Thursday, January 15, 2004

¿Ekonomía?

¿Ekonomía?
por Mariano Féliz (publicado en Tintas del Sur, no. 7, editado por Galpón Sur).

el capitalismo ‘a secas’ y sus tendencias

Mucho se habla en los últimos tiempos de la idea de rehabilitar en Argentina algo denominado como ‘capitalismo nacional’. Eso sería un capitalismo articulado en torno a un conjunto de grandes capitalistas nacionales que permitan dar lugar a un proceso de acumulación de capital autocentrado que revalorice el mercado interno y el pleno empleo de la fuerza de trabajo. Se piensa ese ‘tipo’ de capitalismo como algo enfrentado, un ‘mejor’ capitalismo (hasta se habla de capitalismo ‘serio’) comparado con el capitalismo que habría estado vigente durante la década pasada, un capitalismo ‘salvaje’, ‘especulativo’, ‘trasnacionalizado’. El nuevo ‘modelo’ de capitalismo debería revertir tres tendencias que, supuestamente, el sistema presentó durante las últimas décadas, pero no antes. Primero, la tendencia al desplazamiento de la fuerza de trabajo por la incorporación de maquinarias. Segundo, la preeminencia del capital financiero (‘capital malo’) sobre el productivo (‘capital bueno’). Por último, la expansión del capital ‘trasnacional’ por sobre el capital ‘nacional’.

Primero, el capitalismo siempre ha estado caracterizado la tendencia a desplazar a la fuerza de trabajo mediante la incorporación de maquinaria. Este fenómeno no es algo novedoso, supuestamente vinculado con la etapa «globalizada» del capital2. Esa tendencia se encuentra vinculada a la competencia intercapitalista que fuerza al capital a reducir sistemáticamente los costos de producción, y a la necesidad del capital de articular el proceso de producción de manera de garantizar el control del elemento subjetivo (y por ello conflictivo) del mismo: el trabajo. Mientras la competencia fuerza al capital a ‘mecanizar’ los procesos de producción para aumentar la productividad del trabajo, la necesidad de garantizar el control capitalista del mismo induce la utilización de tecnología que sustituya a los trabajadores y por lo tanto reduzca su capacidad de disputar el poder dentro de los procesos de producción3. El capital no sólo requiere aumentar la productividad del trabajo, sino también garantizar la apropiación capitalista de esa creciente productividad. A mediados del siglo XIX fue la introducción de la manufactura la que buscó juntar a los trabajadores bajo un solo techo (el de la fábrica) pero bajo un proceso de trabajo automátizado; este era un medio más adecuado para simultáneamente incrementar la productividad y garantizar el control patronal del proceso de trabajo. Sin embargo, los trabajadores fueron encontrando, poco a poco, formas de enfrentar la alienación provocada por procesos de trabajo que les marcaban el ritmo de trabajo. Fue así que el capital debió buscar nuevas formas de control, el taylorismo y el fordismo. Con la cadena de montaje y la división de tareas, estas nuevas estrategias buscaban quitar definitivamente el control del proceso de trabajo del obrero haciendo más prescindible a cada trabajador individual y acelerando e independizando el ritmo de trabajo de la voluntad del obrero. Los trabajadores, sin embargo, descubrieron rápidamente que esta nueva forma de producción capitalista les daba un poder muy grande, pues la cadena de montaje automática podía ser detenida por la huelga o el ‘quite de colaboración’ con grandes costos para el capital. La crisis de mediados de los setenta fue la crisis de esa forma de organización de los procesos de trabajo y valorización.

Lo que se aprecia en las últimas décadas en Argentina, pero también a nivel mundial, es una nueva avanzada del capital para encontrar nuevos medios para garantizar su control sobre los prcocesos de valorización, luego de la crisis de la estrategia ‘fordista’. Si hasta fines de los sesenta, frente a la presión creciente de los sectores populares, los sectores dominantes habían logrado estructurar a través del Estado un conjunto de políticas públicas que les permitieran simultáneamente absorber las demandas populares por mejores condiciones de vida y garantizar la reproducción de las condiciones de acumulación capitalistas en el país, desde entonces la crisis de esa articulación dio lugar a un proceso que no parecería haber terminado todavía: la reestructuración regresiva iniciada por la dictadura.

Otra supuesta gran tendencia del ‘viejo’ modelo de capitalismo vigente hasta los noventa se asociaría a la preeminencia del capital financiero. Cabe recordar que el capital supone la explotación del trabajo, es decir requiere de la utilización de trabajo para su propia expansión. El capital bajo su forma-dinero (es decir, como capital financiero) sólo puede ‘evitar’ al trabajo por un tiempo, en tanto no encuentre como colocarse en funciones productivas. Por otro lado, el dinero como capital no es más que un instrumento para el control de la sociedad por parte de los sectores dominantes, en tanto la misma se encuentra organizada centralmente en torno a relaciones mercantilizadas (monetizadas). Para servir a ese fin el dinero debe retornar eventualmente a los procesos concretos de producción y reproducción de la sociedad, mediando las relaciones humanas. Si el capital no retorna eventualmente a los procesos de producción concretos, a la utilización de trabajo para la creación de riqueza, deja de valorizarse, negando su propia esencia.

La crisis iniciada en los setenta reflejó concretamente esa dificultad para ubicar de manera rentable al capital, es decir para ubicarlo en procesos de producción y reproducción del valor, en procesos de movilización de fuerza de trabajo. Ante la crisis de control, el capital se ‘liquifica’ y, a su vez, por medio de la crisis productiva, busca recuperar su capacidad de dominio. La supuesta ‘preeminencia’ del capital financiero en los noventa no hizo sino cumplir un papel central en el proceso de reestructuración capitalista en Argentina. La fluidez del capital en su forma-dinero es lo que facilitó la transformación de los procesos productivos y la reorganización de la sociedad. El capital financiero no es una forma ‘perversa’ de capital comparado con el ‘buen’ capital productivo, sino una forma particular de aparición del capital. Si el capital financiero ha adquirido centralidad es por las propias dificultades del capital como un todo para recuperar el control de la producción de la sociedad. No en vano, la crisis económica (productiva) suele expresarse primero como crisis monetaria.

Tercero, el interés del capital es su propia expansión. Los capitalistas actúan como agentes de ese procesos de (pretendida) expansión continua, sean ellos ‘nacionales’ o ‘extranjeros’. Nada diferencia en lo esencial la explotación de los recursos naturales por parte de capitales ‘locales’ o ‘foráneos’. ¿Qué diferencia los procesos de valorización en Mercedes Benz, Toyota o la ‘nacional’ Siderca o el grupo SOCMA (Macri)? No las motivaciones, que son las de extraer la mayor cantidad de excedente posible. ¿Será el uso de ese excedente (plusvalor) lo que las diferencia? Tampoco, pues en ambos casos el objetivo será buscar aquí o en cualquier parte la mayor expansión posible de ese valor apropiado. Desde sus orígenes el capitalismo ha sido global, aunque siempre su operación supuso una base territorial pues los procesos concretos de trabajo, de creación de valor, deben estar geográficamente situados. Durante la décadas de ‘sustitución de importaciones’ la conducción del proceso de acumulación en territorio argentino estuvo en manos de un cierto capital ‘nacional’ mientras que ahora lo conduce un conjunto de grandes conglomerados ‘nacionales’ y ‘extranjeros’. Sus objetivos son los mismos, sus instrumentos diferentes.

cambiar para seguir con lo mismo. la ‘nueva’ política económica

Resumiendo, parece poco útil intentar buscar distinciones esenciales entre el capital ‘financiero’ y el ‘productivo’, entre el ‘nacional’ y el ‘extranjero. En el fondo, más allá de la diferente articulación coyuntural del capital en sus distintas formas de aparición (productivo, mercantil, comercial, financiero) o de ‘nacionalidad’, el capital como poder social actúa, siempre, como un medio para el control de la actividad humana (en la producción de valor) con el objetivo de la expansión sin fin de ese control (es decir, la expansión sin fin del valor). La ‘alternativa de la hora’ no es, nunca lo fue, Unión Industrial Argentina vs Carrefour, Repsol y Bank Boston.

En este marco es que podemos pensar la política que desde el Estado lleva adelante el actual gobierno. Esta política tiene, me parece, una gran eje articulador: consolidar el proceso de reproducción ampliada del capital.

Es decir, consolidar la capacidad de los sectores empresarios de generar un excedente (plusvalor o ganancia) en los procesos de producción y simultáneamente, la capacidad de poder realizarla (convertirla en dinero) para repetir el ciclo de producción a una escala mayor (a fin de generar mayores ganancias, lógicamente).

Este proceso se asocia a la necesidad de prolongar el crecimiento económico (como base material para la producción y reproducción del plusvalor) pero supone al menos dos elementos adicionales. Por un lado, contener la capacidad de los trabajadores ocupados de perturbar los procesos de producción o reclamar una porción creciente de sus resultados (a través de su lucha por mayores salarios, o mejores condiciones de trabajo y jornadas más reducidas). Por otra parte, controlar a los sectores que, por fuera de los procesos directos de producción de mercancías, pueden exigir una mayor participación en el producto del trabajo de la sociedad (por ejemplo, los ancianos, los niños, los estudiantes, las amas de casa, los desocupados, etc.). Esas son las premisas sobre las cuales la política económica se ha orientado para asegurar las bases de la rentabilidad capitalista en esta nueva etapa.

Por un lado, manteniendo elevado el tipo de cambio se garantiza la capacidad de los sectores más concentrados del capital de acumular sin límites. Por una parte, aquellos que se concentran en la explotación de los recursos naturales, tanto del petróleo y el gas, como de la soja, entre otros; por otra parte, de aquellos que compiten con la producción importada. En ambos casos, no hay distinciones esenciales entre capitales nacionales y trasnacionales.

Por otra parte, el ‘éxito’ de esa política cambiaria supone no sólo la intervención del Banco Central para comprar dólares, sino a su vez el mantenimiento en lo esencial de las condiciones de precariedad de las relaciones laborales. En efecto, más allá de la cosmética, la política laboral no ha alterado la flexibilización de las reglas de juego en el mercado de trabajo. La crisis de la convertibilidad no supuso su fracaso completo como estrategia del capital. Muy por el contrario, el principal ‘logro’ de la misma fue consolidar una situación de debilidad estructural de los trabajadores ocupados. La imposición de nuevas formas de organización del trabajo y gestión de la fuerza de trabajo y la reducción en los costos de contratación y despido, han resultado en un disciplinamiento desconocido de los trabajadores. A esto cabe incorporar el mayor triunfo del capital en la década menemista: la crisis de una forma de organización sindical. El poder que el movimiento obrero organizado había construido en décadas de organización y lucha, se encuentra fuertemente cuestionado. Está en crisis su identidad, sus símbolos, sus formas de organización, sus estrategias de resistencia, todo lo cual se refleja en la crisis de ‘representatividad’ del conjunto de las organizaciones gremiales. La forma-sindicato está siendo fuertemente cuestionada como el instrumento para la lucha de los trabajadores.

En tercer lugar, la renegociación de las tarifas de los servicios públicos privatizados y la deuda externa. En ambos casos, la discusión no está pasando por el carácter privado de la provisión de servicios públicos o el no pago de la deuda pública, sino el cómo articular los intereses de ciertos capitales particulares (los concesionarios o los ‘bonistas’) con los intereses del capital en general de reproducirse como conjunto. En ambos casos, tiene un peso central no sólo la importancia que, por ejemplo, tienen los precios de los servicios públicos en los costos empresarios, sino sobre todo, y esto se aprecia mejor en el caso de la renegociación de la deuda, la búsqueda de una salida que sea ‘digerible’ en términos políticos. Es decir, que sea razonable en términos de la necesidad de sostener la calma ‘chicha’ que hoy parece reinar.

En apretada síntesis, la política económica actual sostiene los lineamientos estructurales de sus antecesoras, en un contexto político dónde el más importante sector de resistencia parece seguir siendo los movimientos de trabajadores desocupados. En este respecto, el gobierno ha iniciado hace tiempo una estrategia que apunta a contener el ‘riesgo piquetero’.

¿de piqueteros a empresarios? la ‘nueva’ política social

El gobierno inició hace un tiempo un proceso de reformulación de su política social. «No hay más planes» es la consigna. La orientación general busca reemplazar lo más rápidamente posible el programa Jefes y Jefas de Hogar por un programa más acotado de asistencia directa a la población que no se encuentra en condiciones de trabajo (básicamente, ancianos, niños y discapacitados). Para el resto ofrecen dos alternativas, el empleo hiper-explotado (en el sector privado, con salarios de pobreza y condiciones laborales) o los microemprendimientos productivos4. En este sentido avanzan los proyectos de ‘tarjeta magnética’, que busca mejorar la ‘focalización’ del programa en los futuros nuevos ‘beneficiarios’, el freno al apoyo a comedores comunitarios y la expansión de los programas de subsidios para proyectos productivos.

La nueva política social se monta sobre la consolidación de un discurso que pone la carga de la resolución del problema del desempleo y la pobreza sobre sus víctimas. Este ha sido un gran retroceso del movimiento popular en general y en particular de las organizaciones de desocupados. Si el desempleo había pasado de ser a comienzos de los noventa un problema individual (que sufrían adentro de sus familias, los desocupados), a verse transformado, al calor de la creciente resistencia organizada, en un problema social que debía ser atendido por el Estado y posteriormente en un problema político (pues las organizaciones de desocupados cuestionaban la legitimidad del conjunto de la forma-capitalista del trabajo, pues luchaban por trabajo digno, no explotado), en la actualidad el ‘ser desocupado’ intenta ser nuevamente convertido en un problema individual. Si el programa Jefes y Jefas fue producto de la acción desesperada del gobierno de Duhalde para apagar el incendio, estaba marcado por un cambio importante en la política social. El programa se proponía como un programa ‘universal’; reflejaba la idea de que la vida debía ser sostenida más allá del empleo o el trabajo. Fue un cambio que duró poco, pues hoy ‘el desocupado’ vuelve a ser puesto en el lugar de la culpa5. Él es el responsable de salir de su situación; o busca empleo asalariado (¿y como no lo van a encontrar si la economía crece tanto?) o se auto-emplea convirtiéndose en micro-‘empresario’. Otra vez se está construyendo en el ideario colectivo aquella frase que decía «no trabaja el que no quiere». Sobre este discurso surge, remozada, la ‘política de Estado’ que trasciende a todos los gobiernos: la criminalización de la pobreza y la protesta.

Pero ¿cuáles son las perspectivas de una estrategia de micro-emprendimientos para resolver el problema de la desocupación? Por un lado, la política gubernamental sigue suponiendo al mercado como forma ideal de articulación de la producción y reproducción de la población. Quienes encaren estos micro-proyectos podrán eventualmente evaluar la ‘demanda solvente’ existente, pero claramente no suponen (en principio) una evaluación de las ‘necesidades sociales’ que podrían o deberían buscar satisfacer. El dinero como mediador de los intercambios, niega la producción de valores de uso (cosas útiles a la satisfacción de necesidades concretas) en tanto supone la producción privada de valores de cambio (mercancías con el único fin de conseguir dinero). No hay una planificación de los tipos de producciones adecuadas a la satisfacción de las necesidades de los desocupados, sus familias, sus barrios. El Estado no la propone, y los desocupados y sus organizaciones tienen dificultades para lograrlo por sí mismos. En los hechos, se cede a los «mercados» el poder de organizar esa producción. Se los presupone como la forma más «racional» de articular la producción con la satisfacción de necesidades. Pero esos mercados no son instituciones neutrales. La mayor parte de los mismos se encuentran dominados por grandes productores o distribuidores capitalistas, que producen en condiciones infinitamente más favorables.

¿Cree el gobierno realmente que los microemprendedores podrán competir con los grandes capitales? La competencia en el mercado resulta en la concentración y centralización de los productores, es decir supone la «eliminación» de los productores menos productivos. En el marco de la producción social, donde el trabajo humano es validado como socialmente útil recién en el mercado, sólo los más productivos, los más competitivos sobreviven. No importa allí la vida de las personas o la satisfacción de necesidades, sino la capacidad de competir. Ello tiende a alterar el sentido que originalmente los productores (microemprendedores) podrían haber dado a su trabajo; se ven forzados por la forma de intercambio (el «mercado») a intensificar su trabajo y orientarlo a la producción de mercancías con demanda solvente antes que a la producción para la satisfacción de las necesidades de los productores y su comunidad.

Sólo una forma de trabajo de tipo comunitaria, que implica volver a reunir ‘lo político’ y ‘lo social’ y presupone el carácter útil del trabajo concreto, puede tomar al mercado bajo control, en lugar de verse controlada por él. La organización comunitaria de trabajo es lo que está supuesto en la famosa ‘socialización de los medios de producción’. Socialización que no es lo mismo que estatización. En la sociedad de los ‘productores libres’ serán las personas a través de sus instituciones políticas (que no podrá ser el Estado tal cual lo conocemos) las que definan qué, cómo y cuánto producir y cómo distribuirlo.

mucho ruido y pocas nueces

A pesar del discurso de muchos, poco ha cambiado en términos estructurales en los últimos años. El éxito (en términos de los intereses del capital) de las transformaciones operadas por las ‘reformas estructurales’ de los años noventa han sido señaladas. Hoy en día las condiciones de vida de los trabajadores se encuentran en sus peores niveles en mucho tiempo. Dentro de tanta ‘palabra bonita’ y ‘discurso combativo’, el gobierno trabaja contrarreloj para terminar de articular una política económica que asegure la acumulación de capital en el mediano plazo. Esta política supone (requiere) salarios bajos (dólar alto), condiciones precarias de empleo y bajos niveles de conflictividad social. En este último campo, el gobierno está abocado, por ahora con relativo éxito, a desactivar el principal escollo a su estrategia: el movimiento de trabajadores desocupados.

El campo popular ha retrocedido mucho en 15 años (mucho más en los últimos 30), pero hemos vencido la inercia del golpe inicial. La derrota de la estrategia convertible tuvo mucho que ver con la recomposición política de los trabajadores, liderada por la constitución del movimiento piquetero. Dos años después de la caída del ‘modelo’, nos encontramos ante una situación compleja pues a través del Estado, el capital ha conseguido aplacar la ‘furia de diciembre’.
abril de 2004.

Notas

1 Este texto se basa en la discusión iniciada en Galpón Sur el miércoles 3 de marzo de 2004. Por supuesto, está sujeto a la discusión, corrección y crítica colectiva, y cualquier error o confusión es mi exclusiva responsabilidad.
2 Iniciada dicen a mediados de los setenta. En realidad, lo que se inició a mediados de los setenta (y aun antes) es una profunda crisis del capitalismo. Como siempre el capitalismo resuelve sus contradicciones a través de la crisis que supone la reformulación de las relaciones entre el trabajo y el capital.
3 Cuando pensamos en que la necesidad del capital de controlar al trabajo, es necesario entender al conjunto de la sociedad como objeto de control. El capital no sólo busca controlar los procesos directos de trabajo (la «fábrica») sino que necesita controlar la sociedad (la «fábrica social»). Controlar al trabajo en las fábricas fundamentalmente a través del desempleo, y al resto además a través de la represión, las «políticas sociales» y otros mecanismos de control social. Esto supone que el capital reconoce a la actividad de las personas como fundamento de su producción y reproducción. No puede prescindir del trabajo como base de su existencia.
4 Hablamos de salarios de pobreza pues en las actuales condiciones estructurales (desempleo, flexibilidad, debilidad sindical y tipo de cambio alto) el empleo asalariado ya no garantiza ingresos suficientes para superar la línea de pobreza (que en una familia ‘tipo’ de 2 adultos y 2 niños, supera los 750 pesos mensuales).
5 En otro momento podremos analizar los motivos para impulsar un programa ‘universal’ y sus implicancias.

No comments: