las intenciones mercantilistas, las políticas orientadas a incrementar el stock de dinero llevarían a la inestabilidad monetaria sin contribuir a la prosperidad nacional (Clarke, op.cit., pg. 10).
Sobre la crítica de Hume a la economía mercantilista, Adam Smith proclamó que el dinero no sería requerido para su posesión per se sino por lo que él puede comprar (Smith, 1996[1776]). Esta visión del dinero como un mero medio de cambio se sostenía sobre el supueso de que el consumo es el único propósito de la producción algo que según Smith era evidente, aunque contradecía directamente la concepción mercantilista. En consecuencia, si el dinero no era un fin en sí mismo, el poder que se le atribuía no era inherente a él sino que derivaría de su función como medio de cambio. El dinero sería el medio a través del cual la ‘mano invisible’ del mercado alcanzaría sus metas (Clarke, op.cit., pg. 11).
En efecto, Smith sostenía que el dinero sería simplemente un instrumento contable y de intercambio sin una significación económica sustantiva. El dinero provería de un medio que haría más eficiente el funcionamiento de la economía de trueque (Clarke, op.cit., pg 12). Así, como medio de regulación, el dinero no sería un poder externo sino un instrumento de la razón (Clarke, op.cit., pg. 14).
Habiendo establecido la racionalidad instrumental del dinero, Smith prosiguió analizando los mecanismos de regulación en su cantidad. Smith sostenía la doctrina de las ‘letras reales’ según la cual no habría riesgo de emisión inflacionaria de dinero en tanto los bancos incrementaran la oferta de dinero para responder a las necesidades del comercio (Screpanti y Zamagni, op.cit., pg. 107). La oferta monetaria se expandiría y contraería de acuerdo con esas necesidades sin influir sobre los precios. La doctrina de Smith se convirtió en la posición ortodoxa hasta comienzos del siglo XIX, cuando la visión de Hume comenzó a prevalecer (Clarke, op.cit. pg. 12).
En definitiva, en la doctrina de la economía política clásica, pues, el dinero cumplía un papel esencial en la regulación del sistema de producción, pues al permitir la fluctuación de los precios de mercado de los ‘naturales’, el trabajo y el capital (como stock de medios de producción) podrían moverse entre las distintas ramas de la producción de acuerdo a las necesidades de reproducción del sistema. En tanto existieran limitaciones a la movilidad de factores de producción, podrían producirse desajustes pero estos no serían producto de desequilibrios monetarios sino de la existencia de barreras reales (Clarke, op.cit., pg. 19). En el desarrollo de su discusiones, la economía política clásica articuló así un discurso que buscaba colocar al Estado y la sociedad bajo las reglas estrictas del dinero como mecanismo de regulación de la reproducción social (Clarke, op.cit., pg. 28). El interés general representado en el dominio de la ley y el dinero asegurarían así la libertad y la igualdad de la propiedad y el intercambio (Clarke, op.cit., pg. 25).

3.2 La economía neoclásica: El dinero como comodín
Frente a la economía clásica que reconocía claramente la relevancia del dinero en la economía capítalista, la teoría económica neoclásica, desarrollada a partir de fines del siglo XIX, tiene serias dificultades para dar cuenta del papel clave que tiene el dinero en la economía. En tal sentido, Frank Hahn señalaba que “el más serio desafío que la existencia del dinero propone a los teóricos es este: que el modelo neoclásico más desarrollado no puede encontrar un lugar para éste” (Hahn ,1982).
El modelo básico de la economía neoclásica es, en su más rigurosa versión walrasiana, un modelo de economía de “puro trueque” que supone que hay intercambios pero que no hay producción. Es más, cuando el dinero es incluido en los modelos, ello ocurre de tal manera que esa inclusión no altera los resultados del modelo original.
Y sin embargo, la economía neoclásica ha intentado responder a una pregunta que cualquier teoría monetaria debiera poder contestar: por qué los participantes de los procesos económicos utilizarán el dinero para realizar sus transacciones. En este sentido se ha señalado de qué manera el dinero permite facilitar los intercambios que se realizan de manera descentralizada al superar las restricciones que existen para la realización del trueque directo. En segundo lugar, la moneda facilita la sincronización de pagos y cobros (Hicks, 1991). Por último, reduce los costos de realizar los intercambios (costos de transacción): búsqueda e información, entre otros (Brunner y Meltzer, 1971). Este último punto es relevante en referencia a la creación de monedas paralelas. Si bien es posible que, como sugieren los comunitaristas la creación de monedas paralelas genere beneficios para quienes las utilicen, también es cierto que la utilización de múltiples monedas tiene costos que según algunos autores pueden ser importantes (ver, por ejemplo, Klein, 1974). Por otra parte, uno de los principales beneficios de las monedas locales tienen que ver justamente con que podrían reducir ciertos costos de información al señalar a aquellos que comparten un determinado conjunto de prácticas productivas y/o de consumo .
Para la teoría neoclásica, será dinero aquella “cosa” que sea comúnmente utilizada para facilitar el intercambio de productos . En efecto, tal cual lo señalaba Wicksell (1901, 1906) de las funciones de la moneda sólo la de ser medio de cambio es verdaderamente característica de la moneda. En consecuencia, en la teoría neoclásica el dinero se piensa básicamente como un artilugio para facilitar los intercambios, algo que permite resolver algunos inconvenientes de carácter técnico (Borges Neto, 2000).
Por último, la teoría neoclásica del interés se sostiene en buscar una justificación a su existencia como pago por el poder productivo del capital (siguiendo una tradición iniciada, al menos, en los trabajos de Say, 1803). Las llamadas teorías del uso del capital no sólo asumen que el capital es productivo en si mismo sino que además de la sustancia material del capital, el uso del mismo es un objeto de naturaleza y valor independiente (Bohm-Bawerk, 1889).
La literatura sobre monedas paralelas suele proponer que la principal causa de inflación en el marco de las monedas modernas (fiduciarias y con respaldo estatal) es el carácter expansivo de la actividad del Estado (Lietaer, 2001; Kennedy, 1995). Esta perspectiva analítica es la típica propuesta por la teoría neoclásica que se apoya en una versión contemporánea de la teoría cuantitativa del dinero. En este esquema (conocido comunmente como enfoque monetarista), la moneda es considerada como algo exógeno al sistema económico y las variaciones en la cantidad de la misma se ve como regulada más o menos directamente por la acción del Estado a través del Banco Central. Predomina así la idea de que el objetivo principal del Estado (por medio del Banco Central) deberá ser mantener una estricta disciplina que contenga el crecimiento en la cantidad de dinero dentro de un rango ‘razonable’. Este rango debería permitir que el volumen nominal de la producción de bienes y servicios se expanda a una tasa que incorpore el crecimiento de largo plazo de la economía más un nivel de inflación esperado por la población (Friedman, 1968). Si bien la propuesta originaria apunta a controlar la “cantidad” de dinero para contener la inflación (Friedman, 1968), en la actualidad se reconoce que eso no es posible y por lo tanto, el instrumento privilegiado de la política económica “monetarista” es la regulación de la tasa de interés por parte del Banco Central (Taylor, 1994). Las actuales políticas de “inflation targetting” suponen que cuando la inflación de precios tiende a superar los valores proyectados, la autoridad monetaria debería elevar la tasa de interés, reduciendo el crecimiento económico, la demanda de dinero y conteniendo así las tensiones inflacionarias. Dado que esta propuesta teórica carece de una comprensión cabal de la relación entre tasa de interés, actividad económica e inflación, esta estrategia de control directo de la inflación privilegia la estabilidad monetaria por sobre la tasa de crecimiento de la economía (y por lo tanto, por sobre el nivel de (des)empleo) (Wray, 2000) .
La teoría económica del monetarismo (como versión más acaba del neoclasicismo) posee una visión eminentemente fetichista del dinero, en tanto lo ve como una mera cosa (Cleaver, 1995, pg. 50) cuya cantidad puede ser controlada externamente (directa, o indirectamente a través de la política de tasas de interés). Por otra parte, su estrategia de control de la circulación de dinero de manera centralizada claramente no apunta a sacar al Estado del medio en favor del mercado, sino a colocar al dinero como medio principal de articulación de la sociedad (Clarke, op.cit., pg. 125). Luego del período de los llamados “30 años dorados del capitalismo”, el monetarismo no solo reubicó al mercado como la última barrera a la acumulación de capital (barrera que todos las empresas debían buscar superar) sino que reimpuso la ley del dinero sobre los capitales individuales y el propio Estado a través del poder de los bancos y las instituciones financieras (Clarke, op.cit.).
En términos generales, diría que los promotores de las monedas paralelas toman una buena cantidad de argumentos teóricos de la perspectiva monetaria neoclásica. Sobre todo, en cuanto al papel que el Estado juega en el control del dinero “moderno” pero, fundamentalmente, en lo que hace a la importancia de las propiedades del dinero como facilitador de los intercambios (como “lubricante” en lo que esencialmente serían actividades de trueque).

3.3 Escuela austríaca: La competencia de monedas

Como continuación y crítica a la teoría neoclásica, la teoría monetaria de la escuela austríaca enfatiza dos características esenciales de la moneda. En primer lugar, su carácter material. En segundo, la imposibilidad de que el Estado hiciera que algo que no era dinero se convirtiera en tal. Para Menger (1981[1871]) la moneda era siempre una mercancía material. En su visión, la misma surgía de un proceso gradual a través del cual la acción interesada de los distintos actores económicos, buscando minimizar el costo de realizar intercambios, hacían que aquel producto que fuera avizorado por los usuarios como el más fácilmente mercantilizable (fungible), emergería como dinero. Sobre esta base, Von Mises (1935[1912]) elabora un teoría del dinero y el crédito que fue caracterizada como una “pirámide invertida” (Hayek, 1935). Hayek describía este esquema señalando que en la parte más baja de la pirámide está la base real (moneda mercancía) de la estructura de crédito. Con posterioridad, Hayek (1976) comenzó a desarrollar la propuesta de banca libre, según la cual el gobierno debería promover la libre empresa en oferta de monedas privadas. Esta evolución en su pensamiento implicó un cambio en la interpretación de los fenómenos monetarios. La idea de que el valor relativo de las monedas podía fluctuar en función del diferente grado de aceptación que las mismas tendrían entre diferentes grupos de personas lo indujo a señalar que en realidad no podía hacerse una distinción tajante entre dinero y no-dinero. La expectativa hayekiana era que la competencia de monedas llevaría a la creación de diversas monedas, pero siempre respaldadas por algún tipo de mercancía.
Por otra parte, la visión austríaca sostendrá que la inflación no es simplemente producto de la expansión monetaria excesiva (tal cual sostiene la escuela neoclásica en su vertiente monetarista) sino que es fundamentalmente producto de las disrupciones y consecuencia de la (mala) asignación de recursos que resulta de cualquier tipo de control por parte del Estado sobre la oferta monetaria y de manera más general, sobre la operación de los mercados (Clarke, op.cit., pg. 114). La única solución real al problema sería simplemente la “liberación” del mercado a través de una oferta monetaria constante, o la comentada propuesta de libre mercado para la oferta de dinero (Clarke, op.cit.).
Como se puede apreciar, los promotores de las monedas locales o paralelas toman, aunque sin saberlo, mucho del planteo hayekiano de competencia de monedas. En efecto, su propuesta de circulación de varias monedas (no estatales) en un mismo espacio geográfico se sostendría, en parte, en la mayor eficiencia de tal arreglo institucional frente al monopolio estatal del dinero.

3.4 Teoría (post)keynesiana/chartalista: El dinero como un creación del Estado.
Mientras que las perspectivas clásica y neoclásica (en sus vertientes monetarista y austríaca) ponen énfasis en las funciones del dinero como medio de cambio (es decir, como facilitador de lo que es esencialmente trueque), Keynes planteó la relevancia del dinero como unidad de cuenta y, contra la reflexión austríaca, afirmó el papel fundamental que tiene el Estado en definir cual será la moneda de cuenta. En consecuencia, la parábola clásica sería simplemente un relato sobre relaciones de trueque privado y accidental, realizadas en una sociedad en la cual el intercambio no es una instancia regular de la vida económica. En consecuencia, esa historia no tendría ninguna relación con el desarrollo del dinero como una institución sistémica y por lo tanto, social (Clarke, op.cit., pg. 83).
En este sentido, Keynes señaló la preeminencia del Estado en la designación de aquello que actuará como el estándar que corresponderá a la moneda de cuenta. Esta perspectiva fue denominada por Keynes como Chartalismo (“Cartismo”) . Esta perspectiva es claramente compatible con las proposiciones de los promotores de las monedas paralelas en tanto reafirman el carácter social del dinero cuya utilización se basaría en un “acuerdo” entre los miembros de una “comunidad” (Lietaer, op.cit.).
Esta visión contradice la idea neoclásica de que aquello que actúa como moneda resulta de la elección espontánea y racional de aquellos que participan del mercado y que en consecuencia será un bien escaso y por lo tanto valioso aquel que resulte ser el medio de cambio aceptado. Sin embargo, si bien la visión de Keynes esta implícito el hecho de que la existencia de dinero presupone el desarrollo de un sistema regular de intercambios monetarios (y por lo tanto, un determinado sistema de relaciones sociales), su insistencia en el carácter del dinero como dinero estatal indica que éste sería sólo un símbolo de valor y no una de las “formas” de aparición del valor (Clarke, op.cit., pg. 83)
Esta corriente insiste en que el valor de la moneda provendrá del hecho de que sea aceptado por el Estado en pago por las obligaciones que éste establece en cabeza de los contribuyentes. Por otra parte, el dinero en su función como unidad de cuenta y, en particular, los contratos legalmente ejecutables expresados en términos de esa unidad de cuenta, cumplen en el capitalismo un papel central al permitir reducir la incertidumbre asociada a la no-ergodicidad del mundo . En efecto, como la incertidumbre y la ignorancia provoca incerteza sobre los precios presentes y futuros, todas las relaciones económicas son distorsionadas y por lo tanto la operación de los mercados también (Clarke, op.cit., pg. 83). Estas características hacen que la incertidumbre sobre el futuro resulte en una mayor preferencia por la liquidez, una mayor demanda de dinero, mayores tasas de interés y, en consecuencia, en menores niveles de producción y empleo. Esto no significa que esta doctrina considere que la oferta de dinero es exógena o fija. Por el contrario, en la visión post-keynesiana se enfatiza el papel que cumple el sistema bancario en expandir la cantidad de dinero disponible para ajustarla a la demanda de crédito (Moore, 1988).
La teoría económica keynesiana gira en torno a lo que se dio en llamar una economía monetaria de producción. Esto es, una economía en la cual cada ciclo del proceso de producción comienza y termina en el dinero. Keynes señaló la diferencia de su visión con la perspectiva neoclásica en la cual el dinero es simplemente un “facilitador” de los intercambios, pero no interviene en las decisiones de los actores (Keynes, 1973, citado por Wray, 2001).
Por otro lado, Keynes consideraba que la tasa de interés era una variable estrictamente monetaria y no real y por ello es determinada por la oferta y demanda de dinero. La tasa de interés no sería, entonces, el precio que equilibraría la demanda de recursos reales para invertir con la buena disposición de las personas para abstenerse del consumo presente (es decir, de ahorrar). Sería en realidad el precio que equilibra el deseo de conservar la riqueza en la forma de efectivo (papel moneda o moneda metálica) con la cantidad disponible de este último (Keynes, 1936, pg.152).
Los comunitaristas tienen una deuda teórica muy importante con el keynesianismo. El énfasis de este último en el carácter convencional del dinero, convención que se expresa a través del Estado, tiene su reflejo en la proposición comunitaristas de constitución de monedas locales a partir de comunidades políticas determinadas (sobre todo, no nacionales). Sin embargo, un punto de conflicto esencial es que los promotores de las monedas locales no reconocen la importancia que el keynesianismo da a las obligaciones tributarias como base del valor del dinero estatal. En este punto, los comunitaristas sostienen sobre todo la importancia del “acuerdo” común en utilizar un determinado tipo de dinero antes que la necesidad de utilizarlo para cumplir con determinada obligación con la comunidad (o su representación estatal).

3.5 Teoría de la Regulación: El dinero como institución social
La teoría de la Regulación ha desarrollado importantes aportes en torno a la significación del dinero en la economía capitalista y por ello me pareció importante presentarla brevemente, aún cuando no ha tenido inserción clara en ninguna de las corrientes principales.
Según la teoría de la Regulación (nacida con el trabajo seminal de Aglietta, 1999[1976]) la moneda no es simplemente un bien caracterizado por funciones de oferta y demanda como sostiene la teoría neoclásica, sino que es una institución social. La moneda es un principio de cohesión de las relaciones económicas; es una regla social que extrae su validez de una representación colectiva: desde el momento en que se establece, todos los agentes encuentran ventajoso conformarse a ella (Aglieta, 1987). En un sistema monetario nacional la forma superior de liquidez se define institucionalmente dentro de una estructura jerarquizada y garantizada por el funcionamiento mismo de una institución, el Banco Central (Aglietta, 1987, pg. 52).
Pero la confianza en la moneda es una actitud eminentemente colectiva frente a la incertidumbre: acepto conservar tal o cual forma de liquidez porque confío en que los demás también la aceptarán. En este punto la teoría regulacionista encuentra puntos de contacto con la visión de los promotores de las monedas paralelas pues enfatizan que el dinero es producto de una suerte de “acuerdo social”. Confiar en la moneda significa postular que la misma será indefinidamente aceptada y que, por consiguiente, garantizará la realización continua y potencialmente ilimitada de las relaciones mercantiles. La moneda es, en definitiva, esa institución central que representa la perennidad de todo un orden social (Aglietta, 1987, pg. 53). En particular, la moneda en el capitalismo representa el supuesto de permanencia en el tiempo del mismo como ordenador social .
Por último, al igual que en la perspectiva post-keynesiana (con la cual tiene muchos puntos en común) la Regulación conceptualiza a la moneda como endógena pues sugiere que su emisión se encuentra directamente vinculada con la actividad económica.
Los promotores de las monedas locales encontrarán en el análisis regulacionista mucho elementos familiares. En particular, el enfoque de Aglietta sobre el dinero, que sostiene la relevancia del supuesto de permanencia en el tiempo de la estabilidad del marco monetario, puede dar elementos para comprender tanto la crisis del dinero convencional (“moderno”) como así para entender la significación de la construcción de instituciones adecuadas para la regulación de las monedas locales.

3.6 El dinero en la economía política marxista: Del dinero como “dinero” al dinero “como capital”
En lo que sigue este trabajo se apoyará fundamentalmente en una lectura marxista del dinero. En esta sección intentaré presentar los elementos centrales de ese enfoque.
Para la teoría marxista, en la economía capitalista el dinero es aquella mercancía específica que asume la función de equivalente general de valor de todas las restantes mercancías (Gerner, 2002) y que permite la transformación simultánea de productos en mercancías y de trabajo particular en trabajo social o abstracto. Es más, el dinero es una condición previa para que exista la producción de mercancías y no un simple intermediario en el proceso de intercambio.
Un proceso de circulación en que los poseedores de mercancías cambian y comparan sus artículos con otros artículos diferentes jamás se realiza sin que diferentes mercancías de diferentes poseedores sean cambiadas y comparadas como valores con una tercera mercancía, siempre la misma (Marx, 1991[1873], pg. 108). El proceso de intercambio, al generalizarse, procede simultáneamente a la transformación de los productos del trabajo en mercancías y a la transformación de una mercancía en dinero (Borges Neto, op. cit.). El dinero expresa la relación social existente entre compradores y vendedores de mercancías (Germer, 1997).
La sustancia de valor de las mercancías es el trabajo abstracto, socialmente igualado . El proceso de desarrollo de los intercambios constituye progresivamente la sustancia social que es el trabajo abstracto y en consecuencia la igualación del trabajo de los distintos productores es realizada mediante la equiparación de los valores de sus mercancías en dinero (Borges Neto, op. cit.). “… el dinero constituye un producto necesario del proceso de intercambio, en el cual se equiparan de manera efectiva y recíproca los diversos productos del trabajo y por consiguiente se transforman realmente en mercancías (Marx, 1991[1873], pg. 106). Según este enfoque para que haya producción de mercancías tiene que haber dinero y no un simple numerario (unidad de cuenta) ni un simple intermediario en el intercambio, como supone la visión neoclásica.
El dinero como tal es la unidad contradictoria de un conjunto de funciones. Por un lado, la mercancía-dinero funciona como unidad de medida de valor y por lo tanto actúa también como medio de circulación (o de cambio) (Germer, 1997). Marx señala que en estas funciones el dinero puede actuar por sí (es decir, en la forma de una mercancía) o a través de “sus representantes” (esto es, de papel-moneda, una mercancía que no es dinero en sí mismo). Una vez aparecido el dinero como equivalente general de las mercancías, éste asume nuevas funciones no existentes previamente: medio de atesoramiento, medio de pago y moneda mundial. Esto sólo es factible luego de que el dinero aparece como tal y se asocia a la aparición del capital como relación social (Germer, 1997).
Marx distinguió el concepto de dinero del concepto de capital, diferencia que es esencial para comprender la lógica del capitalismo y el papel del dinero en él. En el capitalismo, el dinero continúa expresando las relaciones entre compradores y vendedores. El capital, por su parte, expresa la relación entre propietarios y no-propietarios de los medios de producción. El capital expresa una nueva relación económica, que se basa en la relación de valor, es decir en el dinero, pero no coincide con ella (Germer, 1997). El dinero es valor como cristalización del trabajo social, algo materialmente estático. El capital, por su parte, expresa valor en expansión, esto es trabajo social en movimiento (Germer, 2002). En el capitalismo, el dinero se encuentra dominado por el capital.
En un mirada crítica al desarrollo del interés sobre el dinero, Marx planteaba que el mismo resultaba ser una porción de la ganancia del capital industrial y por lo tanto la masa de intereses tenía como límite máximo la propia masa de ganancias del capital productivo en su conjunto. De acuerdo con Marx, la tasa de interés era un precio, pero un precio “irracional” (Screpanti y Zamagni, 2001, pg. 143). Por otra parte, Marx, quien había sido fuertemente influenciado por Thornton en relación con los ajustes que se producían en la oferta de dinero a la demanda del mismo, entendía que la elasticidad de la oferta monetaria era muy elevada (Screpanti y Zamagni, 2001, pg. 142); es decir, Marx asumía el carácter endógeno del dinero.
Para Marx el dinero no media la relación entre individuos que reconocen su mutua necesidad del otro (y por lo tanto su carácter social) en los intercambios. “La esencia del dinero es aquella de una actividad mediadora o movimiento, de un acto humano social por el cual el producto del hombre que complementa a otro, se encuentra alienada del hombre y se convierte en atributo del dinero, una cosa material por fuera del hombre” (Marx, 1844, citado por Clarke, op.cit., traducción mía). Contra lo que suponen en general las otras interpretaciones, en el capitalismo el dinero deja de ser un medio (un mediador neutral, facilitador de los intercambios o instrumento técnico subordinado a las necesidades de los individuos) para convertirse en el fin mismo de los intercambios. Por lo tanto, el dinero se convierte en un poder social independiente, que aparece en su forma más desarrollada como capital (Clarke, op.cit., pg. 31).
Por otra parte, el surgimiento histórico del dinero como fin en sí mismo, del dinero como capital, supuso la creación de una nueva estructura de clase en dónde una clase (los capitalistas) utilizan su control sobre el dinero para poner a otros a trabajar (la clase trabajadora). Sin embargo, el dinero de los capitalistas pone a la gente a trabajar en la producción de valores de uso que son, meramente, los medios necesarios para organizar a la sociedad en torno al trabajo incesante (Cleaver, op.cit., pg. 28). En efecto, ese trabajo produce valor (trabajo abstracto) y plusvalor (trabajo excedente) que bajo la forma de dinero es meramente un medio para poner a la gente, cada vez más gente, nuevamente a trabajar (Cleaver, op.cit.). Marx insistía en que el capital es una relación social, una relación antagónica entre la imposición del trabajo y la resistencia a ello. Esta imposición supuso, a su vez, la imposición del poder del dinero mediante su mediación (bajo el control capitalista) entre la gente y los medios de subsistencia. Además, requirió, sobre todo, el establecimiento del poder del Estado sobre el control y la regulación del dinero y el poder policial para imponer el dinero como medida universal y mediador de la sociedad (Cleaver, op.cit., pg. 29).
Desde esta perspectiva, las disputas por el control del dinero, por sus usos y su forma de gestión son disputas en torno a la organización del trabajo social. Así, más allá de la imposición originaria del dinero y su papel como organizador de la producción en el capitalismo, queda el mantenimiento y adaptación en el curso de la acumulación de capital de las relaciones implícitas en él (Cleaver, op.cit., pg. 30). El desarrollo de las políticas estatales en torno al manejo del dinero y los debates filosóficos y político-económicos sobre tal desarrollo reflejan la historia de la búsqueda por parte del capital de los mejores medios para realizar al dinero como momento esencial de las relaciones de clase capitalistas (Cleaver, op.cit.). En efecto, en tanto en la sociedad capitalista el dinero es una categoría mediadora del antagonismo social (Negri, op.cit., pg. 21), la disputa en torno a sus “usos” será, como espero poder mostrar, una de las claves para comprender la experiencia de las monedas paralelas, más allá de su “racionalidad” o su sentido “instrumental”.
Considero que los promotores de las monedas paralelas están expresando esa disputa por la forma de control y uso del dinero. En consecuencia, las propuestas comunitaristas de crear “otro(s) dinero(s)” a partir de la construcción de diferentes comunidades políticas, no hacen más que reflejar el conflicto inmanente a la “sociedad del capital” por el control del trabajo humano. Quien controle el dinero, controlará la vida y por ello la articulación de nuevas formas de vida (más allá del capital y más allá del dinero como capital) suponen, en parte, disputar y combatir los usos capitalistas del dinero.

4. Moneda, capitalismo y crisis
Los promotores de las monedas paralelas señalan que lo que ellos denominan la moneda moderna tiene en sí mismo un carácter profundamente dañino para la actividad económica y la articulación de la sociedad. Sin embargo, en mi perspectiva tal caracterización de la naturaleza del dinero y de sus dinámica se apoya en una visión superficial del fenómeno. Mientras que, por un lado, tienen una interpretación que se sostiene en una combinación ecléctiva de argumentos teóricos (provenientes, sobre todo, del pensamiento neoclásico con ciertos rasgos de mercantilismo y con deudas incontables de otros enfoques), por otra parte tienden a confundir la forma que asume la dinámica del capitalismo (por ejemplo, “falta de dinero”) con el proceso real que se desarrolla por detrás de la apariencia. Es decir, detrás de una aparente “falta de dinero” no pueden ver con claridad el proceso esencial, la valorizacion del capital y su crisis, es decir la crisis para imponer el poder del dinero sobre las personas .

4.1 Moneda como medio de pago inter-regional versus medio de pago local.
Marx señala que el dinero, como relación social, puesto bajo la forma de medio de circulación es moneda (Marx, 1997, pg. 161). Como moneda pierde su propio valor de uso, el cual coincide ahora con su aparición como medio de circulación. Por ello, ahora como moneda, es también signo . Pero además, y esto es central en la discusión que estamos proponiendo, como moneda pierde su carácter universal, para asumir uno nacional, local. Se fragmenta en moneda de distintos tipos y recibe un título político y “…habla por así decirlo una lengua distinta en los distintos países…” (Marx, op.cit., pg. 161).
El dinero, como moneda nacional, es entonces representación de una cierta unidad política. Pero aun así, el dinero como capital actúa como un medio para garantizar la expansión del valor a escala universal. Por lo tanto, las relaciones capital y dinero (o el dinero como capital) no tienen una inscripción territorial precisa (Bonnet, 2002). Por ello, tanto el trabajador asalariado como el capitalista aparecen como territorialmente móviles, pero a su vez, dicha movilidad existe siempre en tensión con la necesaria inscripción territorial de los procesos de explotación y dominación capitalista y, junto con ellos, del propio dinero (Bonnet, op.cit.).
Los promotores de las monedas paralelas perciben claramente la base nacional del poder del dinero en el capitalismo. Ellos señalan que la unidad del dinero en el territorio nacional es una de las fuentes de su “escasez” en algunas de sus regiones, provincias o localidades.
Para entender este problema es preciso primero entender cómo hace una región para conseguir la moneda que utiliza para realizar sus transacciones locales y para adquirir productos de otras regiones. Si la región es productivamente avanzada, es decir que los capitales que se encuentran localizados en ella son “competitivos” en relación a los capitales de otras regiones pues poseen costos unitarios de producción inferiores, los primeros podrán vender sus mercancías al exterior, es decir a las otras regiones, en condiciones favorables (es decir, en condiciones de rentabilidad elevada). Esta “exportación” de mercancías de regiones con mayor productividad a otras con menor productividad, les permitiría a las primeras conseguir un cierto flujo de moneda nacional, la cual tiene, por supuesto, aceptación generalizada en todas las regiones del país. En este caso, la moneda nacional actúa no sólo como dinero en la circulación doméstica (al interior de una región) sino que también cumple el papel de ser dinero “inter-regional”, pues puede ser utilizada para la adquisición de productos del resto del país.
En tanto la cantidad de moneda nacional que ingresa en la región supera al gasto que de ella se realiza en el exterior de la misma (para la adquisición de productos extra-regionales o por meras transferencias financieras), la circulación monetaria al interior de la región se incrementará “facilitando” la actividad económica local gracias a la existencia de mayor liquidez. Las regiones cuyos capitales son más productivos (es decir, tienen costos unitarios de producción más bajos) tienden a lograr sostener un saldo de moneda nacional positivo que alimenta este circulo virtuoso . Sin embargo, esta dinámica no refleja la “abundancia” de moneda sino que la misma es un reflejo del flujo del capital hacia las regiones donde la generación y apropiación de trabajo excedente (plusvalor) es más fácil. Por otra parte, la poca “competitividad” de la producción doméstica supone que esta es desplazada por la producción importada de otras regiones. Por la caída en la demanda real de producción doméstica al ser ésta desplazada por la producción importada o por la imposibilidad de exportar, se produce una situación de generalizado desempleo de recursos productivos, en particular de fuerza de trabajo que es el recurso de menor movilidad espacial.
De acuerdo con la visión neoclásica esta situación podría resolverse si cayeran los precios de las mercancías de manera que se tornaran competitivos ciertos sectores que a los precios anteriores no lo eran (ver, por ejemplo, Johnson, 1976 citado por Davidson, 1994). Sin embargo, Anwar Shaikh muestra que lo que determina el éxito de los capitales en la competencia son los costos absolutos (ventajas absolutas) y no los costos relativos (ventajas comparativas), de manera que la deflación de precios no puede resolver el problema que presentan las diferencias de productividad entre las diferentes regiones (Shaikh, 1980). Dado que la competencia de capitales entre regiones tiende a igualar las tasas de ganancia entre industrias, los precios relativos no pueden alejarse de una relación definida por las productividades relativas y los salarios reales de los capitales que actúan como reguladores en cada industria (Shaikh, 1980; 2000). Los precios de las mercancías oscilarán en torno a sus precios de producción, es decir aquellos precios asociados a los costos reales de producción, costos que se relacionan con el gasto de trabajo socialmente necesario . La salida de capitales (cuya apariencia es la de una “desaparición” del dinero que denuncian los promotores de las monedas paralelas) se prolonga en tanto pueda ser financiada con otros ingresos no provenientes del comercio entre regiones.
En definitiva, de lo que estoy hablando es que en la situación señalada una región puede enfrentar una restricción insalvable para conseguir “divisas” (la moneda emitida por el Estado nacional) necesarias para comprar aquellos productos que ellos mismos no pueden producir. Eventualmente, el desequilibrio estructural de divisas (moneda nacional) podría hacer colapsar el comercio inter-regional pues no habría recursos monetarios suficientes para sostenerlo (Shaikh, 1980). Lo que estaría ocurriendo es que la moneda nacional única para todo el territorio implica el establecimiento de un sistema semejante a un régimen de libre comercio y tipos de cambio fijos entre las monedas (que en este caso son las mismas en todas las regiones y vinculadas a un tipo de cambio 1 a 1) que circulan en los distintos estados sub-nacionales. La crisis de pagos regionales terminaría de hacer inviable una parte importante de la actividad económica local, ya que implicaría el cese del financiamiento del déficit regional, y tendría como resultado la reducción de la actividad económica local a niveles mínimos. La actividad alcanzaría un nivel que refleje la necesidad de tener un balance de pagos regional equilibrado, sin financiamiento voluntario. Sin embargo, esta situación también estaría reflejando la “salida” de la región de los circuitos del capital a escala nacional. Sin embargo, mientras una región ve profundizada su crisis productiva, los capitales individuales que operan en la misma intentarán (como sugieren los promotores de las monedas locales, por ejemplo MoMoMo, 2002) reducir los niveles salariales y/o incrementar los niveles de explotación de la fuerza de trabajo con el objetivo de mejorar sus condiciones de “competitividad” .
En definitiva, allí está la causa de fondo de la “falta de circulante” de la cual se hacen eco los promotores de las monedas paralelas. Lo que ellos presentan como la fuga del dinero del circuito productivo local hacia “las finanzas” y que aparece como “falta de dinero” no es más que el resultado de la dinámica del dinero como capital: el capital-dinero fluye hacia las regiones productivamente más desarrolladas. Este proceso se verá reflejado en buena medida en el movimiento de dinero bancario, pues el crédito se orientará hacia el capital en la regiones adelantadas, pero también en flujos de capital “real”, es decir, inversiones productivas que se concentran en las regiones más competitivas.

4.2 La fuga del dinero-capital y la “falta de dinero”
La inexistencia de un medio material que cumpla el papel del dinero como medio de cambio inhabilita una gran cantidad de transacciones, pues desaparece el medio que permitiría expresar en el mercado la voluntad de realizar un intercambio (es decir, la posibilidad de convertir una demanda absoluta por productos (que aparecen bajo la forma de mercancías y por lo tanto tienen precio) en demanda efectiva, es decir poder de compra por los mismos.
Según Schraven las transacciones que quedan imposibilitadas son en principio aquellas que involucran mercancías no comercializables entre regiones (típicamente conocidas como “no transables”), como, por ejemplo, los servicios personales o fuerza de trabajo (Schraven, 2000). Esto se debería fundamentalmente a que estas mercancías no son obviamente objeto de la demanda externa y por lo tanto los únicos que pueden consumirlas son los residentes en la región. Pero también una gran cantidad de transacciones que involucran mercancías claramente comercializables entre regiones pueden quedar truncas .
El dinero como tal expresa la relación entre compradores y vendedores (Germer, 2002) y en su representación en moneda permite concretar las transacciones en la economía capitalista donde la producción de mercancías se encuentra generalizada. Pero como dije antes, el dinero no es simplemente un medio para la realización de operaciones económicas (una “cosa” producto del “mercado” como imaginan los neoclásicos o “criatura” del Estado como suponen los post-keynesianos). Debe ser algo que se ha convertido en la expresión general del trabajo de la sociedad, algo que todos acepten porque ven en él el reflejo de su propio trabajo. En consecuencia, sin una expresión “material” del dinero falta ese “algo” que todos los participantes estarían dispuestos a recibir a cambio de sus productos; aquello en que todos “confían” pues no es más que la imagen de su propio esfuerzo objetivado. Como señalaba Marx, en el capitalismo sin el dinero el trabajo privado, particularizado, no puede convertirse en trabajo abstracto, social y por lo tanto los productos del trabajo no pueden convertirse en mercancías (Germer, 1997).
Pero a la vez el dinero actúa como un mecanismo para trasladar poder de compra hacia el futuro, lo cual se encuentra ligado directamente a la capacidad del dinero de expresar valor social abstracto. Esto es, el dinero no sólo actúa como un medio de pago sino que también debe ser una expresión de valor. Quien acepta dinero a cambio de entregar mercancías debe “creer” (confiar en) que podrá recuperar en el futuro el valor entregado a través de la compra de otras mercancías diferentes (Aglietta, 1987). En particular, la moneda en el capitalismo supone, como señala Aglietta, la permanencia de un determinado orden social (capitalista) (Aglietta, 1987, pg. 53).
Contra lo que señalan los teóricos neoclásicos, que suponen que la existencia o no de un medio para realizar las transacciones es irrelevante, la falta de dinero circulante (moneda) dificulta la realización de intercambios pues quien entrega recursos a cambio de una “promesa” no tiene la garantía de que le darán a cambio, en el futuro, valor social equivalente expresado en dinero. En consecuencia, sin moneda, como expresión de la relación social dinero (que permite expresar el valor social de los productos en el mercado) las transacciones se tornan mucho más difíciles.
El dinero permite expresar no sólo valor socialmente abstracto (en el sentido de trabajo social indiferenciado) sino, y esto es fundamental, es una expresión de crédito o confianza mutua. Quien entrega algo a cambio de dinero, esta dando crédito no tanto a quien recibe las mercancías sino a la sociedad en su conjunto (Aglietta, 1987, pg. 52). El dinero expresa nuestro “dar crédito” a la sociedad, porque entendemos que esa construcción social da ciertas garantías sobre la eficacia de la institución dineraria. Esto supone, por lo tanto, que lo que el dinero realiza no puede ser simplemente reemplazada por múltiples relaciones bilaterales de otorgamiento de “crédito mutuo”.
Es la necesidad de recrear ese medio material para realizar transacciones, para poder expresar ese “dar crédito”, lo que en el fondo plantean los promotores de las monedas paralelas. Frente a la fuga del dinero como capital (en su expresión como moneda nacional) buscan crear un medio que actue localmente como instrumento de circulación. Lo que buscan hacer es recrear de forma paralela al capital-dinero (mediación entre el capital y el trabajo), un dinero que funcione “como dinero” (mediador entre compradores y vendedores) es decir, como medio de pago y expresión de valor.
Hay que recalcar aquí que el problema que nos encontramos discutiendo no se relaciona directamente con los problemas de demanda efectiva sobre los que reflexionó Keynes en su Teoría General. Él analizaba un problema en el cual la economía se encontraba en una situación de déficit de demanda efectiva que se traducía en la desocupación de recursos productivos (Keynes, 1936). Este problema era causado por la ausencia de decisiones reales de gasto. Ni los empresarios querían demandar bienes de capital, pues tenían bajos animal spirits ni los consumidores estaban dispuestos a encarar decisiones de consumo. En ambos casos la limitación era una restricción ligada con la decisión “real” de gastar. El problema se asociaba a que los actores no gastan los recursos monetarios que tienen a su alcance. Esta situación se popularizó como “trampa de liquidez”. Lo que sobra es el dinero, lo que falta es la voluntad de gastarlo.
El problema que discuto aquí y que considero que las monedas paralelas buscan corregir es diferente. El dinero no puede cumplir su papel como medio de circulación de las mercancías por escasez del medio material que lo representa. La falta de mecanismos de creación endógena de un medio de pago adecuado a las transacciones domésticas limita las posibilidades de utilización de los recursos “reales” disponibles. La dinámica del capital impide a trabajadores y capitales poco productivos (en términos absolutos), aunque no improductivos, constituir relaciones de intercambio pues la imposibilidad de acceder al (o “crear” el) dinero que necesitaría para hacer eficaz su voluntad de intercambiar. Además, y esto es fundamental, no pueden (re)crear por sí mismos, de manera individual (privada), ese medio.
El siguiente diálogo, extraído de Knauer (1989), ilustra el problema en cuestión:
Durante un invierno muy frío, un niño le pregunta a su madre: “Mamá ¿por qué no ponemos calefacción?”
La madre contesta “Pues nos falta carbón”.
Y el niño dice “Pero, ¿por qué no tenemos carbón?”.
“Hijito, ya no tenemos dinero para comprarlo, porque papá – siendo minero- no tiene empleo”, dice la madre.
El niño insiste “Pero, ¿por qué no tiene empleo?”.
“Pues, por el momento”, continua la madre, “ya hay demasiado carbón en el mercado y al pie de la mina”.
La falta del medio de circulación y pagos que aceptación general en una región impide la realización de ciertos intercambios y la producción aun cuando haya necesidades insatisfechas y recursos ociosos. Los promotores de las monedas locales resaltan este hecho que resultaría de la escasez de circulante pero no reconocen cabalmente que esta falta de dinero es producto de la dinámica de la valorización del capital.

4.3 Moneda y exclusión
Los distintos procesos de exclusión que son típicos del capitalismo y que se acentúan en situaciones de crisis se ven reflejados en la desvalorización de los recursos disponibles (fuerza de trabajo, medios de producción, saberes, etc.) en los hogares pero sobre todo en aquellos que poseen una menor cantidad y calidad de los mismos (Deledicque y otros, 2002).
La restricción que una región enfrenta ante la falta de suficiente capacidad productiva como para conseguir moneda nacional que le permita acceder a aquello que no produce, se reproduce en el caso de las personas o grupos excluidos. Si estos no consiguen la moneda estatal (nacional) a partir de la venta de su fuerza de trabajo o de su ocupación por cuenta propia, no podrán acceder a comprar aquellos productos que requiere para su subsistencia pero que no puede producir por sí mismos.
El proceso de acumulación de capital requiere la permanente reproducción de las condiciones que le permiten existir como tal, como producto del trabajo humano. La estabilidad de la relación de capital se basa en la sistemática reproducción de las premisas históricas que garantizan su control sobre el trabajo (De Angelis, 1999). Estas premisas requieren separar sistemáticamente a los productores directos (los trabajadores) del producto de su trabajo. Esto implica por un lado que los trabajadores carecen de los medios de producción. Por otro lado, que pudiendo trabajar para otros deben aceptar, por medio de la coacción del mercado (la desocupación), ceder una parte del producto de su trabajo a otros (propietarios de los medios de producción) (Devine, 1994).
En consecuencia, todos aquellos que se ven imposibilitados de acceder a los medios de producción para garantizar su propia subsistencia (sea mediante la producción autónoma o mediante la venta de la fuerza de trabajo), son excluidos de la posibilidad de acceder al dinero (expresión general del valor de las mercancías y representación por excelencia de la riqueza social en el capitalismo). Y, como ya señalamos, en el marco de la generalización de la producción de mercancías, las personas sin dinero carecen del poder necesario (poder de compra) para apropiarse de una porción del trabajo social que necesitan para reproducir sus condiciones de vida.

4.4 ¿Una moneda o varias?
Frente a esto, los comunitaristas sostienen la necesidad de crear monedas de carácter local o regional como forma para evitar o compensar los defectos que tienen las monedas nacionales. Lo que proponen es que múltiples monedas circulen simultáneamente dentro de la geografía de un mismo Estado-nación. Esto supone que sería necesario definir el ámbito de circulación de las nuevas monedas locales. Esto es, ¿deberían circular paralelamente con las monedas nacionales en todo el terriorio del país? O, ¿sería conveniente que lo hicieran sólo en una espacio geográficamente delimitado?

4.4.1 ¿Es Argentina un “área monetaria óptima”?
Desde la teoría económica neoclásica uno de los marcos de análisis más tradicionales en este aspecto fue propuesto por Mundell (1961). Su teoría de las llamadas “áreas monetarias óptimas” (AMO) buscaba definir las características que debía tener un determinado espacio geográfico para hacer conveniente la utilización de una sola moneda adentro de él (o mantener un tipo de cambio fijo entre distintas monedas, lo cual sería equivalente). Los objetivos centrales a tener en cuenta serían (1) el mantener balanceadas las transacciones económicas de la región con el ‘resto del mundo’ y (2) mantener el pleno empleo de los recursos.
Dado que el trasfondo teórico de esta propuesta es la visión neoclásica, en el fondo la cuestión central era cuál sería el medio más eficaz para conseguir que se produjeran los ajustes necesarios en caso en que, un desequilibrio estructural entre dos regiones que produjera un desbalance externo y, consecuentemente un desequilibrio en la utilización de los recursos productivos de una de las mismas con relación a la otra. Estos ajustes requerirían una variación en los ingresos reales (salarios y otros) que permitieran corregir los precios relativos y así equilibrar el comercio entre regiones . La cuestión era si esto podía ser obtenido a través de caídas nominales en salarios y precios en la región deficitaria o si, por el contrario, convendría realizar este ajuste por la vía de una variación en el tipo de cambio entre la moneda regional y el resto de las monedas del mundo. McKinnon (1963) y Kenen (1969) vinieron a complementar y completar esta interpretación. La decisión de una región (país, provincia, ciudad, aun un espacio geográfico más pequeño) de mantener o no una moneda común con otras regiones dependería, en consecuencia, de (1) el grado de movilidad de factores al interior del conjunto de regiones (es decir, entre las regiones), (2) del grado de integración económica de las regiones, y (3) del grado de diversidad de la producción al interior de cada región.
Desde esta perspectiva podría afirmase que la aparición (o creación) de monedas regionales (sean estas comunitarias u otras monedas locales como las cuasi-monedas de los estados provinciales o municipales) estaría cuestionando el hecho de que la Argentina fuera un “área monetaria óptima”. La existencia de importantes diferencias en las estructuras productivas y niveles de desarrollo regionales así como la escasa movilidad interregional de ‘factores productivos’, en particular la limitada (aunque no nula) movilidad de la fuerza de trabajo , pondrían en duda la viabilidad y conveniencia de la unicidad monetaria en el conjunto del país. En consecuencia, si la creación de monedas fuera una decisión meramente técnica, vinculada a la “optimalidad” de los ajustes de mercado, podrían sostenerse desde el ángulo de la teoría de las AMO las ventajas de crear monedas paralelas en el territorio nacional argentino.
Sin embargo, si bien la visión de las AMO aporta elementos que permitirían sostener la posición de los defensores de las monedas locales, el argumento de Mundell y sus seguidores se apoya básicamente en el supuesto de que los desequilibrios “externos” inter-regionales son producto de precios “fuera del equilibrio” causados básicamente por rigideces nominales en precios y/o salarios. Ya hemos criticado esta interpretación pues frente a diferencias en los niveles de desarrollo de las regiones y en tanto la ley del valor (y por ello, su expansión) regule la organización de la producción y los intercambios, los desequilibrios en los flujos inter-regionales de capital serán persistentes. Desde este punto de vista, las monedas locales podrían en todo caso actuar como instrumentos para “facilitar” la reducción de los salarios reales y, eventualmente, promover incrementos en la productividad del trabajo, como medio para reducir los costos unitarios de producción (Shaikh, 2000) pero de ninguna manera solucionarán per se los desequilibrios provocados asociados a la organización capitalista de la actividad productiva.

4.4.2 La nación como “mosaico de monedas”
Frente al esquema analítico de la teoría de las AMO, se encuentra la propuesta realizada por Keynes de pensar un esquema de Unión de Clearing Internacional [Unión de Pagos Internacional, UPI] (Keynes, 1980, pg. 176). Si bien, al igual que el análisis de las áreas monetarias óptimas, la propuesta estaba pensada en una perspectiva internacional, creo que tiene elementos que son de utilidad para el análisis de las monedas locales. La propuesta podría trasladarse al nivel de un país, pensando la moneda nacional como símil del bancor (la moneda internacional propuesta por Keynes). En esta propuesta, la monedas locales estarían asociadas entre sí a través de una moneda nacional y las regiones más avanzadas deberían gastar sus excedentes en las regiones deficitarias, de manera de alimentar allí la demanda de productos. Esa obligación de gastar por parte de las regiones superavitarias debería ser establecida en una regla que actúe de manera automática.
En realidad, la propuesta keynesiana hace trasparente la política de redistribución de recursos por la vía fiscal usualmente utilizada por los Estados nacionales (los cuales suelen poseer una moneda única). En efecto, la política de gasto del Estado federal actúa como un mecanismo de compensación pues las regiones productivamente más atrasadas reciben fondos del Estado nacional sin contrapartida. Este es el mecanismo que garantiza que las regiones superávitarias compensen a las regiones deficitarias . Podría decirse, que esa es la contracara necesaria de la unión monetaria en condiciones de desequilibrios estructurales.
A diferencia de la propuesta de la AMO, la idea del UPI deja librado a la decisión política (y no a una definición técnica) la creación de monedas nacionales (y regionales) mientras que busca establecer, también por decisión política, un mecanismo de compensación de los desequilibrios estructurales antes que recostarse sobre los supuestos mecanismos automáticos del mercado.

4.5 La disputa por los usos del dinero
Tanto el criterio neoclásico de análisis como el (post)keynesiano se proponen como opciones técnicas para sostener el funcionamiento de la valorización del capital. La visión de la AMO supone que el establecimiento de espacios geográficos en los cuales circula una moneda específica, debe orientarse a facilitar el funcionamiento de los mercados. Esto significa que lo que se busca es compensar las “rigideces” en los precios, y en particular en los salarios, a partir de la posibilidad de que la moneda regional se deprecie en relación a otras monedas, reduciendo los precios locales medidos en una moneda común logrando, eventualmente, la corrección de los desequilibrios comerciales y financieros regionales (bajo el supuesto de que la competencia entre capitales entre regiones con diferentes monedas se rige bajo el esquema de ventajas comparativas). Por su parte, la propuesta (post)keynesiana supone que las monedas regionales deben complementarse con algún mecanismo nacional de redistribución de recursos. Ese mecanismo podrá ser fiscal o monetario, pero permitía sostener en el tiempo la actividad económica en las regiones con déficits en los intercambios inter-regionales. En este caso, los desequilibrios estructurales no se corregirían sino que simplemente se compensarían.
Sin embargo, ambas alternativas se proponen como soluciones meramente técnicas que ignoran (caso neoclásico) o presuponen (caso postkeynesiano) la existencia de entidades políticas que sostengan la constitución de una moneda. Además, presentan como simples “rigideces” a la negativa de los trabajadores de aceptar una caída en sus estándares de vida frente a las necesidad del capital.
Y es aquí donde creo es necesario introducir una disgresión importante. La discusión propuesta por los promotores de las monedas paralelas o locales está señalando que, en el fondo, la decisión sobre la creación de una moneda no-nacional refiere a un cuestionamiento al uso capitalista del dinero. Si como señalaba Marx, el dinero no expresa más que la relación social de capital, a partir de la cual se busca imponer el trabajo sobre las personas con el fin de crear plusvalor (Cleaver, op.cit., pg. 28), la disputa por la creación de monedas paralelas controladas local o comunitariamente puede proponerse como una instancia de resistencia al uso del dinero como capital. Es en ese sentido que puede comprenderse la histórica disputa por la concentración del poder de gestión sobre la moneda. El desarrollo histórico de las políticas estatales por el control centralizado de la gestión del dinero y la discusión filosófica y político-económica podrían comprenderse en estos términos: como la búsqueda de los mejores medios para asegurar el papel del dinero como momento esencial para la producción y reproducción de las relaciones de capitalistas de producción (Cleaver, op.cit., pg. 30).
Por un lado, esta disputa se expresó en la oposición contra el fetichismo monetario mercantilista que ponía el eje sobre la ‘acumulación’ de dinero-oro antes que en su utilización ‘productiva’ (Cleaver, op.cit., pg. 31). Así, las discusiones de David Ricardo, entre otros, a favor de la convertibilidad del dinero al oro apuntaban contra un cierto ‘populismo monetarista’ que buscaba poner el dinero a merced de las necesidad de los capitales particulares (a partir de, por ejemplo, políticas de crédito “blando” o crédito sin interés) pero que contrariaba los intereses del capital en su conjunto. En efecto, el patrón oro buscaba establecer severas restricciones a la discrecionalidad en la emisión monetaria e impondría a su vez la disciplina sobre las finanzas públicas. Por otra parte, la centralización del poder monetario buscaba controlar las exigencias de la clase trabajadora que históricamente ha rechazado el uso capitalista del dinero – del dinero como capital – buscando utilizarlo con propósitos que se oponían objetivamente a la reproducción de su control sobre el trabajo (Cleaver, op.cit., pg. 31). La imposición del poder del dinero requiere tanto la imposición universal de las relaciones monetarias como el establecimiento de un patrón monetario único y estable. Frente a estos intentos de imponer el uso capitalista del dinero, los trabajadores siempre han luchado tanto exigiendo crecientes niveles de remuneración (los cuales permitirían, potencialmente, generar mayor tiempo libre, disponible para la realización de la vida “más allá del capital(dinero)”) y buscando medios de reproducción que cuestionan las relaciones capitalistas de producción (por ejemplo, a través de la creación de cooperativas de trabajo, mutuales, bancos sociales o cooperativas de crédito, entre otras).
Desde este enfoque puede analizarse la creación de monedas paralelas así como también la oposición estatal a la proliferación de monedas en su territorio. En efecto, señalaba Marx que la cara complementaria de la creciente socialización del capital sería el gobierno centralizado de la liquidez (Negri, 1991, pg. 20) y por ello, la multiplicación de los usos no-capitalistas del dinero será enfrentado tanto por el Estado como por el capital.
Así, las experiencias de monedas locales siempre elogiadas por los “comunitaristas” pueden verse como un primer tipo de respuestas frente al poder del dinero capitalista. Un ejemplo de ello es la experiencia de Wörgl en Austria, durante la crisis del 30. Si bien la introducción de una moneda local por parte del municipio había servido para reactivar la acumulación, incrementar el empleo y garantizar los intereses específicos del capital local, el Estado vio cuestionado su derecho monopólico sobre la gestión del dinero y consigió suspender la experiencia.
Por otra parte, la propuesta Proudhoniana de crear un “Banco del Pueblo” estaba en esta línea y creo yo es el antecedente más claro de las monedas comunitarias del tipo de las creadas en los clubes de trueque. Proudhon y sus seguidores proponían que los trabajadores incrementaran su control sobre el dinero, restándole poder al capitalismo mientras construían su propio orden social alternativo (Cleaver, op.cit., pg. 35). Si bien esta propuesta fue cuestionada por Marx, quien la rechazaba por su carácter útopio y por lo tanto no radicalmente transformador, puede sostenerse que al igual que la lucha por mayores salarios, la batalla de los trabajadores por el control del crédito y el uso no capitalista del dinero son elementos centrales en la promoción del cambio social radical.

5. La crisis económica y el surgimiento de las monedas paralelas
Las transformaciones en la organización económica y social del país durante la década de los noventa pueden ser comprendidas como parte de un proceso más general de cambio en la estrategia del capital a escala global para recuperar el control sobre el trabajo humano. En efecto, dado que la producción y reproducción del capital requiere de la utilización de la fuerza de trabajo humana, la valorización del capital no solamente implica un proceso de acumulación y producción de riquezas materiales (valores de uso) sino también necesariamente busca estructurar la explotación más eficaz de los esfuerzos humanos (De Angelis, 2000a, Neary y Dinerstein, 2002). Por otra parte, dado que el Estado-nación opera como una de las mediaciones centrales que expresan la relación entre trabajo y capital, las transformaciones operadas a escala global tuvieron su correlato en la Argentina .
Esta manera de comprender las transformaciones de la economía argentina reconoce que el capital es una relación social constituida sobre la base del trabajo humano. Esta relación social se expresa en diferentes formas sociales entre las cuales se incluyen al Estado, sus políticas y sus leyes, y el dinero, entre otras (Postone, 1996). “El dinero, la mercancía, el capital, [el Estado], son modos de existencia de las relaciones sociales, las formas de las relaciones sociales que de hecho existen. Son los modos de existencia cristalizados o rigidizados de las relaciones entre las personas” (Holloway, 2002, pg.85).
Una de esas formas esenciales, el dinero, adoptó una dinámica y características muy particulares en la Argentina durante la década de los noventa. En el marco de la convertibilidad, la gestión de la moneda como medio para el control del trabajo humano dio prioridad a los intereses del capital como un todo frente a las necesidades inmediatas del capital ‘nacional’ (es decir, de los capitales particulares) y la satisfacción de las necesidades de la población.

5.1 Convertibilidad monetaria, trabajo y capital
A comienzos de 1991, el Estado argentino estableció un régimen de convertibilidad de la moneda local (el Peso) al dólar de los EE.UU. Ello implicaba que la circulación monetaria se encontraba limitada a las posibilidades de la economía nacional de “producir” dólares. La emisión de moneda debía ser respaldada por la acumulación de dólares en las reservas del Banco Central. En consecuencia, la evolución de la circulación monetaria se encontraba íntimamente ligada en el mediano y largo plazo a la evolución de la cuenta corriente del balance de pagos (principal medio para la “producción” de dólares) y en el corto plazo a la capacidad de endeudarse en moneda extranjera. Es decir, que la producción de moneda se encontraba ligada a la capacidad del capital de generar niveles de explotación del trabajo en el territorio argentino que pemitirieran garantizar tasas de rentabilidad compatibles con la competencia a escala global.
Frente a la imposibilidad estructural de la economía argentina para sostener un resultado positivo en la cuenta corriente del balance de pagos , el crecimiento de la actividad económica y la consiguiente expansión en la circulación monetaria de los primeros años de la década de los noventa se sostuvo sobre la base del masivo ingreso de capitales. Este flujo se asoció esencialmente con las expectativas que el programa de convertibilidad, como estrategia del capital, había generado. En efecto, la convertibilidad puede ser interpretada como una instrumentación relativamente exitosa de los objetivos del capital de reestructurar el trabajo social en Argentina y sobre todo para recuperar el control sobre el proceso de producción (Bonnet, 2002, Féliz, 2003).
A medida que se acentuaban las contradiciones del proceso de acumulación y el flujo de capitales para financiar se agotaba ante una creciente incertidumbre sobre las posibilidades de mantener niveles de rentabilidad adecuados, fue el endeudamiento externo el mecanismo más importante que permitió prologar la agonía del régimen cambiario y monetario. Sin embargo, hacia mediados de 1998 comenzaron a sentirse abiertamente en el proceso de acumulación de capital los efectos de la convertibilidad ya sin el ‘oxígeno’ que proveía el endeudamiento exterior. En pocos meses, el crédito internacional desapareció y los efectos contractivos de la política fiscal norteamericana y la crisis económica mundial en ciernes hicieron implotar a la economía argentina. Eventualmente, la retracción del crédito y el flujo del capital transnacional se convirtió en huida acelerada.
La crisis del capital se expresaba en un déficit de cuenta corriente que ya no era financiable, pues a escala global, el capital comenzaba a percibir el riesgo creciente que implicaba seguir “apostando” a la Argentina. La misma se acentuó con la crisis capitalista internacional , que a su vez expresaba las dificultades que el capital había encontrado para imponer los “ajustes necesarios” sobre el trabajo para garantizar la continuidad de su valorización.

5.1.1 De la moneda única a la pluralidad de monedas
La estrategia del capital de controlar el poder del trabajo a través de la constitución de un régimen monetario que potenciaba la “violencia de la moneda” (Aglietta y Orleán, 1984) al imponer la “violencia de la estabilidad” (Dinerstein, 1997) había entrado en crisis. La constitución del régimen de convertibilidad establecía una nueva forma de violencia capitalista, en tanto la “estabilidad” de precios se ponía como objetivo absoluto a ser priorizado y todo lo demás aparecía como sacrificable en aras para mantenerla. Esa violencia se expresó en el creciente incremento del desempleo, el aumento en la precarización de las condiciones de trabajo, la creciente intensificación del trabajo, el aumento de la alienación en el mismo, etc.
En este esquema, el Estado busca asegurar la reproducción de la sociedad dentro del marco capitalista asegurando el poder del dinero y la vigencia del Estado de derecho (es decir, de la ley), los cuales a su vez son el presupuesto de su propia existencia (Clarke, op.cit., pg. 46). La libertad y la igualdad formal de los ciudadanos ante la ley no es si no la otra cara de la libertad e igualdad formal de los individuos frente al dinero. Así, la “forma” liberal del Estado (esto es, el carácter formal y abstracto del poder estatal expresado en la vigencia del derecho y la ley del dinero) busca asegurar la subordinación mutua de la sociedad civil y el propio Estado a la esos poderes sociales “neutrales”. La “independencia” del Banco Central aparece como la forma institucional más adecuada expresión del poder del capital sobre la sociedad a través del dinero y el derecho. Pero, por otra parte, es la igualdad de productores de mercancías individuales enfrentándose en el mercado la forma a través de la cual se refuerza y reproduce su desigualdad sustantiva (Clarke, op.cit., pg. 46) .
Sin embargo, eran las mismas instituciones del Estado las que habían entrado en crisis. La imposibilidad de adaptar las condiciones de producción, apropiación y realización del trabajo excedente a través de la fuerza de un régimen de de gestión de la moneda que aparecía como “insustituible y eterno” (la Convertibilidad ) violentaban las bases mismas de las instituciones del capital. La misma forma-estado (es decir, el Estado como forma de aparición de la relación social de capital) se encontraba amenazada. La imposibilidad de garantizar la reproducción ampliada del valor estaba haciendo desaparecer el sustento material de la potestad para la emisión y gestión de la moneda estatal. Tanto la base tributaria (que según la corriente chartalista era la base de la demanda de moneda estatal) como la base de legitimidad del Estado-nación para monopolizar la administración de la moneda estaban en crisis. La crisis “económica” (crisis del capital como relación social) se expresaba, necesariamente, en forma política.
La crisis reflejaba abiertamente la contradicción implícita en la necesidad de que el Estado aparezca como reflejando, tal cual señalaba Marx, un “ilusorio interés general” de la sociedad frente a los intereses particulares (Clarke, op.cit., pg. 45). Así, sostener el régimen de convertibilidad monetaria se presentaba como una necesidad para defender el interés de todos, mientras en los hechos actuaba (de manera cada vez más evidente) como un medio para garantizar solamente el interés del capital-en-general a la vez que cuestionaba la existencia de los propios capitales individuales y la reproducción de los trabajadores.
Ante la imposibilidad real de continuar endeudándose y las crecientes dificultades para contener el déficit fiscal y el conflicto social en el marco de una crisis que se profundizaba, durante el año 2001 varios gobiernos sub-nacionales “ganaron” para sí de manera unilateral la potestad de emitir una moneda propia . El mismo Estado nacional había comenzado a mediados del año 2001 a "violar" la convertibilidad emitiendo una moneda no-convertible, el LECOP (Letras de Coparticipación) con las cuales cubría sus obligaciones legales con las provincias y para hacer frente al creciente conflicto presentado por los trabajadores (en particular, aquellos organizados en los novedosos movimientos de trabajadores desocupados) . Las monedas provinciales, municipales y el LECOP nacional fueron llamadas cuasi-monedas para distinguirlas de la moneda nacional “oficial” o de curso legal (convertible) pues eran asimilados a bonos de deuda (ya que en general, y a diferencia del peso-convertible, las cuasi-monedas tenían un rendimiento nominal positivo pues pagaban un interés ) pero se emitieron en denominaciones bajas y más allá de su denominación usual (“Patacón” en el caso de la provincia de Buenos Aires, por ejemplo) la unidad de cuenta continuaba siendo la moneda convertible (de curso legal) emitida por el Estado nacional.

5.1.2 Salidas frente a la crisis del dinero convertible. La emergencia de las cuasi-monedas y la nueva gestión de la moneda estatal.
La crisis de la estrategia capitalista implícita en el régimen de convertibilidad dio lugar a salidas varias. Por parte de muchos gobiernos sub-nacionales y hasta del propio Estado nacional, la salida fue la emisión de cuasi-monedas. Esa estrategia apuntaban a perpetuar la valorización del capital en espacios acotados esencialmente a la geografía de la provincia (o municipalidad) emisora y al conjunto del país en el caso del LECOP. A partir de ello, los estados sub-nacionales buscaron por ese medio sostener su legitimidad frente a la población . Por otra parte, las experiencias de monedas social (o comunitarias) se popularizaron como una alternativa autónoma de la población frente al Estado (y en consecuencia, frente al capital).
Ambas salidas mostraron su eficacia para permitir la reproducción de la sociedad aunque poniendo sus proyecciones estratégicas eran diferentes. Las cuasi-monedas surgieron como una opción para que el capital (en particular, el capital de base nacional) pudiera continuar, aunque de manera más limitada, con su valorización y mantener la legitimidad de las instituciones que contribuyen a sostenerlo (en particular, el Estado). Sin embargo, continuaban poniendo al dinero como instrumento para el control del trabajo (es decir, como capital). Por el contrario, las experiencias de monedas sociales (las monedas “del trueque”) surgieron y se expandieron como intentos autónomos de la población para rechazar al capital-dinero como medio de valorización. En efecto, buscaron transformarlo en un medio para su propia reproducción y no como un fin en si mismo.
Mientras interesaba al capital como un todo que el Estado nacional tuviera el control monopólico de la emisión de moneda, el régimen de convertibilidad no creaba las condiciones necesarias para sostener ese monopolio pues no permitía en el mediano plazo la reproducción de la relaciones sociales pre-existentes (capitalistas). El programa de convertibilidad no sólo no garantizaba ya las condiciones necesarias para sostener la acumulación de capital sin la intervención directa del Estado sino que creaba serias limitaciones a las políticas públicas orientadas a sostener un acelerado ritmo de acumulación de capital y por tanto, de utilización de la fuerza de trabajo disponible.

5.1.3 De la convertibilidad del dinero como capital a la “convertibilidad de la fuerza de trabajo”
La convertibilidad monetaria da prioridad a la estabilidad cambiaria y por lo tanto a los intereses del capital social que desea amplias facilidades para moverse globalmente. Limitando la capacidad de la oferta monetaria para seguir la demanda de dinero (en particular, la asociada a la necesidad de realizar transacciones) el ajuste frente a las crisis es transferido a la clase-que-vive-del-trabajo . La política monetaria se orientaba a mantener el valor internacional del dinero emitido por el Estado-nación, es decir, del capital en su forma de dinero nacional. El dinero (y a través del él, el “mercado”) se establecía como primordial medio de organización social, ya sin la intervención directa del Estado. La violencia esencial de la sociedad capitalista, la violencia implícita en la existencia del dinero como capital, se generalizaba hacíendose más extensiva e intensiva. La “violencia de la estabilidad” implicaba sostener el tipo de cambio nominal constante mediante la utilización de la política fiscal y monetaria mientras esas mismas políticas desvalorizaban las capacidades productivas de los trabajadores quienes veían imposibilitada su participación en los intercambios económicos y por lo tanto, en una sociedad organizada en torno a la producción y venta de mercancías, veían seriamente limitada su propia (re)producción.
En el fondo, como señalamos, la convertibilidad monetaria buscaba amoldar la sociedad a las necesidades del capital. En efecto, el régimen de política económica entraba en crisis porque estaba entrando en crisis esa estrategia de control social.
Frente a la convertiblidad, la creación de cuasi-monedas mostraba las posibilidades de una política monetaria centrada en la gestión de la emisión en función de satisfacer la demanda de moneda para realizar transacciones (en particular, para garantizar la valorización del capital a escala nacional pero tambien para satisfacer las necesidades de la población de obtener “dinero como dinero”, es decir como mero medio de cambio).
Esta interpretación sugiere que quienes desean vender su fuerza de trabajo u ofrecen productos para la venta podrían ser vistos en alguna medida como demandantes de moneda pues en definitiva buscan conseguir dinero por medio de la venta de mercancías para utilizarlo en un futuro para otro tipo de transacciones (desde pagar impuestos o adquirir insumos hasta comprar las mercancías necesarias para su reproducción). Desde este punto de vista, la convertibilidad lo que hace es impedir la satisfacción plena de la demanda de moneda doméstica (pesos), mientras que las cuasi-monedas surgieron como soluciones parciales a esa limitación.

5.1.4 Monedas paralelas estatales y política de “empleador en última instancia”
Las emisiones de cuasi-monedas se convirtieron en una expresión particular de lo que podría ser visto como una política monetaria liberada de las obligaciones impuestas por los intereses inmediatos del capital trasnacional .
En los hechos, la implementación de monedas estatales no nacionales permitió mantener en varias provincias niveles de utilización de los recursos superiores a los que hubieran sido sostenibles si los gobiernos provinciales hubieran simplemente ajustado sus presupuestos . Es fue posible en tanto la circulación de cuasi-monedas bloqueó en alguna medida la fuga de capitales, encareciendo la conversión del capital en capital-dinero y a su vez desviando parte de la demanda hacia productores con más integración local de su producción .
No quiero sugerir que la política de los gobiernos locales tenía esto en mente cuando sostuvieron la necesidad de implementar las cuasi-monedas. Probablemente no. La salida encontrada fue básicamente producto de la imposibilidad política de realizar esos ajustes en los niveles de gasto provinciales. En el caso de la cuasi-moneda nacional, el LECOP, la resistencia social que precedió y sucedió a su creación fue también notable. Tanto desde el cada vez mayor número de trabajadores desocupados organizados, como de los estudiantes, productores agropecuarios, trabajadores estatales, etc., que enfrentaron las políticas de ajuste y obtuvieron distintos niveles de éxito y respuesta a sus exigencias. Esta demanda de distintos actores reclamaba en los hechos un uso diferente del dinero. Mientras la convertibilidad establecía la prioridad absoluta del uso capitalista del dinero, la demanda social estaba exigiendo un uso distinto del mismo: el uso del dinero para satisfacer sus necesidades vitales (es decir, el uso del dinero como mero salario o para financiar producciones no mercantiles, como bienes y servicios públicos de distribución gratuita), y por lo tanto el uso del dinero como dinero, aun si eso contradecía las necesidades inmediatas del capital como un todo. No creo que fuera pensable la opción de emitir cuasi-monedas en otro tipo de contexto máxime cuando las mismas chocan contra los preceptos esenciales de la política monetaria hegemónica (neoclásica-monetarista) defendida por los organismos de crédito internacional y otros que actuaban como representantes de los intereses del capital. Como señalamos antes, la visión monetarista establece claros límites a las potestades de gestión del uso del dinero por parte del Estado. Desde ese enfoque, el Estado debería limitarse a sostener un determinado nivel de emisión y en ningún caso debería ceder frente a las demandas sociales (es decir, el Banco Central debería ser “independiente” del poder político).
Aunque no fue reconocido así por las autoridades provinciales (ni por las autoridades nacionales que habían comenzado a emitir los LECOP), este enfoque de gestión del dinero, de cuño chartalista-postkeynesiano, se relaciona directamente con las propuestas de ubicar al Estado como "empleador en última instancia (EUI)" (Williams, 1998). En lugar de que el Estado nacional tenga como objetivo primordial garantizar el valor internacional del dinero (esto es, poner como prioridad evitar la pérdida de valor del capital en su forma monetaria) el modelo de EUI propone que la política monetaria esté orientada a sostener el valor nominal de la fuerza de trabajo y su “pleno empleo”. Según este esquema el Estado debería ofrecer a todo aquel que esté dispuesto, una remuneración mínima fija para la realización de tareas de tipo comunitario, de interés público y/o de capacitación o educación.
Ubicar al Estado como EUI sería algo así como establecer una convertibilidad del dinero al tiempo de trabajo. El valor del dinero reflejará un determinado número de horas de trabajo en un “empleo EUI”. La acción del Estado como "empleador en última instancia" establecería un punto de referencia (mínimo) para el valor de la fuerza de trabajo garantizando su "convertibilidad" nominal.
La política de emisión de cuasi-monedas (tanto nacionales como sub-nacionales) actuaba en este sentido. En lugar de acomodar el gasto estatal a los niveles de ingresos provenientes de impuestos o endeudamiento, el Estado (nacional o provincial) simplemente emitía dinero (cuasi-monedas) en la cantidad suficiente como para emplear a una cantidad de personas que de otra manera sufrirían la desocupación. De esta manera, satisfaciendo una demanda implícita por dinero que la convertibilidad monetaria en crisis no podía cubrir, garantizaban que la economía (regional o nacional según el caso) alcanzaría niveles de actividad superiores a los que hubiera alcanzado si tal política no hubiera sido utilizada.

5.1.5 Crítica a (y límites de) la política económica
Cabe reconocer los límites que tiene esta política en el marco de las actuales relaciones sociales de producción capitalistas. La acumulación de capital no es más que la reproducción sin fin de la explotación del trabajo humano como medio para la obtención de ganancias y por lo tanto la moneda no es un simple medio de intercambio sino que la misma representa al dinero-como-capital y por lo tanto tiende a estar sujeta a sus reglas de expansión (Germer, 2002).
La batalla por el control del dinero y por su transformación en un medio para la (re)producción de la vida es uno de los frentes principales de la lucha entre el capital y el trabajo (Cleaver, op.cit.). Dado que la política económica es el reflejo de la correlación de fuerzas en esa disputa en tanto la misma es una expresión de la forma-estado, es decir del Estado como forma de aparición de la relación capital-trabajo, la política monetaria expresa (de manera mediada, no directa) las intenciones del capital por imponer su control sobre el trabajo a la vez que refleja los límites que este último puede imponer sobre aquel.
En ese marco, una política económica, y en particular una institucionalidad monetaria, que propenda al pleno empleo de la fuerza de trabajo debilitaría la presión que el desempleo ejerce sobre los trabajadores ocupados y por ello sería enfrentada por el capital. Hace tiempo ya Kalecki había alertado sobre esta restricción política al pleno empleo (Kalecki, 1943). Por otra parte, tal cual señalan Kriesler y Halevi (1999), los programas de empleo de tipo EUI bloquean uno de los principales mecanismos de ajuste de la economía capitalista (el desempleo de la fuerza de trabajo) lo cual tendería a provocar mayores fluctuaciones en la actividad económica y el tipo de cambio como elemento de compensación . Por otra parte, la “convertibilidad nominal” del valor de la fuerza de trabajo no implicaría una convertibilidad de la misma en términos “reales” o de poder de compra. En consecuencia, la prioridad de la política estatal continuaría siendo la acumulación de capital. Si en el marco de la convertibilidad el ajuste se había trasladado directamente al mercado de trabajo y al piso de la fábrica (donde se esperaba que los trabajadores aceptaran las modificaciones “necesarias” en el proceso de trabajo y las condiciones laborales ), en un esquema de EUI los ajustes necesarios se trasladarían al tipo de cambio y a través de él al nivel de precios, modificando indirectamente la distribución entre trabajo necesario y excedente (es decir, grosso modo, entre salarios y ganancia).
Sin embargo, está claro que las experiencias de cuasi-monedas surgieron en una situación de crisis de valorización y por lo tanto reflejan las condiciones de crisis de la relación de capital. Si la convertilidad había sido impuesta fue porque expresó una transitoria victoria del capital, que a través de la imposición del poder del dinero sobre la sociedad pudo encarar una profunda reestructuración de la misma. La crisis de la relación de capital se expresó a fines de los noventa, como otras veces, como una fuga creciente de capitales del territorio nacional y en esta oportunidad tuvo su reflejo en la generalización de las emisiones de cuasi-monedas en las provincias. En otros períodos de la historia del país la disputa por el control del trabajo y la distribución del valor entre el trabajo y el capital se expresó a través de niveles de inflación crecientes o maxi-devaluaciones del tipo de cambio. Sin embargo, el programa de convertibilidad había desplazado ambas estrategias (que también implican un particular modo de gestión del dinero) a un segundo plano.
La virtual disolución de la unidad monetaria en el territorio argentino reflejó el debilitamiento del control del capital sobre el trabajo a escala social. Las cuasi-monedas fueron el resultado de las dificultades que el capital encontraba para imponer su control y de la resistencia del trabajo a esas imposiciones. La fuerza del trabajo impidió mayores ajustes y esto resultó en una flexibilización de la disciplina del mercado. Así, la emisión cuasi-monedas liberaba parcial y temporalmente a los distintos niveles del Estado de las restricciones implícitas en la moneda-convertible.
La crisis de la convertibilidad y la generalización de la emisión sin respaldo marcó el final de una estrategia, aunque no es claro si señaló su fracaso .
La generalización de los programas de asistencia monetaria (en particular, el Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados) fueron inicialmente expresiones de una nueva forma de gestión del dinero. Dinero creado por el Estado para actuar como “empleador de última instancia”, claro que en forma parcial y, diría, casi inconsciente. Sin embargo, estos programas buscaron convertirse en un nuevo medio para imponer el control del dinero sobre el trabajo .
De cualquier modo, frente a la nueva forma de control social que la generalización de una política monetaria diferente auguraba, la población podría encontrar alternativas. Por un lado, los propios receptores de los planes EUI (esto es, por ejemplo, los receptores de los Planes Jefes y Jefas) podrían imponer la capacidad de definir ellos mismos que tipo de tareas se realizaran y bajo que condiciones. Por otro lado, y en este mismo sentido, las experiencias de monedas paralelas no estatales son significativas. Ellas expresan la capacidad real de las personas de tomar para sí el control de la moneda como un instrumento para la producción y reproducción de la vida.

6. Monedas paralelas para la emancipación: las monedas sociales en la experiencia argentina.

6.1.1 La moneda comunitaria en Argentina: los “clubes de trueque”.

En efecto, paralelamente al desarrollo de las monedas cuasi-monedas estatales se observó una explosiva expansión de los espacios de circulación de las llamadas monedas comunitarias o monedas sociales. En Argentina, los clubes de trueque alcanzaron una dimensión considerable. Según Búrigo a mediados del año 2000 más de 400 mil personas participaban en los más de 700 “nodos” de lo que se conoce como la Red Global del Trueque (Búrigo, 2000). Para fines de ese mismo año, Primavera señala que el número de usuarios del sistema había alcanzado los 600 mil (Primavera, 2002a). Durante el 2001 y en especial el año 2002, la participación popular en los clubes de trueque explotó. “En un marco enormemente crítico se verificó a lo largo de la segunda mitad del 2001 y primeros meses del 2002 en forma paralela a una veloz desarticulación laboral y social, el auge de la extensión y participación popular en las redes de trueque. Sólo en la provincia de Buenos Aires, de convocar en la provincia a fines del 2000 a 150.000 personas en alrededor de 250 puntos de encuentro pasaban ya en plena crisis a reunir más de 1.300.000 concurrentes en forma regular en alrededor de 2800 nodos… Más de un tercio de la población bonaerense ha estado en forma directa o indirecta vinculada al trueque” (Marchini, 2002a).
Estas monedas son creadas en el marco de comunidades o colectivos de personas que buscan (re)crear la posibilidad de realizar intercambios de productos y servicios. En términos económicos, Primavera estimaba que en 1999 la circulación de productos alcanza un valor que equivale a más de 5000 millones de pesos anuales (Primavera, 1999). En consecuencia, la aparición de los clubes de trueques como un fenómeno creciente en Argentina y en particular la aparición de monedas de carácter social, y a veces privado, pero en todo caso no estatal, plantea importantes interrogantes.
Si bien la experiencia de las monedas sociales no nació con la crisis final de la convertibilidad (ya que las primeras experiencias son del año 1995, en el marco de la primera gran crisis del régimen monetario ) la masificación de la experiencia se produjo sobre todo a partir del año 2001 cuando el régimen monetario comenzó a colapsar.
La monedas sociales actuaban como un medio de pago y unidad de cuenta (el “crédito”) en determinados espacios de intercambio (los denominados “clubes de trueque”). Dado que allí el capital (como relación social) no operaba de manera dominante, los “créditos” tendían a mantenerse en circulación dentro de los espacios comunitarios facilitando la realización de las transacciones.
La experiencia de crecimiento de las monedas sociales puede comprenderse como un intento autónomo de la población de buscar garantizar la reproducción de su vida, aunque ya no bajo el éjido del capital. La recuperación del control de la gestión de la moneda como medio para la realización de intercambios fue una de las muestras de la capacidad de “auto-valorización” (Cleaver, 1992) de la clase-que-vive-del-trabajo
Frente a la crisis de la relación de capital (es decir, frente a la crisis del dinero como instrumento para el control del trabajo humano como medio para la valorización del capital) la población en su lucha por la reproducción de sus condiciones de vida, encontró (por voluntad propia o necesidad) en la “moneda social” un elemento para constituir espacios de autonomía frente al capital (es decir, para buscar en ellos la posibilidad de producir sus condiciones de vida por fuera de la relación con el capital).

6.1.2 Los clubes de trueque como espacios de intercambio.
Siguiendo a Coraggio, puedo afirmar que los clubes de trueque como mercados sociales constituyen en efecto una red de intercambio material (Coraggio, 1998). Sin embargo, son también una red de intercambios simbólicos (incluido el mismo carácter simbólico del dinero), afectivos, etc. Y la experiencia de participación en los clubes de trueque tiene connotaciones muy variadas para quienes se encuentran involucrados. En el caso de las redes de trueque, quienes impulsan su formación pretenden que la motivación por el contenido simbólico de los intercambios sea mucho más fuerte que por la connotación material de los mismos.
Los clubes de trueque son entonces algo más que simplemente una feria o mercado “informal” en los cuales los intercambios se realizan con dinero de curso legal. Como bien señalan Abramovich y Vázquez (2003) uno de las grandes innovaciones de la experiencia de los clubes de trueque ha sido el “redescubrimiento de que la Moneda y los Mercados son construcciones sociales”. Es decir, los “truequistas” descubrieron que es posible crear moneda y dar otros usos al dinero (y al mercado) y que son ellos mismos quienes pueden lograrlo. Las experiencias de monedas sociales serían la expresión de un “nuevo paradigma económico” que apuntaría a superar el neoliberalismo, de modo de producir abundancia sustentable y eliminar la escasez (Primavera, 2003). Además, como sugiero en este texto, las monedas sociales son experiencias de reconstrucción de las relaciones sociales en torno a una diferente manera de gestión del dinero como relación social entre productores.
Para comprender el proceso de intercambio que se desarrolla al interior de los clubes de trueque y en particular la forma monetaria de intercambio, es necesario tener en claro como se articulan “lo económico” y “lo social” en una sociedad o espacio social determinado. A modo de ejemplo, en sociedades donde prevalece el cambio de dones o reciprocidad, esos intercambios se sostienen sobre todo en una organización social sólida que garantiza su continuidad (Polanyi, 1989, pg. 92). Fuera de su contexto, este tipo de intercambios podrían aparecer como vagos, incompletos o aun inequitativos (Mingione, 1993). Sólo pueden comprenderse en el contexto de un orden social particular que depende de una serie de rituales de intercambio antes que simplemente en los valores de uso de los productos intercambiados. En estas sociedades, lo económico se encuentra subordinado a lo social (Polanyi, 1989, pg. 97). Una transacción monetaria (aun con una moneda social) no involucraría un intercambio inmediato de valores de uso, ni requiere que el mismo ocurra dentro del marco de un conjunto de instituciones sociales que subordinan lo económico a lo social; tal vez al contrario. En cualquier caso, el valor del dinero parecería depender en última instancia del valor de uso al que permitirá acceder. Sin embargo, esto último no significa negar que la preminencia de lo económico sobre lo social no implica la existencia de un sistema auto-organizado que incluye un conjunto de relaciones sociales necesariamente irrepetibles dado su carácter azaroso (Mingione, op.cit., pg. 37). Por el contrario, aun cuando prevalecen las relaciones de intercambio mercantil, las mismas tienen lugar dentro de condiciones históricamente establecidas de organización social, configuradas por complejos agregados de relaciones de reciprocidad y redistribución (Mingione, op.cit.). En particular, en el caso de las monedas sociales, como veremos, la construcción de ese marco de relaciones sociales “reguladoras” del mercado y el dinero social es central en la perspectiva de la mayor parte de los promotores de las experiencias.

6.2 Dos experiencias de moneda local no estatal: La Red Global del Trueque y la Red de Trueque Solidario.
En la Argentina, durante la década de los noventa surgieron numerosas experiencias de moneda social pero en particular, hay dos ejemplos que alcanzaron cierta trascendencia por la magnitud de los intercambios que se realizan con ellas y por la extensión geográfica que alcanzaron: la Red Global del Trueque y la Red de Trueque Solidario . En lo que sigue comentaré brevemente ambas experiencias.

6.3 Red Global del Trueque
La Red Global del Trueque (RGT) es la que se reconoce como pionera en la emisión de moneda comunitaria en Argentina. Su fecha de fundación se registra a comienzos de mayo de 1995 en la ciudad de Bernal en el conurbano bonaerense. Carlos De Sanzo, miembro fundador de la RGT, señala que en esta red surgió un “bono de intercambio” con el propósito de que se superaran las limitaciones que tenía el trueque directo de bienes y servicios. Ese bono (o “tiket trueque”) surgió como producto de una decisión consciente de los participantes. Esta “proto-moneda” no surgió, como sugeriría la literatura neoclásica como el producto de la acción espontánea del mercado o de la evolución natural de la división del trabajo.

6.3.1 Tarjeta de intercambio y producción social
En esta experiencia inicial, esta “proto-moneda” actuaba básicamente como una expresión del valor que los productores individuales suponían haber incorporado a sus producciones. El crédito no actuaba aún como medio de pago pues no tenía una existencia física ni mediaba objetivamente las transacciones. Sólo cumplía la función de mantener un registro de la “deuda” o el “crédito” que cada participante tenía con el resto del sistema.
En ese nivel de desarrollo, la experiencia funcionaba básicamente como si el club fuera un lugar de centralización de productos (algo así como un gran almacén) donde eran depositados los productos elaborados por todos los participantes. El club o nodo actuaba como si fuera un banco que recibía todos los productos en depósito. A cambio del depósito, los participantes recibían un derecho por el valor esperado de la producción entregada. Recibían en los hechos algo así como un bono (representado en un registro contable, lo cual no altera la esencia del problema). Ese bono representaba, a priori, el trabajo privado aportado al conjunto.
Este planteo se parece en principio a la propuesta de Proudhon y Darimon discutida por Marx en sus Grundrisse (Marx, 1997[1953]). Analizando esa discusión podemos entender las implicancias del esquema original de la RGT. Siguiendo a Marx, el nodo funcionaba como si fuera el “comprador universal” (Marx, 1997[1953]) pues “emitía” créditos a cambio de la entrega de las mercancías. Pero si el nodo se convertía en el “comprador universal” (pues “compraba” todas las mercancías producidas por los participantes) también debía ser el ‘vendedor universal’ pues “… debe ser no sólo el almacén general, sino también el poseedor de las mercancías en el mismo sentido en que lo es cualquier comerciante” (Marx, 1997, pg. 81).
En esta etapa, los créditos no actuaban como dinero en el sentido dado por Marx pues no representaban valor en general sino simplemente establecían una relación entre el nodo que actuaba como “comprador y vendedor universal” y sus miembros. Para que este sistema se pudiera sostener, sin embargo, el nodo debería de alguna manera garantizar que la producción ofrecida permitiera garantizar, en cierta medida, las necesidades del conjunto de los integrantes del nodo. Es decir, “…para poder realizar el valor de cambio [implícito en los registros en las tarjetas de intercambio] y hacer realmente convertible el propio dinero [los créditos del nodo] la producción general debería estar garantizada y realizarse en proporciones tales como para satisfacer las necesidades de los que cambian” (Marx, op.cit., pg.82, los corchetes son míos).
El presupuesto de la eficacia de este sistema es que el nodo actue, en definitiva, también el “productor universal” pues lo que los trabajadores venden al nodo no es su trabajo sino el producto de su trabajo, recibiendo el valor de cambio del mismo (Marx, op.cit., pg. 83). De acuerdo con Marx este tipo de organización social la organización de la producción y la distribución de la misma podría realizarse de dos maneras. O bien, un gobierno despótico que organiza centralizadamente la producción y es el administrador de la distribución (al estilo de lo que fue intentado en el llamado “socialismo real”); o bien, una organización social en la cual ese agente central (el “nodo”) sólo actúa como el board o comité que llevaría los libros y la contabilidad de la sociedad trabajadora colectiva. Es decir, que se necesitaría una “comunitarización” de la planificación, el control y la conciencia productiva misma (Dussel, 1985, pg. 91). En ambos casos, estaría presupuesta la colectividad de los medios de producción (Marx, op.cit., pg. 83).
Pero los promotores de la RGT no tenían esto en mente, sino que estaban detrás de un proyecto que potenciara las posibilidades de producción e intercambio de los productores individuales (privados).
“…fuimos peleando para REINVENTAR EL MERCADO del cual hemos sido excluidos, con tantos otros ciudadanos del país…” (Primavera, Covas y De Sanzo, 1998).
Buscaban “reinventar el mercado” y no superarlo. En efecto, la propuesta de esta “proto-moneda” (al igual que la propuesta proudhoniana) al pretender situarse simplemente en el nivel de la circulación, dejaba intacto el carácter individual abstracto del trabajo del productor (Dussel, op.cit., pg. 88) y por lo tanto el dinero continuaba existiendo como mediación necesaria para socializar las relaciones humanas, que en realidad son relaciones abstractas (Dussel, op.cit., pg. 89).

6.3.2 De la tarjeta de intercambio al dinero
Aun con el esquema de la tarjeta de intercambio para una cantidad limitada de socios (alrededor de 60) la tarea de registrar las transacciones se convertía en algo interminable (Covas et al, op.cit.) en la medida en que la red se expandió se decidió comenzar a emitir un papel-moneda o vale de intercambio, el “crédito”. Es decir, que la moneda emitida por la RGT no era una moneda-mercancía ni siquiera una moneda-convertible en alguna mercancía o moneda respaldada:
“El “crédito” como instrumento de intercambio, una especie de ‘moneda’ respaldada por la producción de los miembros de la red” (Kohanoff en Primavera, Covas y De Sanzo, 1998).
El crédito de la RGT era una moneda fiduciaria (sin valor intrínseco), cuya única función buscaba ser la de actuar como un “comodín” o medio para promover los intercambios entre productores particulares. El vale busca satisfacer la necesidad que existía entre los integrantes de la RGT de contar con un instrumento de intercambio. Refleja un intento de recrear por ellos mismo el dinero con un uso diferente, en una suerte de reinvidicación de sus derecho “soberano” sobre la creación de moneda.
Como se ve, el vale se pensaba como un simple medio de cambio, una “cosa” que por si misma no tenía valor de uso. Es importante señalar que a esta altura de la experiencia, sus promotores aun consideraban que los vales o “bonos de intercambio” no constituían dinero sino simplemente “moneda” (“una suerte de ‘moneda’ “; Kohanoff, op.cit.), es decir un medio material para la circulación de mercancías. Sin embargo, la idea de que los vales no eran dinero supone ignorar la esencia misma del dinero, ya que no es lo mismo dinero que moneda, porque “el dinero (Geld) bajo la forma de medio de circulación es moneda (Münze)” (Marx, Grundrisse, citado por Dussel, op.cit., pg. 104). En efecto, aun como medida del valor el dinero existe pues “la primera forma del dinero corresponde a un nivel inferior de cambio y de trueque, cuando el dinero aparece todavía más en su determinación como medida que como instrumento de cambio efectivo” (Marx, 1997[1953], pg. 95).
Recién hacia 1999, comienza a afirmarse que los vales o “créditos” se consideran una “moneda [dinero] social” (Revista Trueque, diciembre 1999, corchetes míos), es decir “la moneda sin interés, hecha por la gente para la gente, distribuida … con criterio de equidad” (Revista Trueque, agosto 1998). Con la creación de los vales, el “crédito”, se había convertido ya no en un simple medio de representación de valor de cambio sino que aparecía como medio de pago para transacciones entre particulares. Se constituye como una suerte de deuda que el participante de la red asume con la comunidad de la misma pero a través del intercambio entre particulares. Una deuda que implica el compromiso, tácito, de devolver a la comunidad mercancías con un valor de cambio equivalente. Una deuda que, sin embargo, nunca será saldada pues no está establecida como una obligación contractual. Quienes ingresan a los nodos reciben una determinada cantidad de créditos sin tener que devolverlos.
Dice De Sanzo que:
“[lo que se busca es lograr] que los miembros del sistema “fuercen” los intercambios para ayudar a los productores del nodo” (De Sanzo, 1998).
Es decir, se busca promover que quienes tienen exceso de créditos los gasten. Este es un tema crucial, pues la experiencia internacional muestra que uno de los principales problemas de sostenibilidad de los clubes de trueque y monedas sociales tiene que ver con la dificultad de proveer los productos que el conjunto de los participantes necesitan.
La moneda de la RGT no sólo se emitía sin respaldo físico (alguna mercancía, por ejemplo) sino que los créditos eran creados sin la contrapartida de una obligación de devolver ese crédito. Como señalé en la sección previa, en los intercambios monetarios, la relación social expresada en el dinero tiende a subordinar los social (es decir, acuerdos y relaciones entre personas) a lo económico (esto es, la creación de valor y su acumulación). La construcción de las monedas sociales presupone un esfuerzo de creación de nuevas relaciones sociales que puedan contener el poder del dinero, es decir su tendencia a autonomizarse: “…el dinero […] como supremo poder a través del cual la reproducción social se subordina a la producción del capital” (Bonefeld, op.cit., pg. 70).
La lógica de emisión en este tipo de sistemas de moneda no estatales es sustancialmente distinta a la que rige la emisión de la moneda contemporánea (sea nacional, provincial o de otros nivel del estado). Por contraste, el sistema financiero crea dinero pero también sobre la base de una promesa contractual de devolución. En ambos casos, la creación de dinero implica un intercambio (dinero por recursos reales, en el primer caso, y dinero-deuda por dinero, en el segundo). La regla de emisión del dinero bancario disminuye el riesgo de sobre-emitir moneda (aunque no lo elimina, como bien muestra Marx ), un peligro latente en el sistema de la Red Global de Trueque donde se emite sobre la base de una contrapartida no contractualizada ni contractualizable.
Por otra parte, si bien no se establecía una convertibilidad “oficial” del crédito al peso estatal, se promovía una paridad de hecho con la moneda oficial. El objetivo de esta paridad parecería ser la de facilitar la realización de intercambios en términos de “precios justos”. Se observa como, en principio, la motivación central para la creación de estas monedas no estatales no giraba en torno a un cuestionamiento al “mercado” como una institución intrínsecamente injusta, pues el parámetro de ese mercado “formal” era en efecto el parámetro de justicia de los intercambios.
A mediados de 1999, la RGT creó un sistema conocido como Sistema de Franquicia Social. Según sus representantes, la adhesión al sistema permitiría a los nuevos nodos conseguir los vales para realizar los intercambios dentro del nuevo nodo y con participantes del resto de la red (FAQ-RGT, 2002). La creación de la noción de franquicia social dio lugar a la expansión veloz de la RGT (Tabla 1).
Tabla 1. Evolución de la cantidad de participantes de las redes de trueque en Argentina.
Fecha Número de participantes Número de nodos
1995 20 (mayo) 1
1996 400 17
1997 2500 40
1998 5500 83
1999 20000 200
2000 85000 400
2001 800000 1800
2002 2500000 5000
Fuente: Ovalles/Centro de Estudios para la Nueva Mayoría (2002) y Gilardi (2003) ambos citados por Abramovich y Vázquez (2003).
La franquicia social permitió que personas que aceptaran respetar, al menos nominalmente, los criterios de la red pudieran conseguir créditos emitidos en el centro de la RGT. La nueva “franquicia social” marcó una serie de cambios en el discurso de promoción de la RGT. Conceptos tales como “prosumidores”, “cooperación” y “reciprocidad” fueron reemplazados por otros como “clientes”, “competencia” y “aceptación del mercado”. Los principios originales serían “más filosóficos que prácticos” (Powell, op.cit., pg. 625).
“… muy pronto empezamos a pensar en grande, en complementar nuestras posibilidades más allá del ámbito local” (Covas, De Sanzo y Primavera, 1998).
Una gran ventaja para quienes se incorporaban al sistema era que los créditos que recibían tenían validez más allá del nodo al que pertenecían, pudiendo ser utilizados en toda la red. Esto multiplicaba exponencialmente el valor de uso de la moneda social pues ampliaba la oferta de mercancías disponibles para ser adquiridas.
El “modelo Bernal” como se lo conoce comúnmente (en referencia al nodo originario) see convirtió en un representante del tipo de clubes de trueque y moneda comunitaria que Singer (1999) denomina “económico” o “empresario” pues en él se pone énfasis en la expansión del “crédito” centralmente emitido en la mayor amplitud geográfica posible y se concentraron los esfuerzos en ampliar la esfera de influencia de esa moneda comunitaria frente a otros objetivos (como ser la construcción de nuevas formas de producción, la democracia interna, etc.):
“Decimos que hoy estamos trabajando para profesionalizarla [a la RGT], como corresponde al modelo capitalista del que no podemos escapar…” (Primavera, Covas y De Sanzo, 1998).
Contra las propuestas originales, los promotores de la RGT apostaban al crecimiento y la estructuración jerárquica de la red. En consecuencia, priviligiarían crecientemente los intentos de construir una suerte de “capitalismo iluminado” (Powell, op.cit., pg. 642) que podría convertirse en una “capitalismo de segunda” o “petty capitalism” [pequeño capitalismo] para los pobres, si simplemente recreaba los comportamiento competitivos e individualistas de la economía “formal” (Powell, op.cit., pg. 644). La RGTS había surgido como un intento de superar el uso capitalista del dinero, es decir el uso del dinero como capital, para reemplazarlo por la utilización del dinero como dinero (es decir, como medio para la reproducción de la vida). Sin embargo, poco a poco esos objetivos se perdieron (el cambio de nombre a Red Global del Trueque, sin Solidario, refleja tal vez esa transformación). La franquicia social fue la expresión más clara de tal cambio.

6.4 Red de Trueque Solidario
Como un desprendimiento de la RGTS, surgió formalmente en abril del año 2001 la Red de Trueque Solidario (RTS), formada por nodos y grupos que ya coordinaban y discutían informalmente desde mediados de 1998. Su nacimiento se debió a una serie de cuestionamientos al funcionamiento real de la RGT . Para este colectivo la franquicia social no era sino una estrategia de concentración de poder que negaba los principios “declarados” de autonomía de los nodos y de la moneda social como instrumento de “empoderamiento” de las bases del trueque (Primavera, 2002c).
“Debemos gestar Nodos que descrean de la McDonalización del Trueque que constituye la Franquicia Social del Programa de Autosuficiencia Regional (PAR) y apostar a un ‘modelo centrífugo’, en cuanto a la transmisión de herramientas solidarias y de ‘crecimiento hacia adentro’, no expansivo o invasivo” (Pérez Lora, s/f, Región Mar y Sierras, RTS).
En esta Red, los nodos son la mínima unidad autónoma. Estos podrían ser caracterizados como más cercanos al modelo “social” o “emprendedor” propuesto por Singer (1999), puesto que antes que “recrear el mercado”, los objetivos de los promotores de la RTS son diferentes:
“El desarrollo actual apunta a la concentración de bienes y servicios, un super-desarrollo basado en la excesiva disponibilidad de bienes para muy pocos es un desarrollo inhumano. En la RTS apuntamos a otro desarrollo, a un desarrollo a escala humana, considerando que el mismo debe apuntar prioritariamente a la satisfacción de las necesidades básicas para todos, la posibilidad de trabajo de todos y las relaciones sociales integradoras” (Cortesi, 2002).
Siguiendo la distinción que hacía Polanyi (op.cit.) podría decir que los promotores de la RTS buscaban construir espacios de intercambio en los cuales lo social dominara a lo económico. Contra lo que buscaban hacer los promotores de la RGT, los miembros de la RTS buscaban construir una “economía de la solidaridad” (Powell, op.cit., pg. 625) es decir aquella que privilegia la reciprocidad por sobre el intercambio “mercantil”.

6.4.1 Emisión descentralizada y monedas regionales
A diferencia de la RGT, en la Red de Trueque Solidario no existe un crédito que circule en el ámbito nacional. En la RTS, la emisión de créditos se realiza de manera descentralizada en diferentes regiones que reúnen los nodos de distintas localidades geográficamente cercanas. Cortesi indica que esto busca, por un lado, fortalecer la identidad, capacidad de decisión, autonomía y las posibilidades de desarrollo de una zona y, por otra parte, evitar reproducir “el sistema económico formal” que hace dependiente y ahoga las economías regionales (Cortesi, 2002). La existencia de distintos créditos es “…Una necesidad porque fortalece la identidad, la capacidad de decisión, la autonomía y la posibilidad de desarrollo de una zona […] Un desafío, porque aceptamos vivir con la diversidad” (CFC, 2001).
La existencia de monedas regionales en el ámbito de la RTS es un detalle de mucha importancia. Justamente uno de los costos de tener una moneda única a nivel supra-regional (donde la región debe definirse básicamente en términos productivos ) se relaciona con la imposibilidad de ciertos productores locales de competir con aquellos que producen en regiones más desarrolladas.
“la moneda [social es] local, porque es lo que tiene sentido, es lo que protege al localismo del desbalance económico” (Guillermo, RTS).
Como comentaba Blanc (2001) uno de los típicos argumentos para la promoción de las monedas locales es la protección de la economía regional. Aunque es cierto que en un espacio de intercambio con una moneda social los productores se encontrarían relativamente protegidos de la competencia con los productores que operan desde afuera de ese espacio (es decir, en relación al “mercado formal”), dentro de la red de moneda comunitaria productores relativamente competitivos de una región podrían desplazar a los productores menos competitivos de otra región. Podría ocurrir lo mismo entre productores de una misma región o aun dentro de un mismo espacio de intercambio (nodo). Ese problema tiene que ver con la esencia misma del mecanismo de intercambios por medio del dinero ya sea este estatal o no. Sin un medio de articulación de la producción y el consumo que supere la mediación monetaria y el mercado, siempre existe el riesgo de que haya quienes sean “dejados fuera” de los intercambios . Esto significa que no alcanza con intentar alterar el uso del dinero, sino que el combate a la pobreza y la exclusión social requiere utilizar ese nuevo control (comunitario) sobre la gestión de la moneda para cambiar los fundamentos de la apropiación, organización y control de los medios de producción.
De acuerdo con Cortesi, la Comisión Federal de Créditos se encarga de velar por el cumplimiento de las reglas acordadas por las distintas zonas que integran la RTS que apuntan a la utilización de criterios semejantes y a una total transparencia en la edición, distribución y fiscalización de los créditos utilizados (Cortesi, 2002).
El control local de la emisión monetaria permite en principio buscar sostener una política monetaria que maximice las transacciones dentro de la región más allá de lo que ocurra con el intercambio con otras regiones. Así, en principio, la actividad económica doméstica no se encontraría limitada por la “falta de circulante” resultante de la fuga de poder de compra y capital hacia otras regiones. En realidad, el control local (comunitario) de la moneda y su circulación local permitirían (potencialmente) “desconectarla”, al menos parcialmente, del circuito más general del capital. Claro, que eso tendría como presupuesto la creación de un nuevo tipo de relaciones de intercambio, es decir la creación de un “nuevo tipo de mercado”: la “reinvención del mercado”.
Así, los miembros de la Red de Trueque Solidario no hacen sino reconocer el carácter estrictamente político de la construcción de una moneda. “La moneda es el dinero que recibe un ‘título político’ y habla por así decirlo una lengua distinta en los distintos países [regiones]” (Marx, Grundrisse, en Dussel, op.cit., pg. 104).

6.5 Crisis de las experiencias de moneda social en Argentina
Las monedas sociales en la Argentina han mostrado ser un instrumento eficaz para la movilización de fuerza de trabajo desocupada. En efecto, un número importante de personas que se encontraba sin posibilidades de vender su capacidad de trabajar en el mercado capitalista, encontró en los espacios de las monedas sociales la posibilidad de encontrar un mercado para los bienes y servicios que podía ofrecer. De esta forma, frente a la “violencia del dinero” capitalista, lo promotores y participantes de las experiencias de monedas no estatales intentaron dar nuevos usos al dinero; es más, decidieron “crear” un nuevo dinero.
Sin embargo, surgieron una serie de dificultades que mostraron los límites que, al menos en el corto plazo, tienen estas monedas no estatales y los “mercados solidarios”. Estas dificultades se relacionan con la falta de abastecimiento de productos básicos, insatisfacción de muchos prosumidores en su faz consumidora, una creciente inflación y denuncias de falsificación masiva de créditos, entre otros. La crisis se expresó en una fuerte caída en más de 50% de la concurrencia a los nodos de la mayoría de las redes (Marchini, 2002b). Para comienzos del año 2003, el conjunto del sistema había colapsado, aunque subsisten experiencias cuantitativamente reducidas (Primavera y Gilardi, 2003; Abramovich y Vázquez, 2003). Estas dificultades se vinculan, en parte al menos, con los límites estructurales que establece la vigencia del capitalismo a cualquier experiencia de construcción autónoma .

6.5.1 Dificultades para saltar más allá del capital
Las monedas sociales pueden crear espacios por fuera del circuito del capital, pero en muchos casos, las mismas pueden llegar a reproducir los vicios del capitalismo en escala reducida. Se constituyen en espacios de autonomía, relativa frente al Estado pero no frente al capital. Se convierten a decir de Powell (op.cit.) en espacios de “petty capitalism”. Las experiencias argentinas, en particular la de la Red Global del Trueque, son prueba de las dificultades que existen para la construcción de esos espacios. En este caso, las deficiencias institucionales de la construcción autónoma de los clubes de trueque rápidamente abren paso a la transición del mero dinero al capital, del medio de cambio y expresión de valor social a la expresión de valor que busca multiplicarse (Marx, 1991[1873]).
La experiencia de las monedas no estatales en Argentina señala que aquellos productores que tienen mayores niveles de productividad (es decir, pueden producir con costos menores a los del promedio del resto de los productores) lograban acumular saldos positivos importantes. Esto no fue simplemente inesperado, sino que en algunos casos se promovía, invitando a la participación no sólo a personas sino a empresas, sin importar el carácter del emprendimiento. Los excedentes de dinero acumulado y la falta de oferta suficiente para satisfacer las necesidades de estos participantes, creaba una masa de dinero comunitario que no se gastaba directamente . En algunos casos, los excedentes simplemente se acumulaban. Según Horacio Drago, integrante de la Red de Trueque de la Comarca Andina , esto ocurría pues muchas veces los prosumidores demasiado eficaces en su faceta productora no sabían qué hacer con los créditos recibidos pues no podían obtener nada interesante a cambio (Drago, 2002, pg. 4). En efecto, los productores de mercancías muy demandadas acumulaban excedentes monetarios que no utilizaban y, frente a la ausencia de mecanismos de re-circulación de la moneda comunitaria o creación endógena de la misma, la circulación efectiva del dinero social se reducía perdiendo eficacia como medio para facilitar los intercambios. En consecuencia, ciertos prosumidores abandonaban efectivamente su faceta consumidora al interior del espacio de moneda comunitaria, concentrando su actividad en la acumulación de valor. Es decir, la producción por la producción misma, por la acumulación de dinero y por lo tanto poder social y no con el objetivo de satisfacer sus necesidades.
La más clara invasión de la lógica del capital en el ámbito de las redes de moneda comunitaria tiene que ver con el surgimiento de monedas no estatales “privadas” más que “comunitarias”. Dado que la emisión de monedas de tipo fiduciario implica para quien controla la emisión la obtención de un excedente, el “señoraje” , la emisión de una moneda puede convertirse en un negocio. Esto es justamente lo que propone la escuela austriaca (Hayek, 1976, 1981). En el caso de la experiencia argentina fue que en el marco de una expansión acelerada de los usuarios de las monedas no estatales, los emisores privados pudieron beneficiarse de la confianza que el sistema en general tenía. Muchos de estos emisores aprovecharon la posibilidad de obtener grandes ganancias por la emisión de monedas no estatales (moneda que vendían por moneda estatal) sin respaldo alguno, aun a costa de arriesgar la credibilidad global del sistema.
Por su parte, la creación de la llamada Franquicia Social (FS) por parte de la Red Global del Trueque (RGT) vino a dar legitimidad a esta práctica . Pérez Lora señala que la FS permite a particulares constituirse en “representantes oficiales” de la RGT (Pérez Lora, 2003). Esto permite a los franquiciantes obtener créditos de esa red, créditos que luego son vendidos a los nuevos “socios”.
En consecuencia, la moneda social, en la forma en que tendió a evolucionar en las experiencias más significativas de Argentina no logró evitar que se reprodujeran fenómenos típicos del capitalismo (como la concentración de la propiedad y los ingresos). En parte, la estrategia de la RGT de expandirse lo más velozmente posible a partir de la creación del Franquicia Social (que, como dijimos, legitimó la “venta” de créditos) conspiró contra la creación de una moneda social (o, mejor, una multiplicidad de monedas comunitarias) que permitiera reformular el uso del dinero. Dado que actúan en el marco de un mercado sufren las mismas presiones competitivas que operan en los mercados capitalistas. Además, el riesgo de actitudes potencialmente especulativas y oportunistas por parte de algunos emisores se potenció por el carácter y la profundidad de la crisis económica que colaboró con la expansión de las monedas no estatales en Argentina.

6.5.2 Régimen de emisión y control
En general, la emisión de monedas social en las experiencias argentinas resultaba del hecho de que quienes se incorporaban a los clubes recibían una cierta cantidad de créditos de manera gratuita (o a bajo costo) para que comiencen a participar en los intercambios. Este régimen de emisión puede limitar seriamente la circulación de mercancías pues no hay mecanismos endógenos de creación de “créditos”. Sin la posibilidad de que la cantidad de moneda social se incremente de acuerdo con las necesidades de circulación de productos, la escasez de moneda podría realmente bloquear los intercambios. Frente a estas limitaciones institucionales quienes podían proveer de liquidez eran fundamentalmente dos actores. Por un lado, quienes tenían la capacidad de acumular excedentes producto de su participación en los intercambios y no podían adquirir (o no encontraban) mercancías que satisficieran sus necesidades al interior de los espacios de trueque. Por otro lado, estaban los falsificadores que ofrecían créditos “falsos” por dinero estatal. Mientras el accionar de los primeros tipos de actores (a quienes podríamos denominar “los acumuladores”) fomentaba la reproducción de los fenómenos de concentración del capital que resultan de la “escasez” del dinero, los últimos (“los falsificadores”) promovían un fenómeno producto de lo contrario, el exceso de dinero: la inflación.
Dado que en la mayor parte de las experiencias argentinas el régimen de emisión de moneda social no se vinculaba directamente a la ampliación de la base productiva, es decir a la oferta potencial de productos con valor social para el intercambio, podía ocurrir, como lo señala Drago que efectivamente sucedía, que quienes se incorporaran al sistema no tuvieran capacidad real de ofrecer bienes y servicios y solamente absorbieran parte de la producción disponible abandonando luego el sistema (Drago, 2002, pg. 8). Esto redundará en un incremento de la masa de circulante no asociado a la capacidad real de la economía de la red de ofrecer sostenidamente productos. En tanto el sistema de expandía y la mayor parte de los nuevos miembros confiaba en que conseguiría productos que necesitaba, esto no fue grave, pero en la medida en que el crecimiento se desaceleró, este dinero circulante colaboró con la suba sostenida en los precios de los productos intercambiados.
Suele señalarse que una de las causas de la crisis del sistema de monedas sociales, si bien no la más relevante, fue la expansión acelerada durante el año 2002 del plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados (por ejemplo, Abramovich y Vázquez, op.cit.). El veloz aumento en el número de beneficiarios del plan implicó una salida igualmente rápida de muchos miembros del sistema sin la simultánea reducción en el circulante. Esto marca tanto las debilidades institucionales que no establecían mecanismos para la variación del circulante en proporción al nivel de actividad dentro del sistema junto con la debilidad de la construcción de comunidad entre sus integrantes. Esto último supondría, por ejemplo, que frente a la posibilidad de conseguir ingresos en moneda de curso legal los “prosumidores” aprovecharían individual o colectivamente la posibilidad de disponer de mayores recursos monetarios. Habiendo construido el “derecho” a la creación autónoma de dinero y a recursos monetarios por parte del estado, es decir habiendo ganado la posibilidad de utilizar el dinero de otra manera, muchos de los participantes del sistema de moneda social no pudieron aprovechar la situación para avanzar a mayores niveles de autogestión y autonomía en sus vidas, pues predominó la salida individual a al construcción colectiva.

6.5.3 Desequilibrios oferta-demanda de productos.
En muchos nodos se produjo un fuerte desequilibrio entre la oferta de productos y servicios y la demanda de los mismos. En un comienzo, quienes se incorporaban a las redes de trueque eran personas con cierto capital mínimo (o un ingreso en moneda estatal) para encarar determinados proyectos productivos que les permitieran ofrecer servicios o productos requeridos. Sin embargo, en el marco de la profundización de la crisis económica, se incorporó a las distintas redes una enorme cantidad de personas con poco o ningún capital productivo y con una demanda insatisfecha de productos básicos que no tenían una oferta importante en los nodos :
El fuerte incremento en la demanda de alimentos o insumos básicos para la producción de alimentos (tales como harina, aceite o azúcar) en el marco de la imposibilidad de los miembros de la red de producir esos productos, generó un fuerte desequilibrio en los precios relativos. Los productos que debían ser “importados” a la red, pues debían ser adquiridos con moneda estatal y no podían ser producidos por los prosumidores, se encarecieron fuertemente frente a otros productos que incorporaban una mayor cantidad de trabajo directo de los participantes del sistema.
Por otra parte, Horacio Volontieri comenta que el desequilibrio se acentuaba con el efecto provocado por la salida de las redes de aquellos productores que tenían posibilidades de producir los productos más demandados en los nodos (en general, productos de primera necesidad) ante la creciente imposibilidad de encontrar productos para canjear por los créditos que consigue del intercambio de su producción (Volontieri, 2003). De nada les sirve cambiar su esfuerzo (objetivado en sus producciones) por créditos, o cualquier otra expresión de moneda local, si tal moneda no expresa en realidad la valoración social del esfuerzo productivo de quien la acepta (o expresa, por el contrario, una desvalorización del esfuerzo de quien lo acepta). Este fenómeno refleja la contradicción esencial que existe en todos los sistemas de intercambio monetario entre las expectativas o potencial demanda de trabajo objetivado en valores de uso (expectativa o demanda que se encuentra expresada en los créditos en circulación), y el trabajo efectivamente disponible en la red para satisfacer esas expectativas (Jackson, 1997). Contra lo que suponen o expresan muchos de los promotores de las monedas comunitarias y los clubes de trueque como “economía de la abundancia”, la abundancia de dinero social no implica de por sí la abundancia real de trabajo humano disponible.
Un último fenómeno asociado a este proceso que podría denominarse “huída de la calidad” potenciaba estas tendencias. De acuerdo con Volontieri, los prosumidores que acumulaban créditos pero no encontraban en qué utilizarlos (porque la oferta disponible de otros productos no satisfacía sus necesidades) comenzaban a dedicar más tiempo en la búsqueda de productos de “buena calidad” en los nodos y menos a la producción de productos de “buena calidad”, que requería de ellos tiempo, esfuerzo y, generalmente, ingresos en moneda estatal (Volontieri, 2003).
Es interesante señalar que la dinámica de los precios en las redes de moneda no estatales depende directamente de la capacidad que tengan sus integrantes de proveer bienes y servicios producidos. En la medida en que aquello que se intercambia es el resultado de la producción (es decir, de la utilización de recursos humanos para la transformación de recursos no humanos) y tales procesos productivos se sostienen en el tiempo, la circulación de créditos tiende a facilitar tanto los procesos mismos de producción como el intercambio de las mercancías producidas, integrándose en el circuito productivo tal cual entienden las corrientes marxistas y (post)keynesianas en particular. Aun con los déficit institucionales que las redes de moneda social tenían (en particular, en relación a los mecanismos de emisión de créditos), la moneda actuaba como dinero, es decir como representación del trabajo social . Los excesos de circulante (es decir, excedentes de representaciones de valor social producido) tenderían a estimular una mayor producción en tanto existiera capacidad ociosa entre los miembros existentes en la red o aquellos que pudieran incorporarse. Ahora bien, cuando en la economía de estos espacios predomina el “mero trueque”, sin producción asociada al intercambio, el dinero comienza a funcionar como simple “comodín” o como gusta decir a los autores neoclásicos como “numerario”. En ese momento, el excedente de circulante simplemente presiona sobre el precio de los productos disponibles en cantidades limitadas, no reproducibles por los propios miembros del sistema. En estas condiciones, las deficiencias institucionales en la gestión monetaria se reflejan en la explosión inflacionaria que se abatió sobre la red.

6.5.4 Desequilibrios provocados por la extensión territorial de las redes
Por último, en el caso particular de la RGT (y en todas las redes y nodos que aceptaron utilizar la moneda emitida por la RGT, es decir en la gran mayoría de los nodos del país) la utilización de una moneda única en un territorio geográficamente extenso y con desigualdades importantes en la capacidad de oferta de productos provocó serios desequilibrios. Uno de ellos se vinculaba a los flujos de prosumidores desde los nodos más periféricos hacia los nodos más desarrollados.

***
En resumen, si bien las monedas locales han mostrado dificultades concretas para funcionar y cumplir con los objetivos de sus promotores, se han convertido en una interesante experiencia que muestra la capacidad y posibilidad que tienen las personas de conseguir su “auto-valorización” frente al capital que busca la propia valorización sobre la base de la apropiación sistemática del trabajo humano (Cleaver, 1992) .
El principal problema parece haber sido el superar al dinero como mediación del trabajo humano. Marx señalaba este problema en el caso del dinero capitalista. Así, mientras el dinero actua como expresión del valor como trabajo abstracto, cada individuo aislado es un “todo” inconexo y es en la circulación, el “mundo” de las mercancías, donde el valor de cambio da “carácter social” al trabajo (Dussel, op.cit., pg. 88). En efecto, “el carácter social de la actividad, así como la forma social del producto y la participación del individuo en la producción, se presentan aquí como algo ajeno y con su carácter cósico frente a los individuos… En el valor de cambio el vínculo social entre las personas se transforma en relación social entre cosas” (Marx, 1857-58, en Dussel, op.cit., pg. 88).
Frente a eso, contra el capitalismo y su pretendida “libertad de los individuos”, Marx propone una tercera fase en el desarrollo de la sociedad que estará organizada en torno al trabajo comunitario y no social. Allí “la producción social … está subordinada a los individuos y controlada comunitariamente por ellos como un patrimonio…[Es un] libre cambio entre individuos asociados sobre el fundamento de la apropiación y del control comunitario de los medios de producción…” (Marx, 1857-58, en Dussel, op.cit., pg. 89).
Es la primacía del mercado y del dinero como mediador social por excelencia lo que los ‘comunitaristas’ deberían apuntar a superar en la construcción de una moneda social.

7. De los usos del dinero, la crisis y la autonomía social
Las monedas paralelas expandieron su esfera de influencia a la sombra de la crisis de las relaciones capitalistas de producción en Argentina. Digo crisis, pero no implico crisis terminal sino punto de inflexión, salto cualitativo con final abierto. Entiendo a la expansión de estas experiencias como parte, o resultado, de un conjunto más amplio de experiencias populares de disputa con el capital y su Estado de los parámetros de organización y (re)producción de la vida. Es en el marco y como parte de la crisis del capital que pueden comprenderse estas experiencias en toda su dimensión.

7.1 La crisis del dinero como crisis del Estado y el capital
Más allá de las transformaciones sufridas por el dinero capitalista y sea cual sea la expresión material que asume el dinero como relación social, continúa siendo el Estado-nación quien toma para sí la potestad de definir aquello que será su expresión material, “la moneda” . Es éste quien define tanto la unidad de cuenta como aquella cosa que será llamada dinero (Keynes, 1935; Marx, 1997[1953]). Podría decirse que la moneda se presenta frente a los individuos como una norma básica de la sociedad en la cual ellos viven, del mismo nivel que la ley (Aglietta y Orléan, 1998). Pero para poder ocupar ese papel, la moneda tiene que ser emitida por una institución con cierto grado de legitimidad.
El Estado, como una de las formas que asumen las relaciones sociales en el capitalismo, debe poder aparecer como la representación de los intereses generales del conjunto de la sociedad. Sólo así tiene posibilidades de emitir papel-moneda de manera que sea aceptada como expresión del trabajo social. Sólo cuando el Estado tiene la legitimidad suficiente como para que su autoridad sea reconocida en un espacio territorial determinado, puede garantizar la aceptación de sus normas entre las cuales se encuentra la utilización forzosa del papel-moneda estatal .
La aceptación de la moneda estatal depende en buena medida de que el Estado logre mostrar a la moneda estatal como un servicio útil para todos, ya que no puede mostrar, por supuesto, que la misma concilie los diversos intereses privados (Aglietta y Orléan, 1998). Podríamos decir que la confianza en la institución de la moneda estatal se encuentra marcada por una relación de pertenencia a una comunidad nacional:
“La naciones … manifestaban su identidad a través de monedas nacionales fiduciarias” (Polanyi, 1997[1944], pg. 323).
Esta confianza expresa la relación que los individuos mantienen con una jerarquía de valores (es decir, con respecto a la coherencia de ciertas reglas fundamentales) (Aglietta y Orlean, op.cit.).
De acuerdo con las corrientes (post)keynesianas la principal fuente de valorización de la moneda estatal y por tanto una de las expresiones más claras de la legitimidad del Estado es su capacidad para cobrar impuestos (Wray, 1998). Sin embargo, esta perspectiva olvida el hecho de que las instituciones monetarias estatales son una de las expresiones del capital como relación social (Dinerstein, 1997, 2001). Las instituciones de gestión de la moneda, son el reflejo de una determinada correlación de fuerzas sociales en el capitalismo. La moneda es, al fin y al cabo, un instrumento para garantizar la distribución del trabajo social entre necesario y excedente, en las proporciones adecuadas a la reproducción del capital y las relaciones de producción capitalistas. En efecto, la separación entre el Estado y la sociedad civil y la subordinación de la producción social a la reproducción del capital implica que la habilidad del Estado para responder al conflicto presentado por los trabajadores (por ejemplo, a través del incremento en el gasto público o la expansión del crédito “barato”) se encuentran confinada a los límites que establece la reproducción del capital, en tanto la propia reproducción del Estado capitalista presupone la reproducción del capital (Clarke, op.cit., pg. 49).
La crisis del capital como relación social, la crisis de valorización, se expresaba como suele hacerlo como una crisis “monetaria”. Sin embargo, era la imposibilidad de continuar con la valorización del capital sobre la base de la convertibilidad como estrategia, lo que puso al mismo Estado bajo amenaza . La imposibilidad de garantizar la reproducción ampliada del capital estaba haciendo desaparecer el sustento material de la potestad para la emisión y gestión de la moneda estatal. Tanto la base tributaria como la base de legitimidad del Estado-nación para monopolizar la administración de la moneda estaban en crisis .

7.2 ¿De quién es el dinero? Monedas sociales, cuasi-monedas y dolarización
Con la eclosión de la crisis, desde el punto de vista del capital el Estado aparecía como incapaz de garantizar un marco institucional que permita su reproducción ampliada de forma tal que comenzó a perder legitimidad como instrumento adecuado para su valorización. El dinero (expresión más general del valor y el plusvalor, forma más abstracta de la propiedad capitalista y por tanto poder social supremo) buscaba en consecuencia liberarse de la coerción institucional del Estado (Dinerstein, 1997). Expresión de esta crisis progresiva de legitimidad de la moneda estatal fue durante la década pasada la dolarización creciente de las transacciones económicas . El capital abandonó poco a poco la moneda del Estado-nación argentino bajo el cual operaba con el fin de continuar con el ciclo de acumulación de capital bajo la órbita de la representación del dinero mundial: el dólar estadounidense. Lo que podríamos denominar un “estado mundial” (quien emite y gestiona la moneda que actúan como representación hegemónica del dinero mundial) desplazaba paulatinamente al Estado-nación en sus poderes monetarios. La dinamización de la fuga de capitales (con su simultánea transformación del peso al dólar) a partir del mediados de 1998, representó la aceleración del escape hacia formas más seguras de expresión (y reproducción) del valor .
Mientras el capital buscaba trasladarse a niveles supra-nacionales de valorización, las personas veían desaparecer la moneda estatal como un medio adecuado de validación social de su trabajo o del producto del mismo. La pérdida de legitimidad del Estado es una de las expresiones de la crisis de la relación de capital-trabajo. Así señala este mismo hecho un representante de las RTS:
“El creciente descrédito del sistema político y económico dominante constituye asimismo una innegable motivación para que cada vez más gente tome en sus propias manos la responsabilidad de intentar timonear su propio destino como sujeto productivo. Se vuelven a reestablecer los lazos sociales solidarios quebrados por el sistema formal decadente, y se empieza a recuperar la auto confianza para ‘valerse por sí mismo’ [auto-valorizarse]” (Drago, op.cit., pg. 11, corchetes míos).
La creación de cuasi-monedas provinciales expresa el intento de los estados sub-nacionales de continuar sosteniendo su legitimidad como parte del Estado como forma social . Si no emitieran esas monedas, los estados provinciales se verían en mayores dificultades aun para llevar adelante las “funciones básicas” del Estado (entre otros, la provisión de servicios colectivos tales como salud y educación) y esto llevaría a un mayor cuestionamiento de su legitimidad. Las crecientes dificultades de participación en la sociedad para numerosas personas y grupos sociales (en su esfera más ubicua, “el mercado”, el espacio de las mercancías), la inestabilidad en el valor de la moneda estatal (producto de su creciente integración al circuito del capital financiero internacional) y en consecuencia las dificultades que enfrenta el Estado para expresar el “interés general”, hacen que la institución monetaria nacional entre en crisis y comience a ser cuestionada en sus funciones más esenciales .
Por su parte, en su gran mayoría los espacios de los clubes de trueque con sus monedas sociales no son producto de los movimientos espontáneos del “mercado” (surgidos como emprendimientos privados con objetivos de lucro individual, como podría sugerir Hayek, 1976) sino que su creación es el resultado de una acción consciente de parte de grupos de personas que buscan si no desplazar al menos complementar al Estado en aquellas funciones que la institución estatal de la moneda no cumple adecuadamente.
“Se podría decir que [son] una iniciativa de radicalización de la democracia, donde el poder se desplazó hacia la producción de una moneda que es social y que corrige, desde los grupos organizados, los vicios de la otra” (Primavera, 2002b, corchetes míos).
En particular, buscan superar la lógica de la moneda estatal como expresión de los intereses del capital (dinero como expresión de valor, dinero que se multiplica, dinero con interés), intentando construir una moneda que actúe como mero medio de intercambio dando al dinero un nuevo uso no capitalista. En efecto, esta práctica de construcción era una forma de resistencia expresada en la utilización de un “papelito” en reemplazo de la “moneda formal”, dinero-estatal. La moneda social se podía transformar en “… un instrumento de liberación y no de dominación…” (Primavera, en Primavera y Gilardi, 2003). Las monedas sociales son el resultado de intentos de constitución de una legitimidad propia por parte de colectivos de personas frente a un Estado que está en crisis como mediación de los intereses contradictorios del capital y el trabajo a escala social.

7.3 Las monedas sociales y la autonomía del trabajo frente al capital
Las monedas sociales entran en abierta contradicción con la legislación vigente que establece el monopolio para el Estado nacional de la emisión de moneda, pues es éste quien tiene la potestad instituida de crear las representaciones del dinero. Estas monedas implican por parte de sus creadores la recuperación (o creación) para sí de una suerte de “soberanía monetaria”.
La moneda social implica la constitución de espacios de autonomía por fuera de los límites que establecen las instituciones estatales.
“La descentralización de la edición [de créditos] es sinónimo de autonomía, libertad, soberanía” (CFC, 2001, corchetes y negrita mía).
La autonomía significa la posibilidad de definir reglas propias para la gestión de lo económico y por tanto de lo político (Castoriadis, 2000). La autonomía es “momento de creación, que inaugura otro tipo de sociedad y otro tipo de individuos. Hablo efectivamente de germen, pues la autonomía, tanto social como individual, es un proyecto” (Castoriadis, 2000, pg. 64, cursiva en el original).
La aparición de monedas sociales implica la reconstrucción de lo político (en una de sus expresiones, la moneda) desde lo social:
“Se apunta a la ciudadanía política a partir de la ciudadanía económica, simbólicamente [y realmente] representada en la ‘emisión de una moneda propia’ ”, Primavera (2002c).
Es decir, los clubes de trueque y las monedas comunitarias son espacios creados como una herramienta política que busca atacar problemas específicos de la sociedad en la forma en que los actores políticos, miembros y promotores, lo creen más conveniente (North, 2001). La comunidad tiene que constituirse como representación del interés colectivo a fin de que pueda dotar de valor al “crédito” implícito en la moneda. Pues justamente cualquiera puede crear una moneda; la cuestión es que sea aceptada (Minsky, 1986) y esa aceptación proviene necesariamente de la confianza que hay en que tal institución permita representar una parte del trabajo de un colectivo de personas que lo utilizan.
La creación de monedas comunitarias expresa la búsqueda de autonomía, intentos de construcción de espacios heterotópicos (North, 2001), espacios en los que se conjugan diferentes expectativas pero actúan como una herramienta de resistencia y aún de emancipación, donde sea posible crear nuevas maneras de legitimar el trabajo social basadas en la cooperación y la solidaridad.

8. Para concluir
La unicidad monetaria es el reflejo de las tendencias más profundas del capitalismo. El dinero representado en la moneda única (o la tendencia hacia un número cada vez menor de monedas) aparece como la forma más abstracta y general del mismo como medio de apropiación del trabajo humano a los fines de la expansión del capital. Frente a estas tendencias, la pluralidad de monedas, las multiplicación de las monedas paralelas, representa la resistencia del trabajo y las posibilidades de emancipación del mismo respecto del dinero como capital. Este es el punto clave que espero haber podido expresar en este trabajo.
Los promotores de las monedas paralelas buscan cuestionar al dinero en su faceta más problemática como capital, lo rechazan en tanto aparece como el causante sistemático de las crisis económicas y de la exclusión social. En efecto, como he intentado mostrar, debajo de una serie de argumentos que suelen integrar, a mi parecer demasiado eclécticamente, diferentes perspectivas teóricas, los ‘comunitaristas’ se encuentran cuestionando el uso capitalista del dinero, el uso del dinero como medio para la explotación del hombre y la expansión sin fin del trabajo y el (plus)valor. Creo haber mostrado que siguiendo en lo fundamental un enfoque marxista del dinero es posible explicar y sostener de manera articulada el cuestionamiento que los defensores de las monedas paralelas (y en particular, los promotores de las monedas sociales de los clubes de trueque argentinos) hacen al funcionamiento de la economía capitalista contemporánea.
La crítica ‘comunitarista’ del dinero refleja problemas reales pero suele estar teñida de una mirada fetichista, en tanto toma al dinero como “cosa”, como mero medio, sin comprenderlo fundamentalmente como la expresión de las contradicciones inherentes a una forma de articular (y reproducir) determinadas relaciones sociales de producción. Esto es, la crítica ‘comunitarista’ no logra captar el hecho de que lo que aparece como una crisis ‘monetaria’, como ‘ausencia de dinero’, no es sino el reflejo de la crisis, más profunda, de control de la reproducción social por medio del dinero.
Además, espero haber podido mostrar, aunque sea suscintamente, como la teoría económica refleja y ha reflejado en su historia, diferentes perspectivas sobre el uso y las formas de regulación del dinero. Las disputas en la teoría monetaria reflejaran, en buena medida, la contradicción entre el uso del dinero como medio de reproducción y expansión del capital y su uso como “dinero”, es decir como instrumento para la reproducción de la vida en sociedades ampliamente mercantilizadas. Entiendo que es esta la disputa teórica y práctica fundamental que rodea a las propuestas de creación de monedas alternativas.
En esta investigación he buscado presentar una discusión que permita comprender el fenómeno de la multiplicación de monedas paralelas a la moneda nacional. Intenté mostar que estas experiencias pueden ser comprendidas como diversos intentos de recrear una suerte de “soberanía monetaria” y fueron el resultado de la crisis de una forma particular de regulación de la relación monetaria y por lo tanto del (dinero como) capital en tanto que relación social.
Para lograr ese objetivo, me apoyé en una combinación de instrumentos de investigación, buscando aprovechar las ventajas de la triangulación metodológica. Incluyendo tanto un análisis de la literatura sobre monedas paralelas y diversos estudios sobre el papel del dinero en el capitalismo como la exploración de las experiencias concretas de monedas paralelas en Argentina y en el caso de las monedas sociales con la ayuda de entrevistas y una encuesta (de tipo exploratorio), creo haber logrado construir un argumento coherente para mostrar la significación y explicar el fenómeno de nacimiento, expansión y crisis de la pluralidad monetaria en la Argentina reciente.
A lo largo de estas páginas, espero haber podido mostrar que en la experiencia Argentina en los últimos años, la multiplicación de las monedas provinciales y las monedas “del trueque”, sociales o comunitarias, fue un reflejo de la crisis del capitalismo periférico y por lo tanto expresión de la crisis de una estrategia de gestión del dinero como instrumento para la organización del trabajo social.
Por un lado, las cuasi-monedas surgieron como respuesta del Estado y el capital frente a la imposibilidad de continuar con los ajustes y la reestructuración de los procesos de producción iniciada en el marco de la estrategia del dinero convertible. La crisis del dinero-convertible reflejó la crisis de una forma de utilización capitalista del dinero en Argentina.
Las cuasi-monedas chocaron contra los enfoques teóricos hegemónicos que proponían (proponen) que el dinero es un mero medio para facilitar los intercambios. Estas experiencias de moneda paralela pusieron sobre el tapete el carácter eminentemente político de la gestión monetaria. La preocupación de las autoridades nacionales y de los organismos de crédito internacional por la ‘re-unificación monetaria’ del país, es un ejemplo de la preocupación que genera entre los representantes del capital la posibilidad de perder el control monopólico de la representación más general de la riqueza, y por tanto del instrumento esencial para el control del trabajo en una sociedad articulada en la producción de mercancías.
Y, sin embargo, si bien estas alternativas al dinero del Estado-nación reflejaron la crisis de una forma de articular al dinero como representación más general del valor, no significaron un salto cualitativo en el carácter del mismo. Las monedas provinciales buscaban permitir la multiplicación del capital; aunque no apuntaban explícitamente en tal sentido, lo hacían en tanto buscaban sostener las bases materiales para la reproducción de los niveles sub-nacionales del Estado. La creación y multiplicación de monedas estatales no nacionales eran un reflejo de la necesidad de los Estados provinciales de superar los límites de una forma de gestión de la moneda del Estado-nación, creando medios originales para sostener sus legitimidad frente a las presiones de la fuga de capitales y los crecientes niveles de conflicto social.
Por su parte, las monedas sociales, en los clubes de trueque, mostraron las posibilidades que existen de buscar formas alternativas de sociabilidad y reproducción de la vida, más allá del proyecto del capital. Estas experiencias surgieron como una respuesta al capitalismo de fin de siglo y se extendieron de manera de constituirse, en un principio, en una nueva forma de utilización del dinero. Crear un dinero, una moneda social, que permitiera expresar el carácter social del trabajo humano pero sin las presiones de la relación social del capital.
La multiplicación de monedas refleja la multiplicación de poderes, el cuestionamiento a los poderes establecidos (al poder del capital y su reflejo, parcial, en el Estado). En particular, la experiencia de las monedas sociales ha sido muy rica por su variedad, por su vitalidad y por las perspectivas que plantea para el futuro. El fenómeno, que se expandió por el territorio nacional como reguero de pólvora en un contexto de crisis estructural, mostró la potencialidad que tiene la práctica humana para transformar su vida cotidiana. Millones de personas encontraron en los clubes de trueque la posibilidad de realizar, al menos parcialmente, las capacidades productivas que el capitalismo les negaba.
La realidad mostró también los límites que el sistema capitalista pone, al menos a corto plazo, a cualquier experiencia que busque superarlo como ordenador de las relaciones humanas, de la producción y reproducción de la vida. Lo cual alerta sobre un proceso que como todos los procesos sociales ha tenido y tendrá innumerables contradicciones.
En términos generales, creo que la propuesta de creación de monedas paralelas no nacionales mostró en la experiencia argentina sus posibilidades y límites. A través de mi investigación busqué proveer una interpretación alternativa, no economicista ni puramente política sino desde la economía política (o más bien, podría decir siguiendo a Cleaver, desde una lectura política de la economía) a la generalización del pluralismo monetario en Argentina. Intenté dar un marco general para interpretar la propuesta teórica avanzada por los militantes que defienden la multiplicación de las monedas no nacionales. Además, busqué comprender el trasfondo económico detrás del fenómeno, intentando superar el eclecticismo teórico que tiende a impregnar el discurso que defiende la creación de nuevos usos para el dinero. Mientras que, por un lado, las monedas provinciales demistificaron los argumentos ortodoxos que defiende el control centralizado del dinero (que oculta los intereses del capital a escala social), por su parte las monedas sociales mostraron que los trabajadores pueden encontrar nuevas formas de valorización de su trabajo y del producto de su trabajo.
Luego de la expansión, auge y crisis de los sistemas de monedas sociales, sus promotores más decididos, sus militantes, se encuentran en un proceso de discusión intensa sobre cómo avanzar con un proyecto que creen puede ser parte de un cambio radical de la sociedad. Las discusiones abarcan desde la necesidad de constituir nuevas reglas de juego para la gestión de las monedas comunitarias, hasta la posibilidad de abandonar el dinero social como medio de intercambio, profundizando la búsqueda y la construcción de redes de reciprocidad. Si, tal cual hemos argumentado, el dinero en el capitalismo no es más que una forma de aparición del capital, tal vez la única forma de trascenderlo sea, en última instancia, la destrucción del dinero (Cleaver, 1985, pg. 172). En esta perspectiva, la lucha por usos alternativos para el dinero (incluyendo la creación de “otras” monedas) tal vez deba pensarse justamente como un instrumento más para la (re)construcción de otra forma de las relaciones sociales, para la generación de nuevas formas productivas y de organización social más solidarias (Primavera y Gilardi, op.cit.).

Notas al pie
* Versión sintética de la tesis de maestría en Sociología Económica, IDAES/UNSAM (2 de abril de 2004). Correo electrónico: marianfeliz@gmail.com
** Agradezco especialmente los comentarios que los jurados Dr. José Luis Coraggio, Dra. Heloisa Primavera y Dr. Ricardo Dominguez hicieron a una primer versión del trabajo de tesis. Asismismo, quiero agradecer al Dr. Julio César Neffa por sus valiosos comentarios y a Melina Deledicque por su apoyo incondicional.
  1. Había algunas notables excepciones, como las del profesor José Luis Coraggio (en la Universidad Nacional de General Sarmiento) o de profesor Jorge Marchini (en la Universidad Nacional de Buenos Aires). Por otra parte, entre otros no economistas, se encontraba sobre todo la profesora Heloisa Primavera.
  2. Y en algunos, muchos, casos ni siquiera eso. Muchísima gente, parecería, sólo deberían conformarse con ser mercancías sin posibilidad de realizar su valor, su potencia.
  3. Cleaver señala que suele haber tres lecturas típicas del conjunto de las obras de Marx. Primero, una lectura “filosófica” que las toma como interpretaciones críticas, como una forma de ideología. Una segunda lectura sería como “economía política” que sobre todo incluiría elementos de una lectura estratégica de los intereses del capital; “El Capital”, por ejemplo, como mera “teoría económica”, que provee interpretaciones estratégicas potencialmente útiles para el capital. Por último, una lectura “política” que implica una lectura que en forma consciente y unilateral estructura su enfoque para determinar el significado y la importancia de cada concepto para el desarrollo de la lucha de la clase trabajadora; una lectura que busca evitar interpretaciones frías y teorizaciones abstractas para tomar los conceptos sólo dentro de esa totalidad concreta de la lucha cuyas determinaciones designan (Cleaver, op.cit., pg. 71-72).
  4. Esta discusión se desarrolló en un grupo de discusión electrónico sobre las monedas paralelas (ijccr@yahoogroups.com).
  5. Por ejemplo, una moneda territorial (siguiendo la taxonomía de Blanc, 2001) puede funcionar como una señal de la existencia de demanda de productos locales. De ser así, la introducción de una moneda local podría mejorar la eficiencia de la economía regional. Ver, por ejemplo, Jayaraman y Oak (2001).
  6. La teoría neoclásica sigue en este punto bastante de cerca la explicación provista por Adam Smith quien señala el carácter casi natural y resultado de las interacciones comerciales entre particulares, de la aparición de la moneda (al menos en su carácter de moneda-mercancías, por ejemplo, oro).
  7. En los hechos, la política “monetarista” (neoclásica) ubica la causa de la inflación en la suba “exagerada” de los costos (y en particular, de los salarios). La política de control monetario, al tender a generar niveles excesivos de desempleo de la fuerza de trabajo, buscan “poner en caja” las demandas salariales de los trabajadores, buscando llevar sus salarios a sus niveles “de equilibrio”.
  8. En este punto Keynes recoge los antecedentes de autores como Santo Tomás de Aquino.
  9. Davidson explica que si el mundo fuera ergódico, el conocimiento sobre el futuro involucra simplemente la proyección de las situaciones pasadas o presentes; esto es, en un mundo ergódico el futuro es simplemente el reflejo estadístico del pasado. Sin embargo, para Keynes el mundo era no-ergódico, de manera tal que el futuro no puede ser calculado a partir del pasado y por lo tanto es en efecto impredecible e incierto (Davidson, 1994, pg. 90).
  10. Este es un punto importante, al que volveremos a referirnos, pues si la moneda moderna presupone la continuidad del capitalismo, podríamos afirmar entonces que la crisis de la moneda refleja las dudas del conjunto de los actores sociales sobre esa continuidad.
  11. Salvo en el caso en que los intercambios se realicen de manera muy ocacional. En esas circunstancias, el intercambio asumirá la forma de trueque pues no existirá la mediación del dinero.
  12. El fundamento de la vida social es el trabajo social, entendido como el organismo complejo de trabajos especializados diferentes que se combinan en una estructura de división social del trabajo, de tal modo que cada productor ofrece uno o varios valores de uso al colectivo social recibiendo a cambio los que necesita. En estas condiciones, la reproducción de cada sociedad depende crucialmente de la existencia de un mecanismo determinado a través del cual el trabajo social y los productos del trabajo son distribuidos entre sus miembros (Germer, 2002).
  13. Negri (1991) señala como el dinero es expresión de la hegemonía de la clase capitalista en la sociedad, pero también como simultáneamente en la crisis “económica”, el capital se ve forzado a reestructurar su comando sobre el trabajo a través de nuevas formas de gestión del dinero.
  14. Esto es, en cuanto medida de valor el dinero se “representa” en el precio; en cuanto medio de ciruculación el dinero es “signo” de las mercancías. Es “representación” en cuanto aparece en forma de; es “signo” en cuanto aparece por (Dussel, 1998, pg. 101).
  15. Esto se aplicaría también a flujos de recursos a través del sistema financiero y otros medios similares, los cuales tenderían a moverse hacia las regiones con mayor capacidad de competir (es decir, allí el capital tendría mayores posibilidades de reproducirse).
  16. Esta caída en la demanda real se ve retro-alimentada y afecta de manera creciente también a los productores de mercancías no comercializables entre las regiones (como por ejemplo, numerosos servicios) porque la falta de ingresos por parte de quienes poseen recursos productivos no utilizados reducen su demanda de mercancías (tanto comerciables como no comerciables inter-regionalmente).
  17. En un nota adicional, la visión post-keynesiana adelanta que dado que la producción en el capitalismo se articula en torno a un sinnúmero de obligaciones monetarias que deben ser saldadas con dinero y que se encuentran fijas en términos nominales. Esto significa que la posibilidad de que se produzca una deflación generalizada de precios y salarios para llevar a cabo el ajuste propiciado por el déficit en el comercio exterior de la región no es factible (Davidson, 1994, pg. 215) o se produce con muchos costos (y sólo en un teórico “largo plazo”).
  18. “Cada capital individual, para evitar su devaluación, se obliga a explotar efectivamente al trabajo … La compulsión sobre cada capital indiviudal, no solamente para que produzca, sino para incrementar la plusvalía [trabajo excedente, ganancia] en el transcurso de la acumulación, impone en cada capital el disminuir el trabajo necesario [salario] al mínimo” (Bonefeld, 1995, pg. 82, corchetes míos).
  19. Los “clubes de trueque” en Argentina son un ejemplo de cómo una enorme cantidad de intercambios que involucran mercancías eminentemente “transables” (tales como alimentos o ropa) son hechos realidad en el marco de la circulación de una moneda no estatal, el “crédito”.
  20. Resultado de su carencia de empleo asalariados, de imposibilidad de acceder a los medios de producción o la incapacidad de producir valores de uso con demanda solvente.
  21. Claramente, Mundell supone la vigencia de la dinámica de las ventajas comparativas entre regiones y por ello deduce que la flexibilidad de precios (y salarios) de manera directa o indirectamente a través variaciones del tipo de cambio, permitirán equilibrar el comercio inter-regional.
  22. Féliz y Panigo (2001) muestran las fuertes desigualdades que existen entre las regiones a nivel de los ingresos de los hogares, las cuales reflejan en parte grados de desarrollo diferentes.
  23. La limitada movilidad geográfica de la fuerza de trabajo no niega el hecho de que puedan existir movimientos migratorios internos significativos. Por otra parte, Neffa y otros (2002) muestran los elevados y persistentes niveles en la desocupación en las distintas regiones del país que reflejan, en parte, un limitado grado de mobilidad inter-regional de la fuerza de trabajo.
  24. Sin embargo, este mecanismo no es totalmente equivalente en tanto nada garantiza que el dinero redistribuido (es decir, el poder de compra redistribuido) sea aplicado en las regiones deficitarias para la adquisición de producción local (y no a la compra de más producción extra-regional). Esto solamente estaría garantizado si las regiones avanzadas demandaran con esos recursos productos de las regiones deficitarias.
  25. Es decir que más allá de las peculiaridades que presentó el proceso en nuestro país, las transformaciones en el régimen de acumulación de capital atravesaron el conjunto del capitalismo a escala planetaria (Neffa, 1998).
  26. El déficit de cuenta corriente reflejaba desequilibrio estructural en costos unitarios reales relativos y como señalamos antes esto implicaba una fuga sistemática de recursos hacia el exterior. El tipo de cambio fijo exacerbaba este desequilibrio, ya que la relación peso-dólar no podía variar para corregir (aunque sea parcialmente) el desequilibrio en el flujo de divisas.
  27. La crisis global del capital comenzó a expresarse con creciente intensidad a partir de finales del año 1994 cuando México (nuevamente, como en 1982) entró en cesación de pagos sobre su deuda. Esta situación, que reflejaba la imposibilidad de sostener niveles de explotación suficientes en territorio mexicano, comenzó progresivamente a desparramarse por todo el planeta (sudeste asiático, Brasil, Rusia, Turquía, Argentina, etc.).
  28. Claro está, como sugería Marx en los Grundrisse, el dinero aparece como equivalente pero expresa ante todo la equivalencia de una desigualdad social (Negri, op.cit., pg. 20).
  29. El propio Ministro de Economía entre 1991 y 1996, Domingo Cavallo, quien “ideara” la ley de Convertibilidad, afirmó alguna vez que esperaba que la misma durara al menos 30 años.
  30. En realidad, varios estados provinciales ya durante la década de los ochenta habían comenzado a emitir bonos que tenían circulación al interior de las provincias y hacían las veces de “moneda”. Sin embargo, fue a partir del 2001 que el proceso adquirió una magnitud inusitada.
  31. En efecto, la crisis fiscal del Estado nacional le impedía cumplir, en el marco de la convertibilidad, con la obligación de entregar a las provincias una determinada cantidad de recursos provenientes de la recaudación de impuestos cuya administración había sido cedida al Estado nacional.
  32. Con el creciente poder de los movimientos de trabajadores desocupados, el Estado nacional se vió forzado a expandir sus “programas de empleo”, cuyos beneficiarios cobrar con LECOP.
  33. Por ejemplo, la primera serie (serie A) emitida de cuasi-monedas de la provincia de Buenos Aires tenía un vencimiento de un año y pagaba a su vencimiento un 7% sobre el valor nominal. La serie B fue emitida a cinco años y pagaría al final de ese plazo 135% del valor nominal.
  34. “Que la emisión de títulos provinciales con características de cuasi-moneda de circulación provincial, que sirvieran en el año 2001 y los meses inciales de 2002 para evitar la profundización de la crisis…” (texto del Decreto 743/2003 que reglamenta el Programa de Unificación Monetaria creado por la ley 25561).
  35. Tomamos este concepto de Antunes (1999) quién señala que la clase-que-vive-del-trabajo es la antigua clase trabajadora en su forma actual (más heterogénea, diversificada y precarizada).
  36. No demandantes de dinero por el dinero mismo (es decir, como si su propia posesión proveyera utilidad, como suponen algunos autores neoclásicos) sino como medio para la realización de intercambios.
  37. Hacia fines de los noventa, frente a la imposibilidad de sostener la acumulación de capital en suelo argentino, es decir la imposibilidad de garantizar una tasa adecuada de rentabilidad, los intereses inmediatos del capital trasnacional requerían garantizar la fuga lo más ordenada posible del territorio nacional. Tal vez por ello, el régimen de convertibilidad haya sido sostenido por varios años de crisis profunda aun cuando sus costos sociales eran evidentes.
  38. En condiciones en las cuales era evidente que no podían seguir endeudándose ni aumentar impuestos para financiarlo.
  39. Dado que las cuasi-monedas eran legalmente válidas sólo dentro de la geografía de las provincias emisoras y solo allí servían para el pago de impuestos, los productores locales (sin una alta composición de insumos “importados” del resto del país) tenderían a aceptar más fácilmente la cuasi-moneda como medio de pago. Esto les daría una ventaja frente a otros productores.
  40. En efecto, la propia teoría neoclásica presupone un “suave ajuste” a una situación de equilibrio en el balance de pagos en situación de flexibilidad plena de todos los precios y cantidades. La ausencia de tal flexibilidad tendería a trasladar los ajustes inducidos por la dinámica de acumulación del capital a otros ámbitos, en particular al mercado cambiario, contrariando las necesidades del capital que busca libertad de circulación a escala global.
  41. Ver Battistini, Deledicque y Féliz (2001).
  42. Podría afirmase que la convertibilidad fue exitosa como estrategia del capital en tanto le permitió reestructurar la organización del trabajo social y a su vez pareciera haber consolidado una situación de debilidad estructural de la clase trabajadora. Si el final de la convertibilidad marcó el poder del trabajo para frenar más ajustes directos, la salida devaluadora (con virtual congelamiento salarial) se presentó como el primer paso en una nueva estrategia de valorización. Ver Féliz (2003b).
  43. Es claro que las autoridades estatales no reconocieron la potencialidad de la estrategia que las cuasi-monedas mostraban. Por otra parte, el capital cuestionará siempre las estrategias de gestión del dinero que pudieran sujetar al Estado a la presión de los sectores del trabajo.
  44. Ver Cortesi, Javier (2002).
  45. El concepto de “auto-valorización” del trabajo hace referencia al hecho de que los trabajadores actúan como sujetos autónomos moldeando su propia existencia no solo contra el capital sino también para sí mismos.
  46. La diferencia usual entre la economía “formal” y la economía “informal” suele asignarse al hecho de que en esta última los productores operan por fuera de “la ley”. Para un análisis más detallado de las características y la caracterización de la llamada economía “informal” ver Busso (2003).
  47. Mientras que la reciprocidad es una forma de cambio basada en una restitución inmediata o aplazada, o en una restitución a alguien distinto del donante original, el cambio redistributivo implica un sistema de relaciones y normas que establecen cuáles son los recursos sujetos a redistribución, a quiénes se redistribuyen y en qué proporciones, etc. (Mingione, op.cit., pg. 36).
  48. Existen además numerosas experiencias de monedas comunitarias que no pertenecen a ninguna de las redes sino que actúan con carácter estrictamente local o regional. Por ejemplo y entre muchas otras, la Red Ciudadana Argentina de San Rafael con su “ecovale” (Gargiulo, 2000), la Red de Trueque de la Comarca Andina cuya moneda social se denomina “Patakon” (Drago, 2002) o la Red del Trueque de Venado Tuerto (Ilari, 2002 citado por Abramovich y Vázquez, op.cit.).
  49. Ver, por ejemplo, Marx (1997[1953]).
  50. Esta sección incluirá comentarios e ideas aportadas no sólo por miembros de la Red de Trueque Solidario, sino también de sistemas de trueque que sin estar integrados formalmente a la RTS, comparten criterios de construcción y espacios de debate.
  51. La RTS “…surge el 14 de abril de 2001 en Plenario Nacional de Redes realizado en Capital Federal, al retirarse el PAR (Programa de Autosuficiencia Regional) ante la presión de las restantes redes regionales y zonales para que dicha red presentara sus detalles de Edición de Créditos y Balances de Distribución” (RTS, documento, s/f).
  52. Pero también sería necesario tener en cuenta las dimensiones jurídicas y políticas pues, como señalamos, la moneda no es simplemente una mercancía sino una construcción esencialmente política (Aglietta, 1999 [1976]; Féliz, 2002).
  53. En realidad, no sólo existe el riesgo de que ello ocurra, sino que existe la certeza de que ocurrirá, pues es intrínseco a la lógica de los mercados en el capitalismo el que un cierto número de productores son desplazados periódicamente.
  54. Al respecto, Dinerstein afirma que el proceso de sujeción (o subsunción) real del trabajo en el capital implica que todos los trabajadores (ocupados y desocupados, aun los inactivos) y por lo tanto toda la sociedad, forman parte integral del proceso de valorización del capital. El trabajo concreto no tendría ya una existencia autónoma de la constitución social de las relaciones sociales capitalistas (Dinerstein, 2002) lo cual quiere decir que el trabajo concreto es mediado por y se torna socialmente realizable a través de su opuesto: el trabajo abstracto (Dinerstein y Neary, 1998 en Dinerstein, op.cit.). La sociedad toda se convierte en la “sociedad del capital” y no hay trabajo que sea socialmente útil sino es a través de la mediación del capital. Si bien esto puede ser tendencialmente cierto, también lo es que el proceso de sujeción de la vida humana al capital implica un proceso de disputa entre éste y las personas, quienes buscan construir espacios liberados de esa lógica. La sujeción real sería entonces más bien un proceso de “sujeción” más que un estado (Holloway, 2002).
  55. Habría que incluir como un elemento importante la ausencia hasta hace poco de monedas comunitarias oxidables, lo cual promovía el atesoramiento de dinero.
  56. Esta Red no pertenece orgánicamente a ninguna red de alcance nacional pero tiene fluidos contactos con la RTS.
  57. En el caso de la emisión de moneda estatal, esta ganancia denominada “señoreaje” es obtenida por los Bancos Centrales. En los circuitos de moneda comunitaria, los emisores “oficiales” de créditos son quienes se apropian de estos beneficios.
  58. En los hechos, la FS estableció para el “Grupo Impulsor” de la RGT el derecho a cobrar “royalties” o un derecho de emisión (“señoreaje”).
  59. Por ejemplo, de acuerdo con un estudio realizado en el partido de San Martín, en el Gran Buenos Aires, un 58% de los concurrentes habituales a los nodos de intercambio son desocupados y un 66% de ellos indican que el trueque tiene una importancia central para el aprovisionamiento de los alimentos básicos de sus hogares (Marchini, 2002b).
  60. Social en tanto el trabajo alcanza jerarquía de trabajo útil en sólo al encontrar expresión en una mercancías pues es en el mercado dónde siguen logrando ese reconocimiento.
  61. Cleaver sostiene, siguiendo a Negri, que el concepto de “auto-valorización” (‘self-valorization’) puede apuntar a subvertir la dominación del capital, mostrando como ese rechazo al capital debe ser complementado con un poder de “constitución autónoma”, momentos positivos de expresión de los trabajadores (Cleaver, 1992, pg. 129). La idea de “auto” valorización supone un proceso de valorización que es autónomo de la valorización del capital; un proceso auto-definido, auto-determinado que va más allá de la mera resistencia a la valorización capitalista hacia un proyecto positivo de auto-constitución (Cleaver, op.cit.).
  62. Citando más extensamente el artículo 30 de la nueva Carta Orgánica del BCRA (de xxxx) no sólo es este “el encargado exclusivo de la emisión de billetes y monedas de la Nación Argentina” sino que “ningún otro órgano del gobierno nacional, ni los gobiernos provinciales,ni las municipalidades, bancos u otras instituciones cualesquiera, podrán emitir billetes ni monedas metálicas ni otros instrumentos que fuesen susceptibles de circular como moneda”.
  63. O “forma institucional” (Boyer, 1989)
  64. Clarke (op.cit., pg. 54) señala que la legitimidad del Estado liberal-democrático en última instancia no depende sólo de derecho formal al monopolio de la autoridad política y el uso legítimo de la violencia. Su legitimidad cotidiana se apoya sobre la base de la utilización de sus poderes para defender el interés general.
  65. La crisis del Estado como forma de expresión de las relaciones sociales capitalistas alcanzó su punto máximo hacia comienzos del año 2002, cuando la capacidad para actuar en diversos ámbitos y hacer respetar su poder (sostenido en el monopolio de la violencia “legítima”) se encontraba fuertemente cuestionada. La “violación” sistemática por parte de colectivos de personas de los “inviolables” derechos a la propiedad privada (recuperación colectiva de espacios privados abandonados para la comunidad, ocupación y control obrero de empresas quebradas, etc.) era el síntoma más claro de esta crisis.
  66. En efecto, en tanto la crisis pudo ser superada a partir de una reestructuración de las relaciones capita-trabajo y una nueva forma de regulación del trabajo social (a través, entre otras cosas de una moneda nacional no convertible), el Estado nacional buscó la “unificación monetaria” a fin de “garantizar la circulación de una única unidad monetaria de curso legal y de carácter nacional” (considerandos del decreto 743/2003).
  67. Este proceso de dolarización progresiva de las transacciones económicas es previo a 1991 pero es claro que profundizó y aceleró fuertemente desde entonces.
  68. Bonefeld señala que la relación de la forma del Estado con la forma económica se establece por la subordinación del Estado a la forma auto-contradictoria del dinero, por lo cual una sobreacumulación de capital impacta en el Estado y pone límites a su poder de mediar tal crisis políticamente. Esta constitución del Estado se desplaza al mercado mundial [el cual] subordina las relaciones sociales a la igualdad, la represión y la cosificación del valor en la forma del dinero global” (Bonefeld, op.cit., pg. 86, corchetes míos).
  69. Por ejemplo, en el caso de la creación del Patacón bonaerense, la ley que lo creó (12727/2001) lo hizo a partir de la declaración, en su artículo 1ero, “…en estado de emergencia administrativa, económica y financiera al Estado Provincial, [y] la prestación y la ejecución de los contratos a cargo del sector público provincial …” (corchete mío).
  70. Powell (op.cit., pg. 623) señala como hipótesis que la aceptación tan generalizada de las monedas locales no estatales es resultado del histórico conflicto entre el Estado nacional y los estados provinciales. Este conflicto se habría expresado, en parte, a través de la aparición las cuasi-monedas. Si bien esto es cierto, me parece esencial reconocer que este conflicto está determinado en primera instancia por la propia crisis del capitalismo argentino y su Estado antes que simplemente producto de un conflicto entre los partidos políticos hegemónicos.
  71. Es más, la creación meramente “privada” de moneda local parece haber generado una fuerte inestabilidad en el sistema de monedas sociales producto de las tendencias “especulativas” que introducen.

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